Corre por las plateas de los teatros una anécdota cuyo protagonista es el legendario actor sir Laurence Olivier, quien tantas veces encarnó a lo largo de su carrera a los protagonistas de las tragedias y dramas shakesperianos. Sumido en la preocupación por causa de su ignorancia acerca de cuál sería la mejor forma de interpretar con convicción el grito de muerte del Rey Lear no alcanzaba a saciar su afán perfeccionista con ninguna de las recreaciones que intento tras intento llevaba a cabo.
Sus dotes actorales se le figuraban insuficientes para mostrar el sufrimiento implícito en el transcurso de los últimos instantes vitales del monarca traicionado por sus hijos. Puesto a pensar y a repensar, y cuando ya estaba casi a punto de abandonar la esperanza de proporcionar al acto una desgarradora autenticidad, se le ocurrió la forma exacta para interpretarlo.
En lo que se basó fue en el método mediante el que los inuits daban muerte a las martas. Sabida por esta etnia cuál es la fiereza de estos animales resulta vital para los cazadores, por motivos de seguridad, mantenerse lejos de sus fauces puesto que a su dentadura se la puede calificar como agudamente afilada.
Para salvar la contrariedad referida desde tiempos inmemoriales acudían a un sistema muy ingenioso y al tiempo, a qué negarlo, bastante cruel, aunque sumamente efectivo. Primero espolvoreaban un puñado de sal sobre la nieve. A continuación aguardaban con paciencia a que una marta se aproximara a ella. Cuando impelida por su naturaleza la marta comenzaba a dar lametones a la salada nieve al punto quedaba adherida a ella merced a la humedad. Como consecuencia, a pesar de cuantos intentos por soltarse pusiera en práctica, ya resultaría ser demasiado tarde para poner en práctica la huida pues le resultaba imposible zafarse. Además en ese estado tampoco podría presentar defensa alguna ante cualquier atacante. Ese era justo el momento que sus captores aprovechaban para caer sobre ella armados con palos, al amparo de la seguridad prestada por la salada trampa.
El terrible chillido proferido por el animal atrapado, indefenso bajo la lluvia de golpes, sin posibilidad de defenderse de las acometidas de sus atacantes, su lengua pegada a la nieve a causa del contacto con la sal húmeda, fue el que precisamente adoptó sir Laurence Olivier para su interpretación de la muerte del Rey Lear de William Shakespeare.
2 comentarios:
Hola Dexter!
Realmente, Sir Lawrence Olivier era un magnífico actor, además curtido en la escena teatral, lo cual era perfecto para los protagonistas inolvidables que interpretó en la pantalla grande. Sin embargo, ese aura trágica y melancólica que le daba a todas sus interpretaciones dramáticas, como en el caso de Max de Winter, o Heatcliff, no me acaban de gustar. Esas miradas perdidas de desesperación me resultan muy teatrales. Lo prefiero mil veces en sus papeles posteriores, mucho más mayor, en los que imprime una madurez impresionante a sus personajes, como en el caso de Craso en "Espartaco", o Simon Wiesenthal en "Los niños del Brasil". Y me encanta dándole la réplica a M.Monroe en "El Príncipe y la Corista".
¡¡Saludos!!
Blas.
Por algún estante tengo pendiente su "Ricardo III" cinematográfico (y un post al respecto).
Además de las mencionadas, ¿recuerdas una serie británica (of course) sobre los últimos años del vodevil (principios del pasado siglo XX) en la que participaba Olivier? Yo tengo su título en la punta de la lengua...
Bueno, y también su Lord Marchmain de "Retorno a Brideshead", título ya visitado en El Loro Azul.
"Si se pudieran embotellar los recuerdos, como los perfumes..."
Un saludo cinéfilo.
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