Un espacio destinado a charlar acerca del cine, saboreando una taza de café (puede que más), sentados en torno a una mesa. Por el simple gusto de hablar por hablar acerca de una pasión compartida por una reducida infinidad, así nomás como son estas cosas.
sábado, 28 de febrero de 2009
SÁBADO CON SABOR MUSICAL
martes, 24 de febrero de 2009
TÍO OSCAR HOGAN HOLLYWOOD
Hollywood. 1986. Quincuagésima Novena Ceremonia de Entrega de los Premios Oscar. (Permítanme este arranque-homenaje a Sophia Petrillo).
Los organizadores del magno evento acuerdan dejar la presentación de la ceremonia en manos de un triplete de actores, conformado por el propio Hogan, Chevy Chase y Goldie Hawn. Se diría que trataran de compensar al primero por el jet lag contraído a causa del vuelo transoceánico.
“Sed amables, agradecidos y adiós [Be Gracious ... Be Grateful ... and Get Off!]. No digáis yo no merezco el premio de la academia. Si lo creéis así, seguid sentados en vuestra butaca”.
A continuación incluyo el vídeo donde se puede disfrutar mediante el visionado del jocoso parlamento mediante el que el humorista de las antípodas se dirigió a la audiencia (entre el público que prorrumpe en carcajadas se encontrarán a famosos como George Kennedy, Dustin Hoffman y Dennis Hopper). Por desgracia no obtuvo el Oscar (el galardón iría a parar a las manos de Woody Allen) mas no puede negarse que en todo momento mantuvo la más exquisita compostura, o al menos el más genuino de los sentidos, el del buen humor.
Curiosamente en una de mis carpetas de papelotes tenía apuntada la anterior cita desde ya hace unos cuantos añitos. Cuál sería mi sorpresa cuando me puse a buscar documentación adicional y me acabé encontrando, además de con el vídeo de Youtube, con una multitud de blogs en inglés donde se incluía precisamente esta anécdota.
sábado, 21 de febrero de 2009
REVOCANDO "EL LORO AZUL"
THE ARCHERS
miércoles, 18 de febrero de 2009
WINSTON CHURCHILL HABLA ACERCA DE CHARLES CHAPLIN
domingo, 15 de febrero de 2009
MÚSICA PARA AMANSAR LAS MADRUGADAS
CUENTOS DE CINE
Bernardo Atxaga, Francisco Ayala, Rafael Azcona, Alfredo Bryce Echenique, Guillermo Cabrera Infante, Fernando Fernán Gómez, Ángel Fernández-Santos, Julio Llamazares, Juan Madrid, Juan Marsé, Carmen Martín Gaite, José María Merino, Juan José Millás, Justo Navarro, Mario Onaindía, Soledad Puértolas, Rosa Regàs, Osvaldo Soriano, Gonzalo Suárez y MarujaTorres.
Veinte autores. Veinte relatos. Veinte retazos donde el séptimo arte es el protagonista.
En el mes de octubre del año 2005 FNAC regaló a sus clientes un libro recopilatorio titulado "Veinte cuentos de cine", una acción enmarcada dentro de un proyecto para el fomento de la lectura. En el volumen se incluyeron veinte relatos salidos de la creatividad de otros tantos autores, los antes citados. A mis manos llegó ese mismo mes en forma de regalo de un colega, sabedor de que el tema me gustaba lo suficiente como para apreciar el gesto. Y lo cierto es que no se equivocaba para nada.
Hace unos escasos días, revolviendo por la estantería, su lomo me guiñó un ojo y como consecuencia lo extraje de su reposo para volver a releerlo. Mas a pequeños sorbos, escogiendo los relatos sin seguir un orden concreto, y ni mucho menos el marcado por el editor.
El primero que leí, influenciado por el artículo publicado en el EPS que ya comenté anteriormente, fue el escrito por Maruja Torres. Un relato que lleva por título “El Cuarto Hombre”.
Una vez más volvió a mi mente aquella larga avenida de un cementerio vienés, aquel suelo tan duro que los enterradores necesitaban emplear martillos neumáticos para así poder horadarlo, aquella escena rodada con la cámara "fijada en cemento".
Casualmente ese cuento figura en el libro en último lugar. No por nada siempre gusto de empezar los periódicos por la última página.
Otra costumbre.
sábado, 14 de febrero de 2009
APARTANDO LAS CAPAS DE UNA CEBOLLA
“Un film no es más que un sueño que se cuenta, pero un sueño que soñamos todos juntos”.
Jean Cocteau.
-No veo por qué tiene que hacerse el listo, señor Marlowe. Y no me gustan sus modales.
-A mí no me enloquecen los suyos, y no he pedido esta entrevista. Me tiene sin cuidado que no le gusten mis modales, ni siquiera me gustan a mí. Me hacen llorar en las noches de invierno y me importa tanto que se meta conmigo como que se tome la sopa con tenedor. Así que no trate de confundirme.
-Nadie usa ese tono conmigo.
-¡Oh!
Vivian Sternwood (Lauren Bacall) y Phillip Marlowe (Humphrey Bogart),
“El sueño eterno” (“The big sleep”, Howard Hawks, 1946).
En cuantas ocasiones sentía la necesidad de tomar alguna bebida transformaba su hasta ese momento vacío salón en el Café Americain de una Casablanca prefabricada en blanco y negro. A su vera un pianista negro aporreaba un piano color rosa al tiempo que entonaba una canción que desde hacía mucho tiempo él no había vuelto a escuchar. Al fondo huía continuamente de sus captores un hombrecito de ojos saltones dejando tras de sí un rastro con olor a violetas, en busca de un halcón que había robado a unos soldados alemanes quienes portaban consigo unos salvoconductos harto singulares. Quizás aún mantuviera la pretensión de canjear aquella forja de sueños por el vino ofrecido por unas ancianitas que guardaban el paso a su sótano donde, por uno de esos misterios que sólo se dan en contadas situaciones, se desarrollaban las obras del Canal de Panamá.
Si quería aumentar sus conocimientos acerca de la vida salvaje hacía que un leopardo se paseara a los sones de Mozart, por entre los montones de libros que ocupaban buena parte del suelo, meticulosamente embalados en cajas. Una costumbre, la de confinar a los volúmenes, aprendida de un amigo suyo, quien cierta vez le participó el primer error que se comete al instalarse en una casa: comprar una estantería. Grave equivocación donde las haya puesto que detrás de esa pieza se colarán uno a uno de puntillas y de seguido los demás muebles. Tan escueto mobiliario le animaba a jugar con puzzles mientras murmuraba una sola palabra, la pieza única de otro rompecabezas, éste interior, para eterna desdicha de cuantos pudieran oírle pronunciarla, ignorantes de su exacto significado. Entonces se vestía con un salto de cama y perseguía a un perro cuyo mayor afán era romper vestidos femeninos y fracs masculinos, a este respecto el can no hacía distingos por cuestiones de sexo, amén de su pareja afición por esconder clavículas intercostales.
Si lo que ansiaba era aire puro se cogía una caña y un cesto y se acercaba a la orilla de un río próximo a Strelsau, con el ánimo de encontrarse con un borrachín, para más señas heredero al trono, al que corona y prometida le quedaban un tanto grandes. Y qué bien en cambio le sentaban a él tanto los armiños como los brazos de la princesa, aunque la esgrima no constituyera su fuerte, y mucho menos lo de esquivar puñales arrojados con su espalda como último objetivo.
¡Ah!, cada vez que abría la ventana al bullicio de la calle sus ojos no contemplaban el bloque de enfrente, y con él a ese vecino cuya afición era la de asesinar esposas, sino la figura solitaria de alguien llamado Ethan aproximándose desde la lejanía parduzca. Entonces se sentaba en la mecedora y tras varios tragos de whisky acababa recorriendo un río repleto de rápidos y sanguijuelas en compañía de la hermana de un predicador, silbando entre dientes para llamar la atención de una flacucha deslenguada, tal y como ella le enseñó la primera vez que se conocieron, mientras con un tenedor daban buena cuenta de una suculenta sopa.
La simple visión de un tarro conteniendo azúcar le retrotraía a unos tiempos en los que se cuestionaba la democracia suiza, en contraposición con la más interesante y fructífera Italia renacentista. Caminaba entonces por calles mojadas con gatos que sentían una especial predilección por frotarse contra los fondillos de los pantalones, en pos de un amigo que tiempo atrás ocupara el puesto de policía en una ciudad fronteriza. Un amigo al que unas brujas le vaticinaron que un día sería rey y que a causa de ello cayó en la locura y, ya cadáver, en un río, muerto a manos de un imposible mejicano WASP.
O el pasear por un París de decorado donde hasta el papel de las paredes olía a Les Halles, atraído por la verde coloración de la indumentaria de una chica de vida alegre a la que el jefe chuleaba, y que acabaría aprendiendo que una mujer no se debe poner rímel si es que va a llorar. Ni tampoco, y ya que a eso vamos, a dar de beber champán a un perro, aunque tenga por nombre el muy apropiado de Coquette.
Se encontraba, como bien comprenderán, un poco perdido. Mas cuando sentía que la locura le atenazaba, tras rondar en las proximidades, acudía presto a su lado para mitigar los síntomas cierto psiquiatra, un poco disminuido tras su brutal encuentro con un tímido izquierdista, preso por homicidio y condenado a la horca. Y eso sólo cuando no tenía que atender a un tal Archibald Leach quien en algunas ocasiones se metamorfoseaba en un hombretón cuyo nombre auténtico me resulta impronunciable.
En suma, sólo les contaba estas cosas a camareros acodados en barras de todos los tipos y tamaños. Hombres con tatuajes en los brazos que servían Calvados; que nunca acababan contando una historia porque al fin y al cabo siempre era otra que nada tenía que ver con la anterior; que le anunciaban la marcha de chicas que ya hacía horas que se habían ido del lado de uno, y que la mayoría de las veces no se sentaban con sus clientes ni probaban una sola gota de alcohol, aun cuando anunciaran su nacionalidad agitando la bandera del país de la borrachera.
Lo más terrible de cuando se sentía solo era que todo cuanto aquí les narro adquiría una corporeidad tan tangible que hasta en ocasiones su vecina se colaba en el salón a través de la ventana, para cantarle acunando una guitarra canciones que hablaban sobre ríos forjados con rayos de luna. Tampoco le importaba que en otras visitas, llevada por la melancolía, se limitara a narrarle sus propias anécdotas. Como aquella vez que viajó varios años seguidos por las carreteras de Europa en compañía de su entonces marido, sin que este último cambiara en absoluto al cabo de tantas idas y venidas. O aquella otra, siendo todavía una niña, en la que había espiado a los asistentes a una fiesta celebrada en la mansión en la que su padre ocupaba el puesto de chófer, secretamente enamorada de uno de los hijos de la adinerada familia. Siempre la escuchaba, aunque al fin y al cabo no fuera más que otro fruto de su íntimo deseo de no sentirse tan solo.
Mas llegó el día en el que debió dejarlo todo atrás. El día en que el cantante contrajo una pulmonía por cantar y bailar con el paraguas cerrado bajo un aguacero. El día en que el eterno aventurero, gigante de seis pies, murió por un cáncer estúpido contraído más estúpidamente todavía mientras encarnaba a un líder mogol poco creíble. El momento en que la mujer que tomó el avión hacia Lisboa sintió cómo su brazo se hinchaba, arrebatándole de a pocos la luz de gas que ya había perdido cierta noche en la ciudad de la luz. Sí, el día en que chorreando bajo la lluvia se despidió de la Venus personificada en bailarina de flamenco.
Así que cerró la puerta de su vida tras él, se caló el bombín y con el paraguas cuidadosamente plegado se decidió a proseguir su camino en sociedad. Como único equipaje para su viaje de errabundo apátrida la sabiduría propia de un jardinero con un parterre de sueños a su cargo.
martes, 10 de febrero de 2009
UN MILLAR DE FUEGUITOS
"Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.- El mundo es eso - reveló-. un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con la luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay gente de fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas; algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman, pero otros arden la vida con tantas ganas que nose puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende".
"El Libro de los Abrazos", Eduardo Galeano.
lunes, 9 de febrero de 2009
LA SONRISA QUE PERMANECE: AUDREY HEPBURN
El pasado domingo me aguardaba en esa página seis una sorpresa muy agradable. Un texto que llevaba por título “Llorar de Audrey”, y que como bien se entenderá, versaba sobre Audrey Hepburn.
Acá les dejo un vídeo que me he encontrado por Youtube, un homenaje que una desconocida (Bea 142) había preparado hace ya un tiempo.
Si disponen de la ocasión les recomiendo (como lector de Wilde no osaría aconsejar) que a modo de complemento lean el artículo mencionado. Ya sin más les dejo en la compañía de las sonrisas de Audrey, de sus sonrisas y de la música compuesta por Charles Chaplin.
domingo, 8 de febrero de 2009
¿TARTA? ...VAS (F)HARTATE
En el principio una tarta de crema surcó los aires, sin música de Strauss, aún era la época de las "silent movies", en tiempo real, nada de dieciocho fotogramas por segundo,... Sea la desternillante risa...
Como fuera que la cámara no se había perdido detalle del esponjoso impacto del postre contra la cara de Turpin ni tampoco de la subsiguiente reacción, una mezcla hasta cierto punto lógica de desconcierto, estupor y no escasa turbación ante un ataque tan inesperado, parpadeo incluido, quedaron impresionados en el celuloide los gestos que se dibujaron sobre el rostro del involuntario receptor, bajo los chorretones de merengue que le corrían por ella para acabar cayendo sobre pecho y suelo.
De una forma tan simple cómo la expuesta fue como se descubrió una de las más peculiares formas para provocar la risa incontenible de los espectadores.
Príncipe Hapnick: [tastes pie] Umm... brandy! Throw more brandy, throw
brandy! More brandy! Brandy![Gets hit again with a pie]Príncipe Hapnick: Umm... rum! I never mix my pies!
Ante la posibilidad del todo punto lógica de que tras haber visionado la escena previa hayan sentido cómo en el interior de su cabeza ha empezado a madurar la idea de organizar su propio homenaje cinematográfico a continuación les incluyo una receta culinaria, redactada con la inestimable ayuda de un buen cocinero, y, a qué negarlo, aún mejor amigo.
- 6 huevos (separando yemas y clara),
- 160 gramos de mantequilla,
- 22o gramos de azúcar,
- 1 tableta y media de chocolate derretida,
- 110 gramos de harina,
- 150 gramos de mermelada de albaricoque,
- esencia de vainilla.
Para el glaseado:
- 150 gramos de chocolate,
- 150 gramos de azúcar en polvo,
- 6 cucharadas de agua.
Preparación:
Se elabora una crema utilizando la mantequilla y la mitad del azúcar. Se añade el chocolate derretido, la esencia de vainilla y la yema de huevo, sin dejar de batir en ningún momento.
Se baten las claras a punto de nieve, se añaden a la mezcla anterior muy lentamente y después se vierte la harina.
Se coloca en un molde que a modo de paso previo se habrá untado con mantequilla y espolvoreado con harina y se introduce en el horno durante una hora.
Se extrae del horno y se deja enfriar. Cuando se encuentre frío se corta en sentido transversal y se une con un poco de mermelada. La mermelada que nos reste se calienta a su vez y se extiende sobre la superficie y los bordes del pastel.
En lo que se refiere al glaseado se mezclan chocolate, azúcar y agua. Se calienta todo al baño maría, sin dejar de remover la mezcla hasta que adquiera un aspecto liso y brillante.
Para terminar se recubre toda la superficie con el chocolate, se deja enfriar y ... a emplatar.
Puede servirse acompañado de nata montada, presentada en un recipiente aparte. A este respecto si el uso que se le va a dar es el de ingenio balístico puede decorarse la superficie superior con dicha nata. Hay que recordar que el efecto cómico es directamente proporcional al espesor de dicha capa de nata.
Advertencias finales:
- No desestimen el alto potencial destructivo de algo tan aparentemente inofensivo, por sabroso que pueda parecerles.
- G. K. Dexter (de ahora en adelante el autor) declina cualquier responsabilidad relacionada directa o indirectamente con cuantas demandas civiles puedan interponerles los involuntarios receptores de sus tartas.
- El autor tampoco se responsabiliza de los daños, perjuicios o cualesquiera otras consecuencias que pueda llevar aparejada la puesta en práctica de lo mostrado en este "post", bien sea por omisión, dolosamente o con muy mala (pero que mucho) intención.
- Esto sólo es un divertimento.
- Las Autoridades Gastronómicas de mi país certifican fehacientemente que no se ha empleado alguna clase de aditamento prohibido por la vigente normativa sanitaria, ni tampoco ingredientes bien artificiales o bien artificiosos, tales como nitrógeno u otros similares, durante la totalidad de la redacción de la presente receta.
- Un último consejo: simplemente disfrútenla... ¡Bon appétit!
sábado, 7 de febrero de 2009
CUANDO LOS DRAGONES SUSURRABAN MELODÍAS BAJO LAS ESTRELLAS
En este día que este cafetín dedica a la música variamos un tanto el estilo. Hoy es el jazz el que nos visita de la mano de Dexter Gordon y Herbie Hancock. A la dirección Bertrand Tavernier.
Simplemente cierren los ojos y disfruten. Existen momentos, únicos, en los que las propias palabras sobran…
jueves, 5 de febrero de 2009
CHABROL HABLA SOBRE CINE
Sin ahorrarse ironía y acidez cuando considera precisa su presencia, el director francés va desgranando paso a paso todas las fases necesarias por lo que resulta un interesante complemente para otro libro ya posteado en este mismo blog, "Así se hacen las películas" de Sidney Lumet.
miércoles, 4 de febrero de 2009
APOSTILLAS AL POST "UN ESPAÑOL EN LA CORTE DE KANE"
Acá les dejo el enlace a esta página.
Por cierto, uno de los artículos está dedicado precisamente a don Fortunio Bonanova.
Fortunio Bonanova junto a Sidney Toler en "The Red Dragon" (Phil Rosen, 1945), una película de la larga serie con el detective Charlie Chan como protagonista
martes, 3 de febrero de 2009
UN ESPAÑOL EN LA CORTE DE KANE
Para todos los quizás expuestos sólo cabe dar una respuesta negativa. Nada de todo lo antedicho se acerca a la realidad porque, ante ustedes va a hacer su aparición quien fue Don Juan sin serlo realmente, alguien que medró en las Américas sin ser descubridor o colonizador. Ante ustedes, respetables lectores, el señor don Josep Lluis Moll.
¿Y ese cicatero silencio? ¿Dónde se han quedado los bien merecidos aplausos? Vamos, vamos, no muestren de esa manera su desconsideración. Vamos, vamos…
El error cometido por quien pasaría por ser un presentador devenido a imprevisto demandante de un nuevo empleo recae en algo tan simple como el no haber empleado el nombre “auténtico” del homenajeado que les saluda con la mano ahí mismo, bajo los focos instalados sobre el improvisado escenario de este cafetín. Un nombre éste que les evocará más de un recuerdo: Fortunio Bonanova; ya quedaba muy claro en “Ha Nacido una Estrella” (“A Star is Born”, William A. Wellman, 1937) que en el caso de los actores lo primordial resulta ser su nombre artístico, hasta el punto que termina por sepultar al suyo verdadero.
Este mallorquín, palmesano para más señas, vino a este mundo cuando el antepasado siglo estaba a punto de convertirse al cabo de unos pocos años en el inmediato pasado, más en concreto en el año 1896.
Desde joven, a una tierna edad como acostumbra a decirse, ya sintió una gran afición por las vertientes más artísticas de la existencia, y como prueba de ese interés el primer campo que le atrajo poderosamente fue el del canto. Concluidos sus estudios en el Conservatorio de Madrid, así como otros de perfeccionamiento que también cursó en la misma ciudad, principió una carrera como barítono que acabaría por arrastrarle a efectuar varias giras durante las que recorrió diversos países europeos.
Permítanme un pequeño inciso. Por aquella misma época los pioneros del cinematógrafo en nuestro país alcanzaban un prestigio y una profesionalidad merced a los cuales no existía motivo alguno para sentir envidia por sus homólogos franceses. Ya despuntaban (que recitaría Don Mendo) por estos pagos cineastas de la talla de Segundo de Chomón (Teruel, 1871 – París, 1929) o Fructuoso Gelabert (Barcelona, 1874 – ídem, 1955).
Al primero se le deben innovaciones técnicas tales como el “carrello”, posteriormente denominado “travelling”, o los ingeniosos efectos especiales mostrados en la película “Cabiria” (Giovanni Pastrone, 1914), erupción volcánica incluida, en cuyo rodaje participó realizando labores de operador.
Respecto al segundo pasa por ser el que filmó la primera película española dotada de argumento, una producción que llevaba por título “Riña en un Café” (1897), un tema muy hispánico, por otro lado, y que ocupaba unos veinte metros escasos de película. Si se considera que un rollo alberga unos trescientos metros de celuloide lo que a la velocidad de proyección actual de veinticuatro fotogramas por segundo, durante la primera época del cine la velocidad de arrastre era de dieciséis a dieciocho fotogramas por segundo, se corresponde con unos diez minutos de película, esto basta para imaginarse que la riña debió ser bastante breve. Si se obvia la presencia de un argumento el honor pasa a recaer sobre “Plaza del Puerto en Barcelona” (1896), aunque esta careciera de una historia propiamente dicha.
De la capacidad de Gelabert, y de su tenacidad, nos ofrece una buena prueba el hecho de que tras adquirir una cámara Lumiére en el año 1897, ni corto ni perezoso la desmontó para estudiarla, logrando al poco construir la suya propia. Era la primera vez que en nuestro país se hacía algo parecido.
Naturalmente la idiosincrasia francesa impidió que durante los actos del centenario del cine, con motivo de la conmemoración de la primera proyección que tuvo lugar en París el 28 de diciembre de 1895, se hiciera referencia alguna a las destacadas aportaciones de estos dos pioneros.
Mas cerremos el inciso y retornemos de nuevo a Fortunio Bonanova. Su espíritu emprendedor termina por empujarle a participar en una producción cinematográfica, en una época en la que esa industria pretendía consolidarse en nuestro país.
Y allá que nos encontramos a Fortunio en un papel protagonista a las órdenes de Ricardo de Baños mientras que el hermano de éste, Ramón, se ocupaba de la fotografía.
Dada la calidad y la profusión de medios puestos a su disposición la película alcanzó un gran éxito, al que no resultó ajena la gran presencia de exteriores, característica esta muy poco habitual durante esa primera época, si bien también contaba con los consabidos interiores rodados en los Studio Films.
Con el subtítulo añadido de “El Castigador Castigado” (¿la mano de la censura eclesiástica?) se acabaría por estrenar primero en Barcelona en octubre de 1922 y al cabo de dos años en la capital, Madrid, un 27 del mismo mes.
De forma un tanto inexplicable tras el gran éxito alcanzado en su primera incursión en el mundo del cinematógrafo Fortunio decide alejarse de las cámaras y retornar al canto. Así es como tras pasar una breve temporada en Méjico acabará por instalarse al otro lado del océano (ahora mero charco), en los Estados Unidos. Allí, tras unas primeras incursiones en el teatro terminará por consolidar su carrera cinematográfica, mas sin dejar de lado en ningún momento el amor profesado al género lírico.
Mas en el caso de Fortunio Bonanova el hablar de sólo un par de facetas no bastaría para describir el cúmulo de inquietudes que le empujaban a emprender de continuo nuevas empresas. Cual un espíritu renacentista, amén de bastante inquieto, destacaría también en otros campos, siendo escritor, bailarín, periodista e incluso empresario. No sólo escribió dos novelas, cinco obras de teatro y varias operetas sino que entre sus amigos se contaron personalidades de la talla de Jorge Luis Borges, junto a quien llegó a colaborar en una revista.
Como tantos otros murió lejos de España, en la California que le acogió, el 2 de abril de 1969, no sin antes haber rodado una película en nuestro país a las órdenes del mismísimo Jesús Franco: “La Muerte Silba un Blues” (1962).
No quiero dar por concluido este pequeño homenaje sin referirme muy brevemente a la filmografía americana de Fortunio Bonanova. En ella encontramos varios títulos entre los que destacan “Cinco Tumbas al Cairo” (“Five Graves to Cairo”, Billy Wilder, 1943), su caracterízación del general Sebastiano; el maestro de canto de la segunda esposa de Charles Foster Kane en “Ciudadano Kane” (“Citizen Kane”, Orson Welles, 1941), “El Signo del Zorro” (“The Mark Of Zorro”, Rouben Mamoulian, 1940), “Perdición” (“Double Indemnity”, Billy Wilder, 1944) y “El Precio de la Muerte” (“The Running Man”, Carol Reed, 1963).
Ahora sí. Aplaudan, por favor…
domingo, 1 de febrero de 2009
YO VISIONO ETB Y TV3 EN LA INTIMITAT
Sin más aquí les dejo tres vídeos donde el séptimo arte posee la condición de protagonista absoluto.