"Un, Dos, Tres" ("One, Two, Three", Billy Wilder, 1961)
Un espacio destinado a charlar acerca del cine, saboreando una taza de café (puede que más), sentados en torno a una mesa. Por el simple gusto de hablar por hablar acerca de una pasión compartida por una reducida infinidad, así nomás como son estas cosas.
viernes, 31 de julio de 2009
ALFILERAZOS FOTOGÉNICOS (XIII): EL CONDE OTTO VON DROSTE SCHATTENBURG
"Un, Dos, Tres" ("One, Two, Three", Billy Wilder, 1961)
miércoles, 29 de julio de 2009
MIS ESCASOS BIENES A CAMBIO DE UNA ESPADA, ... AUNQUE SÓLO SEA DE MADERA
"La Marca del Zorro" ("The Mark of Zorro", Fred Niblo, 1920)
domingo, 26 de julio de 2009
CONVERSACIONES EN UNA ESCALERA
ENTREVISTA AL DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA JAVIER AGUIRRESAROBE EN "BABELIA"
- Entrevista a Javier Aguirresarobe publicada en el Magazine de "El Mundo", el 14 de septiembre del 2008.
- En la Wikipedia (si es que en el fondo uno es un "emigrante" friki), con un listado de su nutrida filmografía.
Para terminar un par de ejemplos de su labor:
Spot para Saturn
"Beltenebros" (Pilar Miró, 1991)
sábado, 25 de julio de 2009
SÁBADO MUSICAL: "BATMAN BEGINS"
SÁBADO MUSICAL: "NOT THE MESSIAH (HE’S A VERY NAUGHTY BOY)"
Eric Idle canta "A Fair Days Work For A Fair Days Pay", tema perteneciente a "Not the Messiah (he´s a very maughty boy)", el musical basado en "La Vida de Brian" ("Life of Brian", Terry Jones, 1979) con música compuesta por John Du Prez y letras del propio Eric Idle.
ALFILERAZOS FOTOGÉNICOS (XII): LA NEGATIVA DEL DIABLO
Su Excelencia (Laird Cregar) y Henry Van Cleve (Don Ameche) en "El Diablo Dijo No" ("Heaven Can Wait", Ernst Lubitsch, 1943)
sábado, 18 de julio de 2009
SÁBADO MUSICAL: CANTATA DE LAS NUBES DE TORMENTA DE ARTHUR BENJAMIN
ALFILERAZOS FOTOGÉNICOS (XI): NOODLES SONRÍE DE NUEVO
Noodles (Robert de Niro) en la escena final de "Érase una vez en América" ("Once upon a time in America", Sergio Leone, 1984), sonriendo mientras suena el tema musical compuesto por Ennio Morricone.
sábado, 11 de julio de 2009
SÁBADO MUSICAL: OLD TIME ROCK AND ROLL
“Risky Business” (Paul Brickman, 1983)
lunes, 6 de julio de 2009
UN TABLÓN CON VISTAS
[En el capítulo anterior los prisioneros malviven lo que les resta de existencia. Les han trasladado al Deméter, en cuya cubierta permanecen maniatados, a la espera del final que los filibusteros les tienen preparado. El tablón que han clavado en una de las bordas no permite albergar muchas dudas acerca de su naturaleza].
Dibujo de Howard Pyle
Para conjurar las nacientes tinieblas nuestros captores encienden unos fanales que iluminan la cubierta por medio de una luz verdosa y espectral.
Cuentan algunos marineros que cuando te encuentras a punto de ahogarte, cuando tus pulmones ávidos del oxígeno vital tratan incluso de arrancarlo del agua que te rodea, recibes la visita de una mujer de vaporosas vestiduras, y que por entre los mechones de su aleteante cabellera podrás entrever unos ojos profundamente verdes, de un verde más refulgente que el de las esmeraldas.
Esa es la señal de que tu fin se aproxima.
Una vaharada a grasa de cerdo penetra en mis fosas nasales. Ante mí distingo unas toscas botas: el contramaestre.
Su contrariado aspecto denota que el botín es mucho más exiguo de lo que esperaba. Una parte y media de nada, lo que le corresponde en buena ley, no es mucho para compensar los riesgos inherentes al saqueo. Como ecónomo del buque sabe bien que no resulta un negocio rentable el asaltar navíos para no obtener recompensa alguna.
A un ladrido suyo dos de entre ellos levantan en vilo al señor Pond, las manos reciamente atadas, arrastrándole por fuerza hasta el tosco mirador. El pobre hombre se tambalea un segundo, inestable, a punto se encuentra de perder el equilibrio. Mas todavía es demasiado pronto, no ha comenzado la diversión.
Uno de los filibusteros, más osado que sus compañeros, le pincha levemente el costado con la punta de su sable. A decir verdad esa precaución resulta innecesaria, ya de su brazo herido mana un riachuelo rojizo que termina por desembocar sobre la crispada superficie del océano.
Él será el primero…
Entonces, como si hubiera sacado fuerzas de lo más profundo de su pecho el señor Pond profiere un grito, un alarido, el epitafio a inscribir sobre su mausoleo de espuma:
-¡¡¡Código de Galibor!!!
Al oír estas tres simples palabras los filibusteros enmudecen. Un pistoletazo hiende la lluvia, la luz verdosa, las risotadas…; le sigue una voz gutural propia del rodar de la mar al retirarse sobre una playa repleta de guijarros.
-¡¡Quién osa invocar el código?? ¡¡Qué hijo de inmunda perra se atreve en mi presencia a mencionar el Código??
Al punto palidecen los filibusteros, bañados en el más genuino terror. Algunos se echan a un lado para formar un corredor y, allí, a través del hueco formado, surge la imponente figura del capitán Van der Dertien.
Había escuchado muchas historias acerca del vesánico pirata, mas aun y así nada de cuanto había oído relatar me había preparado para la visión que mis ojos estaban contemplando.
Bajo la fina llovizna se erige un hombretón descomunal. Su altura bien puede alcanzar los siete pies , tremenda estatura que difícilmente cubre una raída casaca de capitán de la Marina de Su Graciosa Majestad. En la pechera del uniforme un costurón toscamente remendado, bordeado por un mancha negruzca, restos de pólvora sin duda, proporciona una idea bastante aproximada acerca de cuál había sido el destino de su anterior propietario. Cruzadas sobre el ancho pecho dos cananas de cuero en las que descansan bien sujetos seis pistolones, el séptimo, aún humeante, lo aferra con su nudosa mano derecha: exactamente uno menos que el legendario capitán Morgan.
A medida que los escalofríos me recorren voy elevando la vista hasta que puedo contemplar su rostro. Jamás lo olvidaré…
Los ojos inyectados en sangre. Su faz arrugada por la ira más indómita. La boca una cuchillada sanguinolenta. La cabeza, completamente rapada, tocada con un tricornio ladeado. El capitán Harmen Van der Dertien “el Javanés”.
Se acerca muy lentamente, paso a paso, la mirada fija en el señor Pond, como una serpiente que se aproximara reptando, presta a lanzar su ataque mortal. Y cuando ya se encuentra junto a la borda, a un paso del desdichado, le susurra:
-¿...Quién osa invocar el código?
Miro al señor Pond quien, a pesar de la súbita aparición, permanece firme, cimbreándose sobre la tabla, soportando la sibilante mirada.
-¿Tú?
-Sí, ¡yo!
-Con éste…
-Tres cabos. Tres aretes. Tres historias. Tres vidas…
Un rumor a oleaje recorre la cubierta. El capitán remueve su cabeza y el arete que cuelga en su oreja derecha brilla bajo la luz verdosa procedente de los fanales. Su rostro, antes cárdeno, palidece. Se diría que una mano invisible lo fuera cubriendo con un sudario.
Entre los marinos que recorren los siete mares existe una hermandad más antigua y más firme que cualquier otra. La componen aquellos de entre ellos que habían logrado vencer la empresa de doblar al menos uno de los tres grandes cabos. Mas dentro de esa hermandad existen escalafones y, en el más alto de todos, en la cúspide, se encuentran los que habían dominado el triplete.
A los pies del señor Pond, sobre el tablón, brillando sobre aquel cadalso, reposan tres aretes dorados, tintos de sangre, que prueban su pertenencia a ese reducido grupo de indomables.
El capitán Van Der Dertien, ajeno al revuelo orquestado por su tripulación, fija de nuevo sus ojos en los del señor Pond. Algún cambio ha sufrido su rostro. Donde antes sólo se percibía un espíritu endemoniado ahora brilla cierta luz, muy tenue. Muy lentamente pronuncia una frase, más bien la susurra: