Un espacio destinado a charlar acerca del cine, saboreando una taza de café (puede que más), sentados en torno a una mesa. Por el simple gusto de hablar por hablar acerca de una pasión compartida por una reducida infinidad, así nomás como son estas cosas.
lunes, 27 de octubre de 2008
sábado, 25 de octubre de 2008
ESPERANZA
"No tengo ni la más remota idea de qué coño cantaban aquellas dos italianas. Y lo cierto es que no quiero saberlo, las cosas buenas no hace falta entenderlas. Supongo que cantaban sobre algo tan hermoso que no podía expresarse con palabras y que precisamente por eso te hacia palpitar el corazón. Os aseguro que esas voces te elevaban más alto y más lejos de lo que nadie, viviendo en un lugar tan gris, pudiera soñar. Fue como si un hermoso pájaro hubiese entrado en nuestra monótona jaula y hubiese disuelto aquellos muros. Y por unos breves instantes hasta el último hombre de Shawshank se sintió libre. Claro que...al alcaide, aquello no le gusto nada”.[1]
Como pluriempleado que soy me vi obligado a buscar la forma más adecuada para desconectar entre curro y curro, cuestión vital para mantener una adecuada higiene mental, o al menos contenerla dentro de unos parámetros lo más saludables que fuera posible. En mi caso concreto el recurso que empleo es escuchar la música almacenada en el MP-4. Los temas varían y dependen más que nada del grado de desconexión preciso, yendo desde los temas de jazz hasta la música clásica, pasando por los sonidos electrónicos, el rock y el pop.
Durante esta semana pasada, aquejado de esa sensación que le acomete a uno durante los días rojos debí recurrir a la música clásica, y más en concreto a la ópera. Como sólo me considero un pasable aficionado fueron las arias de Puccini las que contribuyeron a variar tanto colorido como estado de ánimo.
Hoy, sábado, día en el que la música visita este blog, en cambio decidí introducir una pequeña variación. De ahí que haya sido Mozart el ... músico invitado.
jueves, 23 de octubre de 2008
APOSTILLAS AL POST ACERCA DE LOS SABLISTAS
"Los Duelistas"
"El Maestro de Esgrima"
miércoles, 22 de octubre de 2008
AQUELLOS SABLISTAS DE ANTAÑO
Mientras se encuentra practicando su afición a la orilla de un río próximo a la capital es sorprendido por una patrulla de la guardia personal del príncipe. Para mayor sorpresa del caballero inglés sus integrantes se muestran perplejos por su presencia allí, solo y pescando tranquilamente. Semejante reacción no es para menos puesto que Arthur resulta ser la viva imagen del futuro soberano.
Así da comienzo la historia narrada por Anthony Hope (1863-1933) en su libro "El Prisionero de Zenda", publicado allá por el año 1894. Una novela que pronto gozaría del favor del público por lo que el autor terminó por escribir cuatro años después una segunda parte, "Rupert de Hentzau".
La industria cinematográfica no fue ajena a la oportunidad de recrear en el celuloide una historia de aventuras como ésta, repleta de complots, amoríos, malvados y traidores, luchas e intriga, por lo que ya en el año 1913 vio la luz una primera versión a la que pronto seguirían dos más, una en 1915 y la otra en 1922. Precisamente fue ésta última versión, todavía muda, la que más éxito cosechó de las tres. No por nada al frente del reparto se encontraba el galán Ramón Novarro, quien tres años después interpretaría a Judá Ben-Hur en la película del mismo título.
Ramón Novarro
Una época ésta en la que hacían furor las películas de aventuras filmadas a mayor gloria de Douglas Fairbanks ("La Marca del Zorro", El Ladrón de Bagdad, Los Tres Mosqueteros, Robin Hood,...).
Sin embargo de todas las realizadas mi preferida sigue siendo la versión del año 1937: Ronald Colman, Madelaine Carroll, Douglas Fairbanks Jr., Raymond Massey, Mary Astor, C. Aubrey Smith, David Niven,... Aunque no negaré que la recreación del villano Rupert de Hentzau a cargo de James Mason también resulta memorable.
Bueno, y si se me permite la debilidad, el episodio-homenaje a cargo de Blake Edwards, un auténtico forofo de esta película, en su filme "La Carrera del Siglo" ("The Great Race", Blake Edwards, 1965).
En primer lugar les ofrezco la versión del año 1937 del duelo final entre Rudolf Rassendyll (Ronald Colman) y Rupert de Hentzau (Douglas Fairbanks Jr.) en "El Prisionero de Zenda" ("The Prisoner of Zenda", John Cromwell, 1937), una producción de David O. Selznick.
En versión original
A continuación la escena del duelo en la versión del año 1952, en la que se enfrentan Stewart Granger y James Mason. "El Prisionero de Zenda" ("The Prisoner of Zenda", Richard Thorpe, 1952). Una producción de la Metro Goldwyn Mayer.
En versión original
Personalmente yo me quedo con la versión del año 1937, ¿y ustedes?
Un último apunte. Fue precisamente la conclusión inesperada de este duelo la que sirvió para terminar mi enconada enemistad con el tratamiento del “malvado" en novelas y películas, un sentimiento madurado durante mi infancia y adolescencia. Sin embargo el tiempo me hizo ver cuán errado estaba. Se explicaba por la intención del autor, Hope, de escribir una segunda parte, “Rupert de Hentzau”.
Ahora bien lo que no se me ha quitado todavía es la afición por el cine de espadachines.
domingo, 19 de octubre de 2008
UNA PEQUEÑA LECCIÓN DE ASTRONOMÍA
George Gamow
Sin embargo además de por su calidad como científico destacaba entre sus colegas merced a la reconocida posesión de un gran sentido del humor, cualidad ésta que queda patente en el estilo presente en la redacción de sus artículos y libros. Algunos de estos últimos, “La Creación del Universo” y “Uno, Dos, Tres… Infinito”, fueron publicados en España hace algo más de una década por RBA, en una colección de bolsillo que se vendía con periodicidad semanal.
En el año 1948 envió un artículo a la Revista de Física (The Physical Review) en el cual desarrollaba una teoría sobre la formación de los elementos químicos como consecuencia de una gran explosión inicial, lo que se viene a conocer como Big Bang.
... y ahora algo completamente diferente.
"El Sentido de la Vida" ("The Meaning of Life", Terry Jones, 1983)
Después de haber visionado varias películas sobre la Segunda Guerra Mundial necesitaba, a modo de mecanismo de compensación, un poco de humor, tal y como ya indiqué en un anterior post.
Monty Phyton´s Fliying Circus
martes, 14 de octubre de 2008
LA YEGUA DE LA NOCHE
domingo, 12 de octubre de 2008
EN OCASIONES VEO CLIENTES
AUT CAESAR AUT NIHIL
Como ayer sábado no posteé mi habitual recuerdo musical a continuación subsano esa falta incluyendo un vídeo en el que se muestra a Alfredo Kraus (uno de mis favoritos) cantando "Il mio tesoro intanto" de la ópera "Don Giovanni" de Mozart.
sábado, 4 de octubre de 2008
LAS CIEN PELÍCULAS "IMPRESCINDIBLES"
Como ejemplo de sus hallazgos a continuación les incluyo un vídeo realizado por AlonzoMosleyFBI con un “particular” homenaje a esa costumbre tan anglosajona (y muy en especial estadounidense) de conformar largas listas de películas “imprescindibles”.
Pueden tomarse como un juego el identificar las escenas. La solución nos la proporciona el usuario que subió el vídeo en su blog.
viernes, 3 de octubre de 2008
EVOLUCIÓN
-O está muerto o mi reloj está parado.
Dr. Ergenhofer (Groucho Marx), “Un día en las carreras” (“A day in the races”, Sam Wood, 1937).
El que los Estados Unidos de Norteamérica constituyen en sí una tierra de promisión es algo que a estas alturas ya nadie pone en duda. Lo de que han recogido a gentes venidas de todos los parajes del globo terráqueo además de ser redundante, máxime tras la frase con la que daba inicio a esta narración, suena a algo tan obvio que no merece una mayor atención. En cuanto a que merced a semejante mezcolanza de gentes y caracteres una de las características más relevantes de su sociedad sea su tendencia al asociacionismo no extraña a casi nadie. Ya en el antepasado siglo hacía referencia a ella el novelista francés Julio Verne, más en concreto en su libro “De la Tierra a la Luna”. En una página dada refería que en cuanto dos americanos se conocían formaban un club, uno ocupando el cargo de presidente y el otro como secretario; si por un casual se les unía un tercero al punto era nombrado tesorero.
Juntemos las anteriores evidencias que de tan claras ni merecen ser contrastadas y comprenderemos que gracias a su audaz espíritu hayan dado un paso más allá. Como resultado han acabado instaurando premios de variado tipo y calidad. Precisamente de uno de estos galardones quiero hablar a continuación. A mis oídos llegó por los ojos, extraño procedimiento éste se dirán sin duda para sus adentros, mas no piensen en ningún momento en malformaciones, ni mucho menos en enfermedades congénitas a modo de explicación para semejante fenómeno. Lo que quiero expresar metafóricamente es que lo leí, y que como no me lo acababa de creer acabé repitiéndomelo en voz alta.
Han transcurrido varios años desde aquel entonces, unos seis o siete mal contados, tampoco es que lo recuerde muy bien. El caso es que por aquella época el escritor catalán Quim Monzó ignoraba que se encargaba de amenizarme los domingos desde una página publicada en el suplemento de un diario de tirada regional. Cierta mañana dominical atrajo mi interés con unos comentarios a tres columnas, y dibujito alusivo en el centro, relativas a cierto galardón concedido anualmente por un grupo de científicos norteamericanos: los Premios Darwin.
Se trata de un particular homenaje al padre de la teoría de la evolución, aquel investigador que se enroló como naturalista para disfrutar de un crucero alrededor del mundo. No sé si gozó con la travesía pero sí recuerdo que a bordo de aquel buque, por nombre Beagle, obtuvo las pruebas y los conocimientos precisos para acabar formulando su famosa teoría. Precisamente la que hizo que le acabaran caricaturizando en la prensa seria con cuerpo de simio y cabeza calva y poblada barba blanca, entrado en la venerable vejez. Sin duda sus enfrentamientos con el comandante del barco, un creacionista convencido que creía a pies juntillas, y así lo mantenía, que el mundo había sido creado un domingo veintitrés de octubre, y que desde entonces sólo habían transcurrido unos cinco mil años largos, le hubieran debido servir como advertencia. Mas no se arredró, y ahí lo tienen: yo sólo recuerdo su nombre, el del capitán, muy famoso por aquel entonces en la Marina de Su Majestad, se ha perdido por entre los pliegues de mi memoria.
Ese grupo de científicos pretende honrar con el eminente nombre, ya he explicado su origen, a todo aquel que se haya quitado de en medio, de manera definitiva se entiende, y por supuesto involuntaria, en aras del progreso de la especie. O sea, que se haya sacrificado sin ser siquiera consciente de ello para contribuir a que sus genes no se propaguen más allá de su persona, evitando así el peligro que tal hecho podría suponer para la evolución de la raza humana.
En el artículo Monzó menciona unos cuantos ejemplos acerca de los galardonados en años anteriores, todos fallecidos: dadas las cualidades valoradas por el jurado para ser acreedor a la distinción la concesión se caracteriza por ser siempre a título póstumo. Quizás se lo pudiera considerar como un homenaje a los quince minutos de fama preconizados por Warhol, aunque al no ser consciente de ello el occiso no se encuentra en condiciones de disfrutar en su plenitud de los frutos de dicha fama.
Uno de los casos descritos es el de un abogado canadiense, por nombre Garry Hoy, ganador de la edición del año mil novecientos noventa y seis. Su mérito fue precipitarse al vacío en una forma revestida con unos tintes un tanto peculiares, por no decir rematadamente tonta, desde el piso veinticuatro de un rascacielos de Toronto. Al parecer el hombre pretendía demostrar de una manera contundentemente práctica la resistencia del ventanal de su despacho. El que lo hiciera como lo hizo lo explica a partes iguales su profesión y que los que conformaban el auditorio que asistía a la prueba fueran un grupo de estudiantes de Derecho. En fin, no se le ocurrió nada mejor para alabar la obra del arquitecto que coger carrerilla para con el impulso tomado golpear el cristal con el hombro.
Prosigue Monzó su artículo relatando unos cuantos más, a cual más peculiar; lo suficientemente interesantes como para que yo acabara guardando la hoja en una de mis múltiples carpetas repletas hasta el borde del atracón con recortes de variado tipo.
El caso es que he mencionado todo lo anterior porque, navegando por la telaraña mundial, me he encontrado con un comentario acerca de la celebración de la última edición de estos premios. No sólo resulta característico de este mundo que poblamos que aún se sigan concediendo sino que hay que anotar además que el número de candidatos una vez más haya sido bastante nutrido. Cabe hablar de un ganador, fallecido al igual que la práctica totalidad de sus ilustres predecesores. Permítanme que les robe un poco más de tiempo y emplee éste y un poco de su paciencia para narrarles su caso.
El señor Bernard Hemmings era, pretérito, un actor inglés bien parecido cuya carrera había transcurrido fundamentalmente en el ámbito teatral, concretando más, y desde un punto de vista geográfico, en Inglaterra y alrededores (ese compendio que se acostumbra a denominar más resumidamente como Reino Unido, o, en aquellos momentos especiales en los que la ocasión así lo exige, con el más largo y no menos pomposo de Reino Unido de la Gran Bretaña, Irlanda del Norte e Islas del Canal). Por una casualidad genética fue escogido para participar en una producción televisiva al otro lado del charco. Un hoyuelo perfectamente alargado combinado con un extraordinario parecido con Cary Grant movieron a los productores americanos a escogerle entre cientos de candidatos. Además su extraña manera de destrozar el inglés, habilidad alcanzada con la práctica representando a Shakespeare, les acabó convenciendo de que su elección era la más adecuada. Hay que explicar que la serie pretendía mostrar en cuatro capítulos la vida del genial actor inglés, la de Cary Grant se entiende, del tal Bernard Hemmings y su Ricardo III no habían oído hablar por aquellos pagos, para ellos se encontraba tan hundido en el abismo junto con las penas que pesaban sobre la casa de York como el Titanic.
Pues el tal Bernard a mitad de rodaje se debió enfrentar con unas escenas en las que se pretendía rememorar el rodaje de “La fiera de mi niña”. El director quería recrear su famosa secuencia final en la que el amor triunfaba sobre la ciencia, materializado en el derrumbamiento del esqueleto del brontosaurio. Como actor Bernard era un puntilloso profesional, y deseoso de meterse en el papel no dudó en ensayar en la soledad del estudio, tratando de empaparse con la esencia del personaje. Para sentirlo mejor, tras embutirse en una bata blanca se encaramó en lo alto de la osamenta. Desdeñó el andamiaje por considerar que el contacto directo con el armazón del animal sería más fructífero. Allá arriba esperaba recibir la inspiración suficiente como para revalidar sus triunfos teatrales en las Islas.
Se encontraba revolviendo por allá arriba, a varios metros del suelo, pensando en clavículas intercostales, cuando vio merodear por el plató a un fox terrier. Que un perro de cualquier raza correteara por un plató vacío resultaría desacostumbrado, aún tratándose de los Estados Unidos. Pero en esta ocasión en cambio el que lo hiciera un fox terrier no lo era tanto. Era el can que interpretaba el papel de aquel otro que unos sesenta años antes había traído de cabeza tanto al personaje de Cary como al interpretado por Katherine.
No sabremos nunca con exactitud lo que pasó por la cabeza de este actor, tan lejos de su patria y de sus costumbres ancestrales. Sólo podemos atisbar, o más bien imaginar, lo que motivó su comportamiento. El caso es que imbuido en el espíritu de la genial comedia no se le ocurrió nada mejor que arrojarle un hueso del esqueleto de atrezzo al perrito. Un simple juego que traería aparejadas unas consecuencias inesperadas, o al menos muy distintas a las supuestas por el actor. El bueno de Bernard aferró un pequeño hueso de mentira que sobresalía del terrible espinazo con tan mala suerte que resultó ser el mecanismo disimulado que los encargados de los efectos especiales habían habilitado para provocar el desmoronamiento del conjunto.
Décimas de segundo después, tras una lluvia de huesos rodeando al cuerpo del desgraciado Bernard, los primeros de mentira, y los de Bernard estos sí desgraciadamente verdaderos, acabaron reunidos en desorden sobre el duro suelo varios metros por debajo de su punto de origen. Cuando le hallaron los del equipo de producción una clavícula intercostal del brontosaurio reposaba sobre su pecho mientras el perrito permanecía a su lado meneando el rabo.
Como dijo uno de los miembros del jurado, no sin parafrasear con cierta ironía a Luis XV, el mejor epitafio para alguien así sería: “después de mí, el progreso”.
jueves, 2 de octubre de 2008
CONDENADOS A REPETIR LOS MISMOS ERRORES
“Lo impensable se ha vuelto inevitable”.
Paul Krugman, economista.
La película “Wall Street”, de Oliver Stone, proporcionaba una estampa cruda y visceral de los procedimientos seguidos por los grandes financieros y agentes de mercado durante la exuberante penúltima década del siglo XX. Unos métodos que recordaban vivamente a los practicados por filántropos y financieros como John Pierpont Morgan (“el Pirata”) casi un siglo antes.
La prueba de que pronto algún director volverá a retomar el tema (si es que consigue financiación, a partir de los petrodólares o de los fondos chinos del euromercado, claro) la tenemos en el siguiente vídeo cuya existencia conocí a partir de la columna de Enric González publicada en El País.