Cuantos le conocían habían procurado quitarle aquella loca idea. Se le aconsejó que la olvidara, que la borrara de su mente; mas sin éxito. No mejor suerte acompañó al abundante peregrinar de familiares y amigos hacia su residencia, en boca de todos el mismo ruego. No podía negarse su constancia y su terquedad, tanto en el caso de los unos como del otro, aunque en él la primera se plasmara desagradablemente en una amplia reserva de la segunda. Nadie conseguía convencerle.
El escritor que habitaba en su interior le urgía a llevar hasta el final su pretensión. No le arredraba el carecer de cualquier clase de conocimiento acerca del tema, ni siquiera que nunca hasta entonces se hubiera planteado seriamente acometer tan descabellada empresa. Aún más, ambas constituían razones de peso para emprenderla cuanto antes. Había leído multitud de textos consagrados a la cuestión, sintiéndose capacitado para iniciar el viaje. Sí, había dedicado muchas noches al estudio concienzudo de las novelas de Verne y Salgari, el "Moby Dick" de Melville, los folletines de piratas de Sabatini, las aventuras de Jack London...; en fin, en su imaginación había circunnavegado varias veces el Globo (como viva muestra varios aretes pendían de su lóbulo izquierdo).
Con pareja maestría e ilusión comenzó a navegar entre los píxeles de su monitor, sorteando tormentas de cursivas y arrecifes suspensivos, rozando cabos finales y huyendo de tribus inamistosas procedentes de islas de blancos márgenes,... Incluso su tez adquirió un tono tostado propio de un genuino lobo de mar. Algunos que le visitaron en aquellos primeros momentos aseguran haber visto una que otra gaviota aleteando cerca de la lámpara, en el brumoso techo.
Uno tras otro transcurrieron los días y la travesía novelada no cesaba en su avance, con el viento hinchando las velas de su creatividad. Acerca de su dureza proporcionaba una buena muestra el hecho de que nadie le hubiera visto salir de su camarote. Salvo algunos amigos y los encargados de avituallarle nadie accedía a la casa.
Y llegó el aciago día en que alcanzaron el previsto cumplimiento los vaticinios desplegados. Como involuntario testigo del desenlace un histérico proveedor de víveres; la causa del sobresalto, un silenciosamente boqueante cuerpo, todo ojos.
El escritor había perecido ahogado. No sabía nadar.
3 comentarios:
Qué buén relato Dexter, me lo he leído dos veces y no tiene desperdicio. Envidia me dais quienes teneis ese don pàra la narrativa, de verdad.
Saludos, me voy al castillo de popa!!
Blas.
Gracias por los elogios.
Un saludo cinéfilo.
No se merecen!
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