Un espacio destinado a charlar acerca del cine, saboreando una taza de café (puede que más), sentados en torno a una mesa. Por el simple gusto de hablar por hablar acerca de una pasión compartida por una reducida infinidad, así nomás como son estas cosas.

Bienvenidos a mi hogar. Entren libremente. Pasen sin temor. ¡Y dejen en él un poco de la felicidad que traen consigo!

martes, 30 de diciembre de 2008

LOS MEJORES DESEOS...






... para el nuevo año que está a punto de comenzar.


Un saludo cinéfilo,

G. K. Dexter

Y durante el 2009 ... hablaremos de cine.




Y para culminar con un buen sabor de boca ahí van un par de perlitas.

En primer lugar una maravillosa muestra de cómo filmar una escena manteniendo a cuatro personajes dentro del mismo plano. Dirección a cargo de Orson Welles, fotografía de Gregg Toland, guión de Hermann Mankiewicz e interpretaciones de Orson Welles, George Coulouris, Everett Sloane y Joseph Cotten.
Una auténtica delicia.



"Ciudadano Kane" ("Citizen Kane", Orson Welles, 1941)



En segundo lugar, una hilarante escena de la serie "Caída y Auge de Reginald Perrin", especialmente dedicada a los agoreros impenitentes que padecen una equivocada variedad falsa del complejo de Cassandra.
Risas provenientes de otra época...





¡Feliz entrada en el 2009 para todas y todos!


domingo, 28 de diciembre de 2008

PONGA UN GENIO EN SU VIDA



"[...] nos hemos metido en un desorden colosal, cometiendo errores garrafales, en el control de una máquina delicada cuyo funcionamiento no entendemos".

Escrito por John Maynard Keynes en el año 1930.



"Aladín" ("Aladdin", Ron Clements, John Musker, 1992)

LA CAJA GEIST



Con viento del oeste, a las 21.25 horas, hora de la Costa Oeste, una noche sin luna del mes de febrero de 1942, muy posiblemente un ocho de febrero, un submarino de la Kriegsmarine salió a la superficie a una milla escasa de la costa californiana.
A las señales luminosas enviadas con el blinker (dos ráfagas largas y una corta, una ráfaga corta, dos cortas, tres cortas, una larga) les dieron réplica otra serie igual desde el continente.
Al cabo de un escaso cuarto de hora por entre la negrura que rodeaba el sumergible emergió la silueta de un bote hinchable con un único ocupante a bordo. Una figura corpulenta que protegía con sumo cuidado un petate de hule que portaba colgado del hombro.
Algunos miembros de la dotación le ayudaron a ascender a cubierta mientras otros compañeros se ocupaban de la labor de plegar la furtiva embarcación con celeridad y maestría. La actividad frenética desarrollada en cubierta se extendió durante no más de un par de minutos, al cabo de los cuales tanto el inesperado pasajero como los miembros de la tripulación desaparecieron en las entrañas del submarino que ya había iniciado la maniobra de inmersión.


Tras varias semanas de navegación el sumergible acabó por atracar en su base de la Rochelle, en La Pallice. Desde allí el misterioso correo y su aún más misteriosa carga partieron en un convoy fuertemente escoltado por efectivos de las Waffen S.S. (Schutzstaffeln) a cuyo frente se encontraba el obersturmbannführer Otto Skorzeny, apenas restablecido de las heridas sufridas en combate en el Frente Oriental.
El destino final de la columna no era otro que Wolfsschanze, la Guarida del Lobo, en Gireloz (Prusia Oriental). Más en concreto los aposentos privados del mismísimo führer.
El mayor de los secretos había rodeado en todo momento el desarrollo completo de la que había sido bautizada como Operación Geist (=Sombra).


Mas, ¿qué clase de objetos podían estar dotados de semejante importancia como para movilizar a tantos hombres? ¿A qué tantas precauciones durante el traslado de la extraña mercancía?
La respuesta a esta pregunta sólo la conocían cuatro hombres: el agente infiltrado, un oficial del S.D. (Sicherheitsdienst = servicio de seguridad); el máximo responsable del S.D., el S.S.-Obergruppenführer Reinhard Heydrich (Reichsprotektor de Bohemia y Moravia y director del R.S.H.A., el organismo dependientes de las S.S. que aglutinaba al S.D., la Gestapo y la Kripo); el Reichsführer-S.S. Heinrich Himmler (su superior) y, por supuesto, el propio Adolf Hitler.


El avance de los aliados sobre Alemania motivó que en el mes de noviembre del año 1944 la secreta mercancía fuera confinada junto con otras valiosas pertenencias del Tercer Reich en el interior de una mina de carbón en la Cuenca del Ruhr. Los encargados de su traslado, veteranos del Frente Oriental de la máxima confianza, y pertenecientes a un comando de las Waffen-S.S. que seguían órdenes directas de Himmler, desconocían por completo lo que contenía aquella anodina caja de madera en la que junto al emblema del águila aferrada a la esvástica figuraba grabada a fuego con caracteres góticos una única palabra: Geist.


Al término de la contienda se inició el proceso por el que Alemania fue dividida en cuatro zonas de ocupación: británica, francesa, americana y soviética.




Entre las ruinas de la Alemania devastada se tejieron intrigas de todo tipo que enfrentaron de forma sibilina en un preludio de la futura Guerra Fría a los hasta hacía poco aliados. Una de las operaciones más conocidas de cuantas se orquestaron durante esta época era la Operación Alsos. Aquella por medio de la cual los distintos países ganadores se ocuparon de rastrear el territorio conquistado en busca de los científicos nazis que habían estado trabajando en el proyecto atómico alemán.
Después de todo la guerra en el Pacífico aún no había finalizado.


Ya menos conocida era la Operación Alexandria (denominada así por la legendaria biblioteca de la antigüedad). Según un encargo directo y personal que el presidente Truman hizo a William J. Donovan (el director de la O.S.S., Office of Strategic Service) para los intereses de los Estados Unidos resultaba primordial la recuperación por cualquier medio de los bienes culturales expoliados por los nazis durante sus razzias por media Europa. Dada la importancia del cometido Donovan decidió delegar la supervisión de su desarrollo a su hombre de confianza en Berna, Allen Dulles.

A título anecdótico basta recordar que este hombre se convertiría en el año 1953 en el primer director civil de la C.I.A. durante la administración Eisenhower, dándose la casualidad de que su hermano mayor, John Foster, ocupó durante esa misma época el puesto de secretario de estado.


Una comitiva de coches que lucían distintivos del Ejército de los EE.UU., ocupados por agentes de la O.S.S. fuertemente armados, frenaron frente a la bocamina. Como parte de los infructuosos intentos de Himmler para pactar la rendición mediante contactos secretos mantenidos con las fuerzas aliadas a través del Jefe de la Cruz Roja Suiza, el conde Folke Bernadotte, el Reichsführer-S.S. había revelado el paradero exacto del escondrijo donde permanecía oculta la Caja Geist.
Allen Dulles, como buen profesional de la mascarada desarrollada entre bambalinas había tomado muy buena nota de la revelación formulada por el alto jerarca nazi.
Al día siguiente un avión militar de carga partió del aeropuerto de Tempelhof (Berlín).

El rumbo, desconocido.


Durante más de cincuenta años el secreto más absoluto envolvió tanto a la caja Geist como al contenido que cuidadosamente embalado reposaba en su interior.


Hasta hoy.



sábado, 27 de diciembre de 2008

INCUESTIONABLEMENTE LA MUJER MÁS BELLA DE LA HISTORIA DEL CINE


La anterior frase no es mía aunque a qué negar que la suscribo en su totalidad. La pronunció hace ya varias décadas Darryl F. Zanuck, el fundador de la Twentieth Century Fox. El hombre al que cierto día, un hastiado Fritz Lang le soltó a la cara, mientras abandonaba el estudio tras su accidentada etapa americana, confinado en la producción de películas de serie B, antes de su regreso a Europa, su agradecimiento por dejarle participar en la Nineteenth Century Fox.

Anécdotas citadas de memoria aparte (si alguien sabe la frase exacta le agradecería que me la hiciera llegar) el objeto, o más bien la persona, que logró arrancar semejante gesto admirativo no era otra que la bellísima Gene Tierney.





Su historia es similar a la de otras muchas actrices del Hollywood clásico. Tras una carrera como modelo publicitario acabaría por ser contratada por la Fox, productora para la que rodaría una serie de películas en las que su exótica belleza dejaron una marca indeleble en la retina de los espectadores.


El que esto escribe no puede negar la fascinación profunda que sintió al verla evolucionar por aquella mítica producción de Otto Preminger, "Laura", en aquel lejano día de principios de los noventa en el que TVE le dedicó un ciclo.

Hace ya unos cuantos años, durante un fin de semana que pasé en Bilbao junto a unos amigos, acabamos por poner el broche a nuestra estancia visitando el mercadillo dominical. Entre los múltiples puestos yo acabé "perdiéndome", según mi inveterada costumbre, y mientras deambulaba ensimismado entre los puestos donde se exponían cómics y sellos acabé por encontrarme con un pequeño tenderete en el que se vendían fotografías y afiches de películas. Alli fue donde adquirí una fotografía en blanco y negro de Gene, joven y radiante, que aún conservo en mi colección particular.

Tiempo después descubrí la maravillosa página de un enamorado del séptimo arte, Juan S. D. Toro, El Paraíso del Cinéfilo. Mientras navegaba por las fichas de los actores y actrices eché en falta a esta mujer y así se lo hice saber mediante un correo electrónico. Un mensaje en el que por supuesto le felicitaba por su desinteresada labor. En su amable respuesta me participó su admiración por la belleza incuestionable de Gene mas también me confesó que aún no le había tocado lo suficiente la fibra sensible, de momento.

Sirva este post como un homenaje personal.


El cuadro de la película "Laura" ("Laura", Otto Preminger, 1944),
en realidad una fotografía tratada.




“Pero soy real. Estoy aquí porque usted quiere creerlo así. Siga creyendo en mí, y seguiré siendo una realidad”.
El fantasma del capitán Gregg (Rex Harrison) a Lucy Muir (Gene Tierney). “El fantasma y la señora Muir” (“The ghost and Mrs. Muir”, Joseph Leo Mankiewicz, 1947).


El que haya que hacerlo no trae consigo consuelo alguno. O al menos eso me parece mientras me arrellano en la silla. Resulta curioso cómo las salas de espera se asemejan las unas a las otras. Los mismos sillones ajados, situados alrededor de la mezcla de vidrio y metal de una mesa. Los mismos marcos conteniendo ubicuas litografías. Quizás una sosegante pecera. El perchero que indefectiblemente nadie utiliza. Y las ineludibles revistas: una colección de esos ejemplares que ningún hombre lee, o al menos ninguno confiesa en público tan reprobable inclinación. Publicaciones que sólo se hojearían en la intimidad del hogar o, como en este caso, en una sala de espera convenientemente vacía.
Mas han de disculpar esta involuntaria digresión, cualquier pensamiento me distrae del motivo que me ha conducido hasta aquí. El mío pasa por la forma de una palpitante molestia en la boca, casi torturante, posiblemente exasperante, seguro que acongojante. Quizá una muela cariada ansiosa por mostrar de esta forma su disposición a trocar su pacífica existencia de trituradora silenciosa por una fama que su pequeñez no justifica en absoluto. Creo no pecar de presunción si me atrevo a invocar su solidaria compasión, como pasados o futuros afectados por un anhelo de reconocimiento molar del todo punto irrazonable. No por lo de ese tipo de revistas a las que todos nosotros negamos prestar atención, sino por mi forzosa visita al experto odontólogo.
Cada vez me resulta más difícil acudir; porque si se tratara de un profesional mal encarado, con su genio propio de un nostálgico de antiguos regímenes, y con modales de sargento chusquero, poseería excusas suficientes para no acudir; mas me ha tocado en suerte un hombre encantador de mediana edad, con modales exquisitos y de conversación tan amena que casi no te enteras del exacto momento en que finaliza su labor. Pero es un dentista, y, todo hay que decirlo, dichos rasgos no harían cambiar la sensación aprensiva que nos invadiría si nos encontráramos ante un enterrador; aunque en su caso sus clientes no se percaten de nada, los pobrecillos. Pero como ya he dicho hay que hacerlo, aunque tal obligación no atenúe mi aprensión.
En cuanto a las publicaciones, ya que están ahí dispuestas, no hará ningún mal el coger una. Al fin y al cabo he llegado con bastante antelación a mi cita concertada; hecho que claramente se ha reflejado en el rostro de la solícita enfermera, justo por debajo de la profesional sonrisa, fruto arduamente madurado tras años de práctica. Si ella supiera que mi pronta venida sólo la causa el íntimo temor que siento a acabar decidiendo no acudir, seguro que la disimulada sorpresa no sería menos genuina, aunque sin dejar de señalarme la sala de espera con gentil gesto mecánico.
Así que a mirar la letra impresa, distrayendo la atención que vaga por la estancia en busca de los gritos del actual paciente, perversión como cualquier otra que de ningún modo me avergüenza. Como pronto observo con desaliento sin resultado alguno, el aislamiento acústico es perfecto. Más vale internarse en las estampas y textos; a veces a mi imaginación no se la refrena ni con un apretado bocado, consecuencia de mis tempranas lecturas de Poe y otros clásicos.
Paso hoja tras hoja de lo que constituye un cúmulo de consejos culinarios, moda, cartas a la redacción, la siempre presente astrología en la que nadie cree, incluso los que la siguen con deleite que roza la compulsión; recetas de belleza infalibles y regímenes para adelgazar, comentarios acerca de famosos televisivos y similar parafernalia surtida. En fin, todo aquello que una mujer de nuestro tiempo precisa para desenvolverse en la vida, desarrollándose adecuadamente, y por tan sólo veinte duros. Me pregunto qué sesudos genios del marketing habrán llegado a semejante conclusión, y por qué oscuros vericuetos, ajenos al resto de mortales, habrá transitado su inspiración.
En el desparramado montón que cubre la mesa, entre un colmado cenicero y un florero con plásticos vegetales, aún quedan otros números de la misma publicación. Mi ordenada forma de ser me impele a hacerlos de lado momentáneamente; como un meticuloso buscador husmeo en busca de tesoros ignotos. Parece que mi interés recibirá justa recompensa, positiva correlación de por sí bastante rara. Tal vez deba la casualidad a que la anécdota narrada se haya impregnada de un cierto barniz realista (trataría de ser real en lugar de serlo per se). Aunque no puedo afirmar que el cambio sea notable, no más que otra cabecera con similar contenido, circunstancia que no me impide abrirla. Y ahí, en la tercera página, junto a un índice con vocación de cicerone, en fuerte negrita de destacable tamaño, una frase: “la vida es simplemente un mal cuarto de hora formado por momentos exquisitos” (Oscar Wilde). Por un momento pienso en la demoledora frase con cierta pizca de personal ironía; se diría que Wilde hubiera ido a menudo al dentista.
Con rictus sarcástico recibo a una sorprendida paciente; demasiado tarde para borrarlo de la cara (ya eliminado el pensamiento acerca de mi admirado Oscar) y excesivamente abochornado para contestar a su apenas musitado buenos días. En tales circunstancias acostumbro a parapetarme tras la lectura, concretamente tras las hojas, son más densas, con reconcentrado aspecto intimidador. Por suerte la recién llegada comprende perfectamente el lenguaje social imperante y hace otro tanto. Nada de conversación.
Transcurren los minutos y las páginas de olorosa tinta minuciosamente recortadas. Invisibles manos precedentes han saqueado recetas y artículos enteros, patrones de moda y consejos de jardinería, en un afán depredador sin explicación racional alguna; incluso algún descontrolado fetichista se ha apoderado de algunos anuncios de colonia. Y continúo moviendo la vista, arrastrándola por las impresas líneas con el secreto afán de que así el tiempo se ralentice, adquiera mayor lentitud: un humano anhelo sin consecución factible salvo en una única y paradójicamente indeseada ocasión.
Entonces precisamente lo capto, como un hecho rimado con la coletilla de la reflexión precedente. Me levanto levemente del sillón para releer lo que mi mente niega en un principio. Sin embargo lo inevitable acaba sucediendo tarde o temprano, aunque con infantil confianza miremos en otra dirección. Como constatación el titular no ha desaparecido cuando vuelvo a posar sobre él mis pupilas, un pequeño titular con un corto artículo adjunto, en el ángulo inferior de la página; sacrilegio en otro tiempo, simple práctica ahora:


Ha muerto Gene Tierney

El pasado jueves 7 falleció en Houston la actriz del Hollywood dorado, a la edad de setenta años...


Imposible seguir leyendo, sería como abrir una carta no dirigida a nosotros; se ha producido lo que no por esperado resulta más comprensible. Ella ha muerto.
Durante la juventud y primera madurez había mantenido un idilio con aquella mujer, aunque nunca tuvo noticias de mi pasión. Una platónica relación unilateral fundada en una triste sala de barrio, fortalecida con los pases de sus películas por televisión.
Cómo no enamorarse de la mujer que había sobresaltado enloquecedoramente a Clifton Webb y roto la firme careta de duro portada por el glacial Dana Andrews en “Laura”; la que permanecería en el pensamiento de Don Ameche mientras le refería su vida al Demonio en “El diablo dijo no”; la que cautivaba a Tyrone Power y a Vincent Price en “El filo de la navaja”;... Para qué seguir enumerando películas: “El fantasma y la señora Muir”, “El castillo de Dragonwyck”, “Que el cielo la juzgue”,...
A ella en lugar de a Marilyn Monroe debería haber dirigido su frase Louis Calhern en “La jungla de asfalto”: “qué mujer maravillosa”. Aunque el hecho de que no hubiera participado en esa en concreto no le disculpa plenamente.
Siento que en mi alma de cinéfilo algo se ha roto; una sensación que desde luego no puedo compartir con mi vecina de sala. Lo que bulle en mi interior es demasiado serio para no lamentarlo en solitario.
Se ha muerto.

Recuerdo la primera vez que la vi, bien entrada la película, no a causa de mi retraso, crimen imperdonable, sino porque durante parte de la misma su presencia elíptica se basaba en un cuadro (una imagen de una imagen). Cómo comprendí el afecto que le cobraba Waldo, a duras penas oculto tras su narración de los hechos. Y qué calambrazo sacudió la sala cuando hizo su aparición: sobre unos marcados pómulos aquellos ojos verdes cuyo color el blanco y negro del celuloide apenas lograba enmascarar; una cautivadora sonrisa coronando unos distinguidos movimientos, y una voz que a pesar de su falsedad me hacía soñar con ella. ¡Ah!, los deseos y amoríos de la juventud no necesariamente se dirigen a seres de probada realidad, lo que los hace asemejarse a los sueños, cuya textura, al fin y al cabo, comparten.
Con los años madura el sentimiento, naciendo el aprecio; aunque no mutuo pues la relación adolece de los inconvenientes de todas las de su naturaleza. Vas olvidando las palpitaciones que te envolvían, el sumirse embelesado en la butaca, sin oír los ruidos de las parejas cercanas. Creces y te enamoras de mujeres de carne y hueso; las cenizas de la pasada relación ocultas en un secreto relicario. Naturalmente mantienes el contacto, educado y formal; demasiado mayor para idealizaciones. Pero basta un hecho tan irresistible como el presente para retrotraerte a otro mundo, uno que creías superado, y perdido. Gene ha fallecido.

Entonces me llama la enfermera, ha llegado mi turno. Tras acceder a la habitación donde aguarda el dentista me siento directamente en el sillón de operaciones, una rutina archisabida. Cogido el instrumental preciso se me acerca y me mira por un momento, fijamente.
-No ha de preocuparse, no le haré ningún daño.

Lo sé; pero cómo decirle que el daño ya me lo han causado hace muchos años; cómo explicarle que la lágrima que torpemente me brota no es más que un sentido fundido en negro.



Gene Tierney abandonó este mundo que no el del celuloide
un siete de noviembre del año mil novecientos noventa y uno.


"Desearía que se fuera... y volviera hace diez años".


Altar Keane (Marlene Dietrich) a Vern Haskell (Arthur Kennedy), “Encubridora” (“Rancho Notorius”, Fritz Lang, 1952).



jueves, 25 de diciembre de 2008

MOMO

A un buen amigo.


Esta misma tarde he acudido a una residencia a visitar a un anciano tío-abuelo. Por circunstancias de la vida se trata del último familiar por parte paterna que me queda de la generación de mis abuelos.
Mientras mantenía una charla con él hubo algo en aquella sala de descanso que me llamó poderosamente la atención. Al fondo, silencioso, arrebujado bajo una manta, permanecía sentado en una silla de ruedas un anciano de rostro resplandeciente.
Sí, digo resplandeciente y digo bien. Sus ojos, al contrario que los del resto de ocupantes brillaban con un fulgor especial. Sus labios no formaban exactamente una sonrisa sino que ésta emanaba de su mirada.
Algo en ese gesto me resultó familiar. Familiar y cercano.



"Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto miraba al otro con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él.
Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. O los tímidos se sentían de súbito muy libres y valerosos. O los desgraciados y agobiados se volvían confiados y alegres. Y si alguien creía que su vida estaba totalmente perdida y que era insignificante y que él mismo no era más que uno entre millones, y que no importaba nada y que se podía sustituir con la misma facilidad que una maceta rota, iba y le contaba todo eso a la pequeña Momo, y le resultaba claro, de modo misterioso mientras hablaba, que tal como era sólo había uno entre todos los hombres y que, por eso, era importante a su manera, para el mundo.
¡Así sabía escuchar Momo!".
"Momo", Michael Ende.



"Momo" (Johannes Schaaf, 1986)


Además de visionar DVDs lo de volver a visitar ciertos libros no es mala idea. Eso y otras muchas cosas las leí en los ojos de aquel anciano.

domingo, 21 de diciembre de 2008

ESE TIEMPO AL QUE LLAMAN NAVIDAD





Una vez más, al igual que el año pasado por estas mismas fechas, nos encontramos inmersos en plenas festividades navideñas. En esta ocasión no podemos disfrutar con un spot a cargo de Scorsese, pero los publicitarios han sabido extraer la esencia de los fastos que inevitablemente se organizan nada más que diciembre empieza a claudicar.



Como en este blog nadie es indiferente a los valores que priman por estos mundos a continuación les incluyo unas sugerencias fílmicas, muy personales, que podrán visionar durante los días de asueto que algunos más y otros menos (yo me incluyo en este segundo grupo) disfrutaremos durante este periodo navideño.

Sin afán aleccionador las acompaño con unos consejos que sin duda les resultarán muy útiles para capear los embates propios de estas celebraciones.

Ante todo es preciso armarse de mucho pero que mucho sentido del humor, y paciencia, a raudales. Aquella gente que más se cree conocer siempre resulta ser la que más te sorprende.





A pesar de cuanto se pueda oír por ahí no está de más el recordar que, salvo prueba en contrario, B12 no es una modalidad extravagante de carnet de conducir.




No deje para mañana el aprendizaje de esas cosas que nunca se sabe cuándo van a hacerle falta, por ejemplo el arte del silbido.





Si se atreve a organizar una fiesta en su casa para los amigos y colegas siempre es útil tomar la precaución de hacer un contundente acopio de bebida… Bueno, y también comida, si el dinero alcanza, claro.




Un método bastante efectivo para lograr echar de una vez por todas a los recalcitrantes que se agarran a la palangana del calimocho hasta bien entrada la mañana. Eso si, yo por mi parte declino responsabilidades en el hipotético caso de que alguien siga mi consejo.




Pero antes de organizar el evento en tu casa conviene pensárselo dos veces, o tres, o cuatro, o...





Además si se habita en un piso de alquiler no estaría de más leerse la letra pequeña del contrato. Desengañémonos, los caseros carecen de espíritu navideño, y muy en especial durante la Navidad.



Si a pesar de todas las precauciones no ha logrado contraer una variante sumamente contagiosa de la gripe asiática o bien ha sido rechazado en el plan de adiestramiento para futuros astronautas de la ESA, y como consecuencia ya no existen posibilidades de librarse de las consabidas reuniones familiares no ha de dudarlo ni por un instante: ¡huya!, aún está a tiempo.




Y si precisa de cómplices para esta empresa aquí le presento a algunos. Se trata de auténticos expertos en fugas. Con su ayuda el éxito de la escapada se encuentra asegurado.





Lo más recomendable ante todo es ser muy pero que muy inventivo.




Otra posibilidad es aprovechar la ocasión para viajar a otros países.






O quizás un poquito más lejos.





Y disfrutar de las costumbres foráneas.






Aunque, seamos sinceros, no se va a estar en ningún lado como en casa.





Aunque esta época también se tiñe con cierta tristeza por la falta de los seres queridos.





Así que a pesar de todo limitémonos a soñar con el “gordo” de la lotería.




Porque hay que reconocer que en el fondo hemos envejecido un año, y como consecuencia algo habremos cambiado (se supone).




Mas ante todo, vuelvo a repetirlo, humor, mucho humor, a calderadas.






Felices fiestas a todos y prodigiosas experiencias cinéfilas.

G.K. Dexter.

domingo, 14 de diciembre de 2008

sábado, 13 de diciembre de 2008

REMEMBRANZAS

Acostumbro a contar muy a menudo la misma anécdota, una y otra vez, aunque no por ello me canso de recordarla vez tras vez.
Yo contaría unos quince o dieciséis años. Era verano. Uno de esos veranos en los que ninguna preocupación logra nublar el disfrute de una soleada tarde de verano.
Me encontraba escuchando la radio, deambulando por el jardín que rodea la casa de mis padres. Por una de esas casualidades que se dan en ciertas ocasiones había sintonizado un programa de radio dedicado al cine. No recuerdo si era en la cadena SER o en RNE.
La presentadora se ocupaba de entrevistar a José Luis Garci, quien, como siempre, desgranaba mil y una anécdotas, entresacadas de su zurrón particular.
Entonces empezó a sonar el conocidísimo adagio de Mozart incluido en la película “Memorias de África” (“Out of Africa", Sydney Pollack, 1985). Al punto Garci empezó a describir la escena exacta a la que prestaban compañía las notas escritas por el músico.


Se trataba del vuelo al que Finch Hatton (Robert Redford) invita a Karen Blixen (Meryl Streep). Con lenta cadencia y su particular voz, algo cascada por el tabaco, que dejaba traslucir la emoción sentida, empezó a narrar una a una las imágenes que la componían. En un momento dado dijo que ahora (entonces) Karen echaba hacia atrás la mano para que Denys la cogiera con la suya…



"Memorias de África" ("Out of Africa", Sydney Pollack, 1985)


Una vez conocí a una mujer a la que le encantaban tanto la película como el libro. Como me dijera que sólo había leído el que había sido editado bajo el título de la película (realmente “Lejos de África”) yo le hablé del otro, “Sombras en la Hierba”, cuya existencia ella ignoraba.
Naturalmente el día de su cumpleaños un amigo y yo nos ocupamos de subsanar esa carencia regalándole un ejemplar del segundo. A cambio ella y su novio nos invitaron a un excelente café (genuinamente colombiano) a causa de cuya ingesta yo debí combatir esa noche el insomnio aparejado haciendo footing de madrugada, precisamente la víspera de un examen importante.


Aún hoy recuerdo con plena nitidez tanto el sabor de aquél café como, por supuesto, la peculiar voz de Garci describiendo la anterior escena.


"Yo puedo recordarlo absolutamente todo, joven. Esa es mi maldición. La mayor maldición que se ha infligido a la raza humana: la memoria". Leland (Joseph Cotten) al reportero en "Ciudadano Kane" ("Citizen Kane", Orson Welles, 1941).



"Ciudadano Kane"


Atención al cambio en la dicción y en el ritmo una vez pronunciada las anteriores frases, el énfasis puesto en su declaración inicial. Ahí está la esencia de su argumento. Prodigioso y teatral Cotten.

domingo, 7 de diciembre de 2008

MI NOMBRE ES MAXIMUS DECIMUS MERIDIUS

Un fabuloso vídeo elaborado por RinoaUnica, encontrado en Youtube por el Departamento de Búsquedas Infructuosas (D.B.I.) en colaboración con la A.A.L.Z. (Asociación de Amigos de El Loro Azul).



"Gladiator" (Ridley Scott, 2000)

sábado, 6 de diciembre de 2008

EN BUSCA DE LOS HORIZONTES PERDIDOS

"Hace poco se embarcó en una última aventura: una expedición hispano-lusa al Himalaya, en busca de las huellas de la mítica Sangri-La, el paraíso de la eterna juventud. ¿Saben?, tengo el íntimo convencimiento de que va a hallarla, se lo merece. Por eso la ausencia de noticias tanto de sus compañeros como de él mismo, algo que ya ha durado siete largos meses, lejos de hacerme pensar en un trágico final sirve al contrario para convencerme aún más de que por fin ha alcanzado algo de cuanto se había propuesto. Por eso puedo declarar con orgullo que tenía un amigo adicto a las causas perdidas, así, en pretérito; ahora cuento con uno de los pocos amigos que ha acariciado su sueño. Es un bonito cambio, ¿no?".

El anterior párrafo viene a cuento de una vieja (¡vaya adjetivo!) película cuyo título es "Horizontes Perdidos" ("Lost Horizons", Frank Capra, 1937), basada en la novela homónima de James Hilton y cuya temática resultaba muy apropiada dada la época de su estreno, en un mundo en el que empezaban a sentirse los resoplidos del caballo rojo.


"Horizontes Perdidos"


Sin ánimo de introducir los tan molestos spoilers cabe decir que trata sobre un paraíso en la tierra, al cual arriba por la más pura de las casualidades un diplomático, interpretado por el galán Ronald Colman, después de sufrir un percance aéreo en plena cordillera del Himalaya.


Una buena oportunidad, dados los tiempos que corren, para revisitar a Capra y, de paso, gozar con las interpretaciones a cargo de Colman, Thomas Mitchell aka Gerald O´Hara (el gran secundario) y Sam Jaffe (una vez más en un rol oriental).


Para no romper el encanto alcanzado, y dado que nos hallamos en sábado, un sábado musical, a continuación les incluyo un tema que a pesar de no pertenecer a película alguna posee la suficiente carga emotiva como para despertar en el oyente toda clase de imágenes.


Lévon Minassian, francés de origen armenio, intérprete de duduk


sábado, 22 de noviembre de 2008

¡ARRIBA ESE ÁNIMO!

"Arrancar algo de eternidad a lo desesperadamente efímero constituye el mágico truco de la humana existencia". Tennessee Williams.

Sábado musical.
Hoy, en el escenario improvisado de nuestro cafetín me honro en presentarles a la orquesta de Benny Goodman, dirigida por el propio Goodman, con la colaboración del baterista Gene Krupa, interpretando el tema "Sing, Sing, Sing".



Benny Goodman y su orquesta

No deseo dejar pasar la oportunidad de formular mi agradecimiento a la A.A.L.Z. (Asociación de Amigos de El Loro Azul) por las negociaciones, ora tensas ora más relajadas, que sin pedir nada a cambio han venido desarrollando con el duro de su manager. Como ya es bien sabido por todos lo cierto es que para nuestra desgracia Mr. Goodman hace ya largo tiempo que no atiende compromisos de esta índole. Por ello les reitero mi agradecimiento.




"Hollywood Hotel" (Busby Berkeley, 1937)


Como propina musical a continuación les dejo la versión de "Summertime” de la ópera “Porgy and Bess” de George Gershwin, a cargo de Sidney Bechet. Nuestra primera intención era que interpretara su tema "Egyptian Fantasy" pero debido a diversas causas, por completo ajenas a nosotros, ese deseo nuestro no pudo sustanciarse debidamente.




Si después de esto sus pies no se han movido ni un centímetro sólo resta pronunciar aquella famosa frase a cargo del eminente profesional de la medicina que era el Dr. Hugo Z. Hackenbush (Groucho Marx), frase pronunciada en una escena de "Un día en las carreras" ("A Day at the Races", Sam Wood, 1937): "o usted está muerto o mi reloj se ha parado".


"Un día en las carreras" ("A day at the Races, Sam Wood, 1937)

domingo, 16 de noviembre de 2008

¡QUÉ VIENEN LOS PROSCRITOS!



Uno confiesa poseer su corazoncito.

Uno, puestos a ello, también confiesa, que cuando el pasado sábado leyó en el periódico que tal día, si no fuera por la dificultad insalvable y un tanto molesta, a qué negarlo, de que falleció hace ya unos cuarenta años sería el cumpleaños de Richmal Crompton, el niño que aún habita escondido en el más profundo interior recordó a otro niño. Un chico que a duras penas conseguía mantener limpio su traje de colegial para mortificación de su madre y molestia, ligera, de un padre siempre parapetado tras un periódico a la hora del desayuno, cuando no estaba trabajando en uno de esos aburridos empleos en la City.

Uno sigue confesando que de inmediato le asaltaron las imágenes incluidas en aquellos libros de la Editorial Molino: los Proscritos (Douglas, Enrique y Pelirrojo), del perro que siempre les acompañaba, Jumble, ora un simple can, ora un feroz tigre; de los dos repelentes hermanos, Ethel y Roberto; y en suma de ese mundo adulto empeñado en que el pueblecito en el que vivían todos ellos no se hallaba para nada habitado por truhanes, bandidos, piratas y demás personajes, fruto de su fértil imaginación.

Así que uno, empeñado en hablar en este cafetín acerca de un grato recuerdo de infancia no encontró mejor motivo que uno de los muchos relatos en los que se narraban sus andanzas: "Guillermo va al cine".
Uno asegura, y hasta jura, que sólo la pura casualidad quiso que encontrara esta excusa.

Y uno, finalmente, se alegra por ello.


Uno, finalmente, espera que a Chris Columbus no le moleste el homenaje velado pero es que cuando uno recuerda sus primeras lecturas casi se siente bicentenario.

EL LUJO QUE NOS RESTA

Dedicado a los que persisten, contra viento y marea.



"Un lugar en el mundo" (Adolfo Aristarain, 1992)


"Yo no digo se perdió una batalla pero no la guerra. Yo digo si la guerra se ha perdido por lo menos me queda el lujo de ganar una batalla". Mario (Federico Luppi).

sábado, 15 de noviembre de 2008

LAS APARIENCIAS



“La figura que se recortaba al fondo del muelle no se había movido. Durante un largo instante, el joven permaneció en mitad de la ribera, mirando hacia la bahía labrada por el ir y venir de los veleros, las lanchas privadas, los pescadores y las negras barcazas carboneras arrastradas por la misma visión. Más allá de los grises bastiones de Fort Adams, una prolongada puesta de sol se astillaba en mil fuegos, y el resplandor alcanzó la vela de un laúd que barloventeaba por el canal entre Lime Rock y la costa. Archer, sin dejar de mirarla, recordó la escena de The Shaughraun, y a Montague llevándose a los labios la cinta de Ada Dyas sin que ella se apercibiera de que estaba en la habitación.
“No lo sabe... no lo ha adivinado. Me pregunto si yo notaría que se me acercaba por detrás”, reflexionó; e inesperadamente se dijo a sí mismo “si no se vuelve antes de que la vela cruce Lime Rock, regresaré a la casa”.
La embarcación salía derivando con la marea baja. Se deslizó por delante de Lime Rock, borró la casita de Ida Lewis y cruzó la torreta donde pendía la luz. Archer esperó hasta que un amplio espacio de agua se reflejó entre el último arrecife de la isla y la popa de la embarcación; pero la figura del cenador no se movió.Archer dio media vuelta y ascendió la colina”.

"La Edad de la Inocencia" de Edith Wharton.




La Edad de la Inocencia” (“The Age of Innocence”, Martin Scorsese, 1993)

A continuación, en este día que este blog dedica a la música, les ofrezco un vídeo que contiene el arranque así como las primeras escenas de esta película:

  • Los delicados títulos de crédito, diseñados por Saul Bass, uno de sus últimos trabajos antes de fallecer, acompañados por la música compuesta por Elmer Bernstein, interpretada por él mismo junto a su orquesta.
  • La escena del concierto en la Academia de la Música donde se representa la ópera “Fausto” de Gounod. La muestra delicada del todo Nueva York con un simple barrido de la cámara que sigue el movimiento del abanico portado por Ellen Olenska (Michele Pfeiffer).
  • Y la salida de Regina Beaufort (Mary Beth Hurt), antes de que concluya la representación, la señal para los invitados a su recepción anual de que la fiesta está pronta a comenzar.




El indómito espíritu de Wharton la haría huir de ese mundo de normas y apariencias que era el Nueva York de los arribistas y nuevos ricos (Beaufort) que se codeaban con la "nobleza", representada por los descendientes de los pioneros holandeses (los Van der Luyden), un mundo entretejido por normas estrictas en cuanto a comportamiento y etiqueta, que resultaba sumamente asfixiante para cualquier espíritu que sintiera ansias de libertad.

Esa anteposición del sagrado deber, según las pautas marcadas por los arbiter elegantorum de la época (Larry Lefferts), obligaban a tomar una decisión radical. O someterse o rebelarse, aunque para algunos esta última opción se limitara a recibir periódicos envíos de libros procedentes de sus libreros europeos de ultramar (Newland Archer). La propia autora, que tan bien conocía ese mundo, y que con tanta brillantez lo retrató a lo largo de sus novelas, acabaría abandonando marido (un próspero banquero sumamente aburrido), amigos y país para terminar recalando en la más liberal Europa.

Sobre su vida, la de Wharton, merece la pena leer la autobiografía que escribió, en la que se nos muestran sus andanzas europeas junto a personajes de la talla de Henry James (el autor americano al que podría considerarse más inglés que los propios ingleses, según palabras de G. K. Chesterton, quien, por cierto, también le tenía por un estirado aburrido) y otros miembros del ámbito cultural del viejo continente.

Una buena oportunidad para gozar con el buen hacer de Scorsese, quien logra plasmar con gran delicadeza el ambiente y los personajes salidos de la mano de la autora.

viernes, 7 de noviembre de 2008

DEREK JACOBI



"Henry V" ("Enrique V", Kenneth Branagh, 1989)

ESA CLASE DE MUSICA QUE SUENA EN TU CABEZA

Existen bandas sonoras que una vez que las escuchas por primera vez, mientras acompañan a las imágenes de una película, sientes la necesidad de obtener más información acerca de la persona que las compuso. Das inicio entonces a una búsqueda frenética, rastreando los enlaces del buscador de los ceros y, entonces, al cabo de un cierto tiempo, la sonrisa triunfal se enseñorea de tus labios: descubres nombre, filmografía y cuantos datos consideras precisos.


En mi caso una de las últimas que me atrajo fue la banda sonora de “Muerte entre las flores” (“Miller´s Crossing", Joel Coen, 1990); la que me llevaría a descubrir el nombre que se encontraba tras la música que escuchaba: el señor Carter Burwell.





Al poco que uno continúe informándose acabará por descubrir que dicho compositor se encuentra estrechamente relacionado con la pareja de hermanos, no bien ha venido colaborando con ellos en todas sus películas.




El Gran Salto” (“The Hudsucker Proxy”, Joel Coen, 2004)


Como temeroso de las alturas me atrajo poderosamente esta escena, amén de que uno puede gozar por medio de la interpretación del señor Newman. Dos placeres en uno.
Además no puede olvidarse que también se incluyeron en algunas escenas las notas del maravilloso adagio del ballet “Spartacus”, compuesto por Aram Kachaturian.


Para terminar quiero regresar de nuevo a “Muerte entre las Flores”. Lo hago incluyendo esa cancioncilla irlandesa que ambienta la escena en la que se demuestra de una forma muy gráfica cómo hasta a la hora de escapar de un atentado en el que tu vida se ve amenazada no hay nada mejor que mantener la calma en todo momento.
Calma, mucha calma.




Mario Lanza cantaDanny Boy

jueves, 6 de noviembre de 2008

domingo, 2 de noviembre de 2008

CUANDO LLEGUÉ A LAS LÍNEAS DE LA COMPAÑÍA C, EN LA CIMA DE LA COLINA,...


“He estado antes aquí”, dije; había estado, en efecto, primero con Sebastian, más de veinte años atrás, un día claro de junio, con las cunetas rebosantes de lechosas reinas de los prados y el aire cargado de todos los perfumes del verano. Era un día de especial esplendor y, a pesar de que había estado allí tantas veces y con tan distintos estados de ánimo, fue aquella primera visita la que mi corazón evocaba ahora, en la última”.


Con estas palabras principia la narración mediante la que Charles Ryder va desgranando su evocación de su relación con los Marchmain, y más en concreto con lord Sebastian Flyte, en la brillante novela escrita por Evelyn Waugh que lleva por título “Retorno a Brideshead” (“Brideshead Revisited”).
No puedo negar que me encuentro ante una de mis novelas favoritas, salida de la misma pluma que escribió "Noticia Bomba" (el libro que todo reportero de guerra debería leer antes de enfrentarse a "Territorio Comanche" de Pérez Reverte; al que un colega, no sin cierto aire a pedantería rebuscada, siempre se refiere, al de Waugh me refiero, por su título original: "Scoop") y "Los Seres Queridos" (poco apropiado o no para estas fechas).
Uno a veces se pregunta a qué estrafalarios personajes haría deambular por los muros de Brideshead la acerada pluma de Saki.



A buen seguro que cuantos contamos con la oportunidad de disfrutar con el visionado por televisión de la serie en los primeros años de la década de los ochenta recordaremos con facilidad el tema musical con el que daba inicio.



Una cuidadosísima producción de la cadena Granada que adaptaba la novela homónima con una calidad inusitada, más propia de un largometraje cinematográfico. Ya la elección del reparto probaba el sumo cuidado que se había puesto en su elaboración: junto a dos jovencísimos Jeremy Irons y Anthony Andrews figuraban dos vacas sagradas del cine y el teatro británico: sir Laurence Olivier y sir John Gielgud, interpretando a los respectivos padres de ambos protagonistas.

Lord Sebastian Flyte, Charles Ryder y Aloysius


Cuando emitieron la serie por televisión no pensé en la posibilidad de grabarla en vídeo, craso error. A lo sumo sí que conservé el comienzo de uno de los capítulos para conservar el maravilloso tema compuesto por Geoffrey Burgon, en el que las trompeta barroca adquiere todo el protagonismo.

Ahora sólo resta valorar si la reciente adaptación al cine a cargo de Julian Jarrold mantiene la altura. Al menos un "actor" repite participación: el señorial Castle Howard (Yorkshire).


"Retorno a Brideshead" ("Brideshead Revisited", Julian Jarrold, 2008)

sábado, 25 de octubre de 2008

ESPERANZA






"Cadena Perpetua" ("The Shawshank Redemption", Frank Darabont, 1994)


"No tengo ni la más remota idea de qué coño cantaban aquellas dos italianas. Y lo cierto es que no quiero saberlo, las cosas buenas no hace falta entenderlas. Supongo que cantaban sobre algo tan hermoso que no podía expresarse con palabras y que precisamente por eso te hacia palpitar el corazón. Os aseguro que esas voces te elevaban más alto y más lejos de lo que nadie, viviendo en un lugar tan gris, pudiera soñar. Fue como si un hermoso pájaro hubiese entrado en nuestra monótona jaula y hubiese disuelto aquellos muros. Y por unos breves instantes hasta el último hombre de Shawshank se sintió libre. Claro que...al alcaide, aquello no le gusto nada”.[1]


Como pluriempleado que soy me vi obligado a buscar la forma más adecuada para desconectar entre curro y curro, cuestión vital para mantener una adecuada higiene mental, o al menos contenerla dentro de unos parámetros lo más saludables que fuera posible. En mi caso concreto el recurso que empleo es escuchar la música almacenada en el MP-4. Los temas varían y dependen más que nada del grado de desconexión preciso, yendo desde los temas de jazz hasta la música clásica, pasando por los sonidos electrónicos, el rock y el pop.

Durante esta semana pasada, aquejado de esa sensación que le acomete a uno durante los días rojos debí recurrir a la música clásica, y más en concreto a la ópera. Como sólo me considero un pasable aficionado fueron las arias de Puccini las que contribuyeron a variar tanto colorido como estado de ánimo.
Hoy, sábado, día en el que la música visita este blog, en cambio decidí introducir una pequeña variación. De ahí que haya sido Mozart el ... músico invitado.

Lo que cantaban aquellas dos italianas a las que se refería Ellis era el dueto "Sull´aria … Che soave zeffiretto" de la ópera "Las Bodas de Fígaro", de W. A. Mozart.

No hay nada comparable a Internet para documentarse, con permiso de Borges y la Enciclopedia Británica.

Sin más les dejo con dos versiones de este dueto, a cargo respectivamente de Elisabeth Schwarzkopf y Anna Moffo; y de Gundula Janowitz y Edith Mathis. Encontrarán los datos acerca de dichas grabaciones en el apartado de más información del usuario de Youtube.



"Sull´aria … Che soave zeffiretto"


[1] Texto del comentario (voz en off) de Morgan Freeman (Ellis Boyd 'Red' Redding) obtenido en el blog TVSpot. Por cierto que a quienes como a mí mismo les encanten los anuncios publicitarios encontrarán en este blog un amplio surtido donde elegir.

jueves, 23 de octubre de 2008

APOSTILLAS AL POST ACERCA DE LOS SABLISTAS



"Scaramouche" (George Sidney, 1952)


En su libro "Blandir la Espada" Richard Cohen, el autor, dedica un capítulo completo, para ser más concreto el décimo, que lleva por título evocador “Espadachines de cine”, a detallar el tratamiento que el arte del esgrima ha recibido por parte del mundillo del séptimo arte.

A lo largo de sus páginas nos encontramos con anécdotas protagonizadas por actores como Douglas Fairbanks, Basil Rathbone, Grace Kelly, Stewart Granger o Gene Kelly; así como información acerca de la filmación de las luchas a espada en películas tales como “Los Tres Mosqueteros" ("The Three Musketeers", George Sidney, 1948), "Scaramouche" (George Sidney, 1952), las diferentes versiones de "El Prisionero de Zenda" o "Los Duelistas" ("The Duellists", Ridley Scott, 1977), esta última basada en la novela del mismo título de Joseph Conrad.


"Los Duelistas"

Además, una vez que contemplas en persona (p.e. en la sala de armas del Museo del Ejército de Madrid) la angustiosa longitud de los sables que portaban los húsares así como los esmirriados (dicho en términos muy relativos y sin ánimo de ofender) que debían ser algunos de sus portadores a juzgar por los uniformes que vestían empiezas a pensarte dos veces si en el harto improbable caso de ser retado a duelo (el Código de Cabriñana no se haya muy vigente hoy en día) no valdría más alegar un fuerte constipado o, quizás más productivo, una alergia galopante, e incurable, a la mera visión de la efusión de sangre, en especial si se trata de la propia.

La prueba de que en el fondo soy un ecléctico incorregible, en lo que a gustos literarios se refiere, es que disfruto tanto con Conrad como con Pérez Reverte.

AVISO: el siguiente vídeo es un spoiler en sí mismo pues se trata del final de "El Maestro de Esgrima" (Pedro Olea, 1992), traslación al celuloide de la novela homónima de Arturo Pérez Reverte.
Si acaso el lector que haya llegado hasta aquí no la ha visto o aún no ha leído el libro, y quizás posea la intención de leer el segundo o tal vez visionar la primera le recomiendo que no pulse el play.



"El Maestro de Esgrima"


... que conste que ya avisé.


Nota: este post es una ampliación del titulado "Aquellos sablistas de antaño".

miércoles, 22 de octubre de 2008

AQUELLOS SABLISTAS DE ANTAÑO

Para los habitantes de un pequeño reino enclavado en el extremo oriental de Centroeuropa, el día no puede ser más grato. Se trata de la víspera de la coronación del príncipe Rudolf como nuevo rey de Ruritania. A Strelsau, la capital, acuden súbditos procedentes de todo el país, deseosos de ser partícipes del magno evento aunque sólo sea como testigos. Entre los muchos que llegan a la engalanada ciudad destaca un extranjero, inglés para más señas, y que responde al nombre de Arthur Rassendyll. Es éste un ex-oficial de la Guardia de Su Graciosa Majestad, licenciado del servicio desde algún tiempo antes tras haber alcanzado el grado de mayor. Sin embargo al contrario que el resto de visitantes su intención última no se haya para nada relacionada con los fastos derivados del ceremonial. Su única pretensión es la de dedicar sus días de estancia en el pequeño estado a dar rienda suelta a una de sus grandes aficiones: la pesca.

Mientras se encuentra practicando su afición a la orilla de un río próximo a la capital es sorprendido por una patrulla de la guardia personal del príncipe. Para mayor sorpresa del caballero inglés sus integrantes se muestran perplejos por su presencia allí, solo y pescando tranquilamente. Semejante reacción no es para menos puesto que Arthur resulta ser la viva imagen del futuro soberano.

Así da comienzo la historia narrada por Anthony Hope (1863-1933) en su libro "El Prisionero de Zenda", publicado allá por el año 1894. Una novela que pronto gozaría del favor del público por lo que el autor terminó por escribir cuatro años después una segunda parte, "Rupert de Hentzau".


Una novela, la primera, que hoy en día sigue gozando de una gran fama; con respecto a la segunda desde que me enteré de su existencia (de eso hace ya unos años) intenté hacerme con un ejemplar, aunque sin éxito. Al parecer no se haya publicada en España porque en el ISBN no consta ninguna entrada.



La industria cinematográfica no fue ajena a la oportunidad de recrear en el celuloide una historia de aventuras como ésta, repleta de complots, amoríos, malvados y traidores, luchas e intriga, por lo que ya en el año 1913 vio la luz una primera versión a la que pronto seguirían dos más, una en 1915 y la otra en 1922. Precisamente fue ésta última versión, todavía muda, la que más éxito cosechó de las tres. No por nada al frente del reparto se encontraba el galán Ramón Novarro, quien tres años después interpretaría a Judá Ben-Hur en la película del mismo título.

Ramón Novarro

Una época ésta en la que hacían furor las películas de aventuras filmadas a mayor gloria de Douglas Fairbanks ("La Marca del Zorro", El Ladrón de Bagdad, Los Tres Mosqueteros, Robin Hood,...).

Sin embargo de todas las realizadas mi preferida sigue siendo la versión del año 1937: Ronald Colman, Madelaine Carroll, Douglas Fairbanks Jr., Raymond Massey, Mary Astor, C. Aubrey Smith, David Niven,... Aunque no negaré que la recreación del villano Rupert de Hentzau a cargo de James Mason también resulta memorable.

Bueno, y si se me permite la debilidad, el episodio-homenaje a cargo de Blake Edwards, un auténtico forofo de esta película, en su filme "La Carrera del Siglo" ("The Great Race", Blake Edwards, 1965).


En primer lugar les ofrezco la versión del año 1937 del duelo final entre Rudolf Rassendyll (Ronald Colman) y Rupert de Hentzau (Douglas Fairbanks Jr.) en "El Prisionero de Zenda" ("The Prisoner of Zenda", John Cromwell, 1937), una producción de David O. Selznick.





En versión original





A continuación la escena del duelo en la versión del año 1952, en la que se enfrentan Stewart Granger y James Mason. "El Prisionero de Zenda" ("The Prisoner of Zenda", Richard Thorpe, 1952). Una producción de la Metro Goldwyn Mayer.





En versión original





Personalmente yo me quedo con la versión del año 1937, ¿y ustedes?

Un último apunte. Fue precisamente la conclusión inesperada de este duelo la que sirvió para terminar mi enconada enemistad con el tratamiento del “malvado" en novelas y películas, un sentimiento madurado durante mi infancia y adolescencia. Sin embargo el tiempo me hizo ver cuán errado estaba. Se explicaba por la intención del autor, Hope, de escribir una segunda parte, “Rupert de Hentzau”.


Ahora bien lo que no se me ha quitado todavía es la afición por el cine de espadachines.

domingo, 19 de octubre de 2008

UNA PEQUEÑA LECCIÓN DE ASTRONOMÍA

George Gamow (Odessa, 1904-Boulder, 1968) fue un eminente físico y cosmólogo estadounidense (aunque nacido en la URSS se nacionalizaría en el año 1940) que gozó de gran reconocimiento como investigador y divulgador (en la línea de Paul Davies, James Trefil, Stephen Hawking o Isaac Asimov).

George Gamow

Sin embargo además de por su calidad como científico destacaba entre sus colegas merced a la reconocida posesión de un gran sentido del humor, cualidad ésta que queda patente en el estilo presente en la redacción de sus artículos y libros. Algunos de estos últimos, “La Creación del Universo” y “Uno, Dos, Tres… Infinito”, fueron publicados en España hace algo más de una década por RBA, en una colección de bolsillo que se vendía con periodicidad semanal.
En el año 1948 envió un artículo a la Revista de Física (The Physical Review) en el cual desarrollaba una teoría sobre la formación de los elementos químicos como consecuencia de una gran explosión inicial, lo que se viene a conocer como Big Bang.
El artículo lo firmaban sus autores y desarrolladores de la teoría: el propio Gamow y su amigo Ralph Alpher. Sin embargo el ánimo juguetón de Gamow le empujó a incluir entre los autores a su colega, y amigo, Hans Bethe (in absentia), ya que de esa forma las iniciales de los apellidos de los firmantes coincidían con las tres primeras letras del alfabeto griego: alfa, beta, gamma.

... y ahora algo completamente diferente.

Hace unas semanas, al término de una copiosa cena que celebramos un grupo de amigos, justo antes de los postres, uno de los participantes recordó (cómo no, he ahí el don de la oportunidad) la hilarante escena del restaurante en "El Sentido de la Vida". Aquel memorable sketch, en parte gracias a su carácter escatológico, en el que un maquilladísimo Terry Jones interpretaba a Mr. Creosote, un genuino hombre-montaña en el sentido menos metafórico del término, que acudía a un restaurante francés a cenar. Más en concreto la parte que rememoramos fue la final. Aquella en la que el maitre, John Cleese, le proporcionaba al ya ahíto cliente una finísima chocolatina de menta con los resultados que cuantos hayamos visionado el filme recordamos perfectamente.
Eso me hizo pensar, al cabo de unos días, en las canciones incluidas en el filme. Entre ellas me gustaría destacar, tras un arduo proceso de selección, aquella en la que un Eric Idle vestido de punta en blanco trataba de convencer de las bondades de la donación de órganos a una mujer (por supuesto interpretada por Terry Jones).


"El Sentido de la Vida" ("The Meaning of Life", Terry Jones, 1983)


Después de haber visionado varias películas sobre la Segunda Guerra Mundial necesitaba, a modo de mecanismo de compensación, un poco de humor, tal y como ya indiqué en un anterior post.


Monty Phyton´s Fliying Circus

Nota final: se me olvidaba aclarar que en la mencionada cena yo personalmente no pedí postre.

martes, 14 de octubre de 2008

LA YEGUA DE LA NOCHE

Los antiguos sajones poseían una palabra para referirse a las pesadillas, nightmare las llamaban, un término metafórico cuya traducción al español sería “la yegua de la noche”.

La indudable inventiva de Tim Burton para mostrarnos sus peculiares universos, por emplear uno de esos términos tan habituales, unió esta terrible imagen con la recreación de una época del año cuya esencia es diametralmente opuesta, para brindarnos así una fábula plena de humor negro: "Pesadilla antes de Navidad" ("The Nightmare Before Christmas", Tim Burton, 1993).

Época en la que por cierto estamos a punto de irrumpir (¿o es la recíproca?) pues ya falta muy poco para que E.C.I. dé el consabido pistoletazo de salida, como en los años precedentes.




El encargado de ponerle música a las imágenes emanadas de la mente (pesadillesca o soñadora, quizás a partes iguales), tal y como había hecho en otras muchas de sus películas, fue el compositor Danny Elfman.

Y ya sin más les dejo con la posibilidad de escuchar la banda sonora completa en streaming. Figura en el programa radiofónico número 33 de Sonidos... del Mundo de la Música de Carlos Pérez Cruz.


Qué tengan dulces sueños, o no.

domingo, 12 de octubre de 2008

EN OCASIONES VEO CLIENTES

Dedicado a dos buenas amigas.


Spot de la tarjeta American Express
con M. Night Shyamalan ("My Life, My Card")

AUT CAESAR AUT NIHIL

Después de haber visionado un par de maravillosas películas en mi cine particular sentí que el dramatismo implícito en ambas me hacía añorar un poco de comedia, a modo de paliativo.
Primero había sido la crónica de un atraco brillantemente ejecutado, "Rififí" ("Du Rififí Chez les Hommes", Jules Dassin, 1955), que me hizo pensar que sería mejor demorar un poco el revisionado de "Atraco Perfecto" ("The Killing", Stanley Kubrick, 1956).
Después, para rematar, una recreación de los últimos días de Hitler, encerrado en su búnker-mausoleo, no ya en "El Hundimiento" ("Der Untergang", Oliver Hirschbiegel, 2004) sino en la un poco más edulcorada serie para televisión "El Bunker" ("The Bunker", George Schaefer, 1981). Por mucho que me guste la forma de actuar de Anthony Hopkins, su recreación se encuentra a años luz de la que nos ofreció Bruno Ganz. Sin embargo los hechos evocados, ya ampliamente conocidos para todos, poseen tal fuerza que a su término uno se queda con ese mal sabor de boca propio de cuando se ha sido testigo de una muestra de los más bajos instintos del ser humano.
En pocas palabras, se imponía un cambio.



Tras leer un post en el blog de Sergio Arán me reafirmé en mi pasada decisión. Las súbitas carcajadas que me arrancó el visionado de los vídeos posteados me convencieron de la perentoria necesidad que tenía de disfrutar de un poco de humor.

La primera opción fue acudir a los sketches de "Monty Phyton´s Flying Circus" o a cualquiera de sus películas.


Sin embargo una súbita visita a E.C.I. me hizo cambiar de opinión. En uno de los estantes me encontré con una comedia clásica inglesa y, como consecuencia adquirí el DVD "Ocho Sentencias de Muerte" ("Kind Hearts and Coronets", Robert Hammer, 1949), esa joyita de la Ealing en la que con mucho humor negro, por momentos recuerda al mejor De Quincey, se nos muestra el método seguido por el hijo repudiado de una noble familia para recuperar su derecho a ser nombrado duque, aunque para ello antes deban desaparecer los ocho anteriores pretendientes en la línea de sucesión. Una película en la que a modo de curiosidad Alec Guinness, como haría años después Peter Sellers en varias de las suyas, p.e. "Teléfono Rojo Volamos hacia Moscú" ("Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb", Stanley Kubrick, 1964), interpretaba varios papeles (hasta un total de ocho).




Y entonces sonreí, reí y, finalmente, las carcajadas volvieron a llenar el salón-cine privado.





Como ayer sábado no posteé mi habitual recuerdo musical a continuación subsano esa falta incluyendo un vídeo en el que se muestra a Alfredo Kraus (uno de mis favoritos) cantando "Il mio tesoro intanto" de la ópera "Don Giovanni" de Mozart.



Esta aria, en versión instrumental e interpretada por la Philarmonia Orchestra de Londres, acompaña a las imágenes de esta deliciosa película.