-¿Pero es que ni siquiera estarías dispuesto a saltarte la ley, Tomás, para perseguir al mismísimo diablo?- le pregunta Enrique VIII (Robert Shaw) a Tomás Moro (Paul Scofield).
-Nunca- responde Moro-. Porque cuando el diablo se vuelva contra ti y seas tú entonces el perseguido, ¿dónde te refugiarás?, ¿dónde te pondrás a salvo si tú mismo has echado abajo la ley que te protege?
-Nunca- responde Moro-. Porque cuando el diablo se vuelva contra ti y seas tú entonces el perseguido, ¿dónde te refugiarás?, ¿dónde te pondrás a salvo si tú mismo has echado abajo la ley que te protege?
¿Cuánto sería capaz de sacrificar un ser humano una vez enfrentado a la disyuntiva de de decidir entre dos lealtades contrapuestas, de una parte la mantenida hacia su rey y de otra la obligación de acatar la voluntad del Papa de Roma? Y, una vez enfrentado a este terrible dilema, ¿por cuál de ambas inclinarse? Las respuestas para ambas cuestiones se encuentran en la recreación cinematográfica de obra teatral de Robert Bolt (quien se encargaría a su vez de escribir el guión) que dirigió Fred Zinnemann, “Un Hombre para la Eternidad”.
Ciertamente, esta película nos muestra el dilema de un hombre dividido entre dos lealtades: la historia del canciller sir Thomas More y sus enfrentamientos con Enrique VIII, pugnas cuya razón de ser hay que buscarla en las ideas acerca de la religión plantadas por este monarca, precisamente las que condujeron al definitivo cisma de la Iglesia Anglicana. Unas controversias que a su vez convirtieron en franca animadversión la amistad que ambos personajes históricos mantenían antes, siendo el detonante final que causó la ira del monarca la oposición frontal del canciller a la pretensión de Enrique VIII de divorciarse de la que por aquel entonces era su entonces esposa, Catalina de Aragón.
Se nos muestra la farsa que supuso el juicio subsiguiente, punteada por las brillantes intervenciones de sir Thomas, juicio durante cuyo transcurso hubo de defenderse de la acusación de alta traición, mantenida por unos jueces que seguían las consignas de quien hasta entonces se consideraba su amigo.
Y finalmente se nos muestra su ejecución una vez declarado culpable de los cargos que se le imputaban. Como reo de alta traición la sentencia dictada le condenaba a ser ahorcado (“to hang by the neck until die”), sin embargo la intervención compasiva del rey le ahorró el ultraje de morir como un villano cualquiera, siendo sustituida esta fórmula por la del degollamiento, más acorde a su condición social. Al respecto de esta muestra de lo que denominaríamos gracia real sir Thomas More, una vez en el cadalso, exclamó: “¡Que Dios guarde a mis amigos del perdón del rey!”.
PELÍCULA: "Un hombre para la eternidad" ("A man for all seasons", Fred Zinnemann, 1966). Interpretada por Paul Scofield, Wendy Hiller, Leo McKern, Robert Shaw, Orson Welles, Susannah York, Nigel Davenport, John Hurt, Corin Redgrave.
NOTA ADICIONAL: en la sexagésima novena edición de los Oscar (1966) su protagonista, Paul Scofield, obtuvo el galardón al mejor actor protagonista por su interpretación de sir Tomas Moro, una del total de seis estatuillas que recibió esta recreación histórica durante la ceremonia de aquel año. Las otras correspondieron a las categorías de mejor película, mejor director (Fred Zinnemann), mejor guión (Robert Bolt), mejor dirección de fotografía (Ted Moore) y mejor diseño de vestuario (Elizabeth Haffenden y Joan Bridge).
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