“La figura que se recortaba al fondo del muelle no se había movido. Durante un largo instante, el joven permaneció en mitad de la ribera, mirando hacia la bahía labrada por el ir y venir de los veleros, las lanchas privadas, los pescadores y las negras barcazas carboneras arrastradas por la misma visión. Más allá de los grises bastiones de Fort Adams, una prolongada puesta de sol se astillaba en mil fuegos, y el resplandor alcanzó la vela de un laúd que barloventeaba por el canal entre Lime Rock y la costa. Archer, sin dejar de mirarla, recordó la escena de The Shaughraun, y a Montague llevándose a los labios la cinta de Ada Dyas sin que ella se apercibiera de que estaba en la habitación.
“No lo sabe... no lo ha adivinado. Me pregunto si yo notaría que se me acercaba por detrás”, reflexionó; e inesperadamente se dijo a sí mismo “si no se vuelve antes de que la vela cruce Lime Rock, regresaré a la casa”.
La embarcación salía derivando con la marea baja. Se deslizó por delante de Lime Rock, borró la casita de Ida Lewis y cruzó la torreta donde pendía la luz. Archer esperó hasta que un amplio espacio de agua se reflejó entre el último arrecife de la isla y la popa de la embarcación; pero la figura del cenador no se movió.Archer dio media vuelta y ascendió la colina”.
A continuación, en este día que este blog dedica a la música, les ofrezco un vídeo que contiene el arranque así como las primeras escenas de esta película:
El indómito espíritu de Wharton la haría huir de ese mundo de normas y apariencias que era el Nueva York de los arribistas y nuevos ricos (Beaufort) que se codeaban con la "nobleza", representada por los descendientes de los pioneros holandeses (los Van der Luyden), un mundo entretejido por normas estrictas en cuanto a comportamiento y etiqueta, que resultaba sumamente asfixiante para cualquier espíritu que sintiera ansias de libertad.
Esa anteposición del sagrado deber, según las pautas marcadas por los arbiter elegantorum de la época (Larry Lefferts), obligaban a tomar una decisión radical. O someterse o rebelarse, aunque para algunos esta última opción se limitara a recibir periódicos envíos de libros procedentes de sus libreros europeos de ultramar (Newland Archer). La propia autora, que tan bien conocía ese mundo, y que con tanta brillantez lo retrató a lo largo de sus novelas, acabaría abandonando marido (un próspero banquero sumamente aburrido), amigos y país para terminar recalando en la más liberal Europa.
Sobre su vida, la de Wharton, merece la pena leer la autobiografía que escribió, en la que se nos muestran sus andanzas europeas junto a personajes de la talla de Henry James (el autor americano al que podría considerarse más inglés que los propios ingleses, según palabras de G. K. Chesterton, quien, por cierto, también le tenía por un estirado aburrido) y otros miembros del ámbito cultural del viejo continente.
Una buena oportunidad para gozar con el buen hacer de Scorsese, quien logra plasmar con gran delicadeza el ambiente y los personajes salidos de la mano de la autora.