Un espacio destinado a charlar acerca del cine, saboreando una taza de café (puede que más), sentados en torno a una mesa. Por el simple gusto de hablar por hablar acerca de una pasión compartida por una reducida infinidad, así nomás como son estas cosas.

Bienvenidos a mi hogar. Entren libremente. Pasen sin temor. ¡Y dejen en él un poco de la felicidad que traen consigo!

jueves, 31 de julio de 2008

PRODUCCION PROPIA PARA FINIQUITAR EL MES

El último día de julio, víspera del primero del mes de agosto. El momento para descansar, tomarse un respiro y retomar las aficiones postergadas por causa de las jornadas laborales extenuantes, los timbrazos del teléfono, los chasquidos del fax al escupir una nueva incidencia, los correos electrónicos urgentes, las obligaciones fiscales de variado tenor, los impostergables informes que deben estar listos para anteayer aunque el plazo de preaviso comience mañana,… Es decir, a disfrutar, cinéfilamente hablando.






-No veo por qué tiene que hacerse el listo, señor Marlowe. Y no me gustan sus modales.
-A mí no me enloquecen los suyos, y no he pedido esta entrevista. Me tiene sin cuidado que no le gusten mis modales, ni siquiera me gustan a mí. Me hacen llorar en las noches de invierno y me importa tanto que se meta conmigo como que se tome la sopa con tenedor. Así que no trate de confundirme.
-Nadie usa ese tono conmigo.
-¡Oh!

Vivian Sternwood (Lauren Bacall) y Phillip Marlowe (Humphrey Bogart), “El sueño eterno” (“The big sleep”, Howard Hawks, 1946).

“Un film no es más que un sueño que se cuenta, pero un sueño
que soñamos todos juntos”.

Jean Cocteau.


Cada vez que se sentía solo se hacía acompañar por seres inexistentes que sólo asumían cierta corporeidad en su imaginación. Mediante este recurso se ahorraba el esfuerzo de fatigarse a causa de una búsqueda en pos de otros a los que participar sus ilusiones y proyectos, sus problemas y errores, sus aciertos y diversiones, sus vivencias diarias en suma.
En cuantas ocasiones sentía la necesidad de tomar alguna bebida, no tardaba en transformar su hasta ese momento vacío salón en una recreación del Café Americain de una Casablanca prefabricada en blanco y negro. A su vera un pianista negro aporreaba un piano color rosa al tiempo que entonaba una canción que desde hacía largo tiempo él no había vuelto a escuchar de nuevo. Al fondo del plano huía continuamente de sus captores un hombrecito con ojos saltones, dejando tras de sí un rastro en el que se percibía claramente un olor a violetas, quizás en busca de un halcón que había robado a unos soldados alemanes que portaban unos salvoconductos harto singulares. Quizás aún mantuviera la pretensión de canjear aquella forja de sueños por el vino ofrecido por unas ancianitas que guardaban el paso a su sótano donde, por uno de esos misterios que sólo se dan en contadas situaciones, un único operario tocado con un salacot se ocupaba de concluir las obras del Canal de Panamá.
Si quería aumentar sus conocimientos acerca de la vida salvaje hacía que un leopardo se paseara a los sones de Mozart por entre los montones de libros que ocupaban buena parte del suelo, meticulosamente embalados en cajas. Una costumbre, la de encerrar así a los volúmenes, aprendida de un amigo suyo quien una vez le participó que el primer error que uno comete nada más instalarse en una casa es la de adquirir una estantería. Una grave equivocación donde las haya puesto que detrás de esa pieza, y de seguido, se colarán uno a uno los demás muebles. Tan escueto mobiliario le animaba a jugar con puzzles mientras murmuraba una sola palabra, la pieza única de otro rompecabezas, éste interior, para eterna desdicha de cuantos pudieran oírle pronunciarla, ignorantes de su exacto significado. Entonces se vestía con un salto de cama y perseguía a un perro cuyo mayor afán era romper vestidos femeninos y fracs masculinos, a este respecto el can no hacía distingos por cuestiones de sexo, amén de su pareja afición por esconder clavículas intercostales.
Si lo que ansiaba era aire puro se armaba de caña y cesto y se acercaba a la orilla de un río próximo a Strelsau, con el ánimo de encontrarse con un borrachín, para más señas heredero al trono, a quien corona y prometida le quedaban un tanto grandes. Y qué bien en cambio le sentaban a él tanto los armiños como los brazos de la princesa, aunque la esgrima no constituyera su fuerte, y mucho menos lo de esquivar puñales arrojados contra su espalda como objetivo.
¡Ah!, cada vez que abría la ventana al bullicio de la calle sus ojos no contemplaban el bloque de enfrente, y en una de sus ventanas a ese vecino cuya afición menos confesable era la de asesinar esposas, sino la figura solitaria de alguien llamado Ethan aproximándose desde la lejanía. Entonces se sentaba en la mecedora y tras varios tragos de whisky acababa por recorrer un río repleto de rápidos y sanguijuelas en compañía de la hermana de un predicador, silbando entre dientes para así llamar la atención de una flacucha deslenguada, a imagen de como ella le enseñó la primera vez que se conocieron, mientras comían mano a mano la sopa con tenedor.
La simple visión de un tarro conteniendo azúcar le retrotraía a unos tiempos en los que se cuestionaba la democracia suiza en contraposición con la más interesante y fructífera Italia renacentista. Deambulaba entonces a través de calles mojadas por la helada, entre gatos que gustaban en frotarse contra los fondillos de los pantalones, en pos de un amigo que algún tiempo después ocuparía el puesto de policía en una ciudad fronteriza. Un amigo al que unas brujas anunciaron que sería rey y que a causa de tan egregio vaticinio no tardó en sumirse en las honduras de la locura y finalmente, ya un mero cadáver, en las no menos procelosas de un río, muerto a manos de un imposible mejicano WASP.
O el pasear por un París de decorado donde hasta en el papel de las paredes se olía el aroma que desprendía Les Halles, atraído por la verde coloración de la indumentaria que vestía una chica de vida más que alegre a pesar de que su jefe la chuleaba, o quizás con más razón por ello, y que terminaría por aprender que una mujer jamás se debe poner rímel si es que va a llorar. Ni tampoco, y ya que a eso vamos, tampoco dar de beber champán a un perro que padece de piedras en el riñón, aunque tenga por nombre Coquette. Sobre todo cuando no se dispone de dinero para hospedarse en el Excelsior y de paso acudir a sus baños termales.
Se encontraba un poco perdido, como bien se infiere a partir de la lectura de cuanto antecede. Mas cuando sentía que la locura le atenazaba, tras rondar primero en las proximidades, a su lado acudía presto para mitigar los terribles síntomas cierto psiquiatra, un poco disminuido tras su brutal encuentro con un tímido izquierdista, preso por homicidio y condenado a la horca. Y eso sólo cuando no debía atender a un así llamado Archibald Leach, quien a veces se metamorfoseaba en un hombretón cuyo nombre auténtico me resulta por completo impronunciable.
En suma, sólo les confesaba estas cosas a camareros acodados en barras con la mayor variedad de tipos y tamaños. Camareros que lucían tatuajes en los brazos y que servían Calvados; que nunca acababan contando una historia porque al fin y al cabo siempre era otra que nada tenía que ver con la anterior, que le anunciaban la partida de chicas que ya desde hacía unas cuantas horas se habían ido de su vera, y que la mayoría de las veces ni se sentaban a la mesa junto sus clientes ni probaban una sola gota de alcohol, aun cuando no se contuvieran en anunciar su nacionalidad a los tres vientos agitando la bandera del país de la borrachera.
Pero lo más terrible de cuando se sentía muy solo era que todo cuanto aquí les estoy narrando adquiría una corporeidad tan sumamente tangible que hasta en ocasiones su vecina se colaba en el salón a través de la ventana, para tras la súbita irrupción cantarle acompañada con una guitarra canciones que hablaban sobre ríos hechos con rayos de luna. Tampoco le importaba si en otras visitas, llevada entonces en brazos de la melancolía, se limitaba a narrarle sus propias anécdotas. Como aquella vez que viajó durante varios años por las carreteras de Europa en compañía de su entonces marido, sin que este último cambiara en absoluto al cabo de tantas idas y venidas. O aquella otra, siendo todavía una niña, en que se pasaba las veladas espiando a los asistentes a las fiestas celebradas en la mansión en la que su padre ocupaba el puesto de chófer, ella secretamente enamorada de uno de los hijos de la adinerada familia. Siempre la escuchaba, aunque al fin y al cabo no fuera más que otro fruto de su íntimo deseo de no sentirse tan solo.
Mas llegó el preciso día en el que debió dejarlo todo atrás. El día en que el cantante contrajo una pulmonía por cantar bajo la ducha con el paraguas cerrado. El día en que el eterno aventurero, gigante de seis pies, proclamó que hasta allí había llegado y se murió comido por un cáncer estúpido contraído más estúpidamente todavía mientras encarnaba a un líder mogol poco creíble (¡vaya estupidez!). El momento en que la mujer que tomó el avión hacia Lisboa sintió cómo su brazo se hinchaba arrebatándole poco a poco la luz de gas que ya había perdido cierta noche en la ciudad de la luz. Sí, el día en que chorreando bajo un aguacero se despidió de la Venus personificada en bailarina de flamenco.
Así que cerró la puerta de su vida tras él, se caló el bombín, y con el paraguas cuidadosamente plegado se decidió a proseguir su camino en sociedad. Como único equipaje para su viaje de errabundo apátrida la sabiduría propia de un jardinero con un parterre de sueños a su cargo.


Apartando las capas de una cebolla


AND THE WINNER IS...

El deambular por la red sin rumbo fijo a veces permite encontrarse con senderos en cuyas veras aparecen las cosas más insospechadas. Por el título del post ya se pueden formar una idea acerca de la temática: los oscars.

Si empleo la fórmula original de presentación ("y el ganador es...") en lugar de la que se viene empleando desde hace unos años, "and the oscar goes to..." ("y el oscar es para..."), se debe a que mi pretensión es enumerar algunas páginas que en su mayoría se refieren a la etapa más clásica de los premios de la Academia.


  • En primer lugar un artículo publicado en La Nación donde se relatan una serie de anécdotas sobre las sucesivas ceremonias, a cual más interesante.
  • A continuación en la web de cine clásico de hitred podrán encontrar un enlace con imágenes de las distintas películas que han sido premiadas en las sucesivas ediciones: los oscars en imágenes.
  • Finalmente un vídeo elaborado por David Spade con motivo de la huelga de guionistas que casi impide la celebración de la ceremonia de este año. Se trata de una parodia del personaje de Daniel Day Lewis en la película "There will be blood" ("Pozos de ambición") y que lleva por título "There will be oscars".


Decididamente a la vista de lo anterior la ceremonia da mucho de sí.

domingo, 27 de julio de 2008

BILLY WILDER, DIOS PARA TRUEBA

Al publicar el anterior post, dedicado a Lubitsch, me acordé del arranque de esa maravillosa película que es El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, Billy Wilder, 1950) y más en concreto de su escena inicial. Esa forma en la que un cadáver va desgranando los recovecos de la historia que se nos va a narrar por medio de un largo flashback que ocupa casi la totalidad del metraje del film.


El crepúsculo de los dioses

Pero, ¿qué hubiera ocurrido si se hubiera mantenido la idea original? La escena original transcurría en una morgue, a la que era trasladado el cadáver del guionista quien comenzaba a desgranar su historia en una conversación con un compañero de sala. Una pena que no hay podido encontrar en Youtube el vídeo con esa escena original. Y sin embargo yo la he visto alguna vez allí...

A modo de compensación incluyo un fragmento de una entrevista a Billy Wilder acerca del primer pase privado de este filme.

¿CÓMO LO HARÍA LUBITSCH?

A Billy Wilder le gustaba narrar una anécdota que tenía como protagonistas indirecto a su querido amigo, y muy admirado, Ernst Lubitsch. Durante su funeral entre los que portaban el féretro se encontraban el director William Wyler y el propio Wilder. En un momento dado a causa de la emoción que les embargaba el segundo comentó con aire resignado: “Qué pena, se acabó Lubitsch”. La respuesta del primero no se hizo esperar: “Y lo que es peor, se acabaron las películas de Lubitsch”.


Ernst Lubitsch (1892-1947)

Para hacerse una idea de la desolación que impregnaba esas palabras basta con ver el episodio que Lubitsch dirigió como parte de aquella película llamada Si yo tuviera un millón (If I had a million, VV.AA., 1932).



Si yo tuviera un millón


Al contemplar la forma en la que se nos muestra, sin diálogo alguno, a un Charles Laughton proclamando su recién llegada independencia laboral, tras atravesar puerta tras puerta (Lubitsch y sus puertas) hasta abrir finalmente la perteneciente al despacho del jefe máximo, sin lugar a dudas la pregunta con la que titulo este post (la misma que el propio Wilder siempre se hacía antes de enfrentarse a la planificación de una escena) recibe la más clara de las respuestas.

ENNIO MORRICONE

Con un día de retraso incluyo el comentario sabatino dedicado a la música en el cine. Hoy, tal y como se indica en el título, nos visita Ennio Morricone.




Érase una vez en América (Once upon a time in America, Sergio Leone, 1984)





La Misión (The Mission, Roland Joffe, 1986)





Cinema Paradiso (Nuovo Cinema Paradiso, Giuseppe Tornatore, 1989)





Los Intocables de Elliot Ness (The Untouchables, Brian de Palma, 1987)





Hasta que llegó su hora (Once upon a time in the west, Sergio Leone, 1969)

EL HOMBRE QUE TRADUCÍA A LOS CABALLOS

A buen seguro que aquel experto en caballos no se había enfrentado antes con un reto semejante, y eso que experiencia no le faltaba. Durante cuatro décadas Glenn Randall se había ocupado de adiestrar a los caballos que participaban en las películas de Hollywood. Una larga carrera en la que había ejercido también como profesor de equitación de los actores de los westerns de los héroes Hopalong Cassidy y Roy Rogers.
Una de las escenas más impresionantes de la película Ben Hur (William Wyler, 1959), que incluso fue objeto de un homenaje por parte de George Lucas en La amenaza fantasma, es precisamente la carrera de cuádrigas. Seguro que recuerdan aquella competición en la que a lo largo de un recorrido de casi cuatro kilómetros, vuelta tras vuelta hasta completar un total de nueve (marcadas por los pececitos dorados que iban bajando uno a uno), otras tantas cuádrigas se enfrentaban con una ferocidad tal que muchas de ellas acababan volcando entre el fragor producido por los cascos de los caballos y el rechinar de las ruedas. Una escena impactante cuyo rodaje el director, Wyler, dejó en manos de dos expertos especialistas: Andrew Marton y Yakima Canutt.
El encargado de amaestrar a los caballos que tiraban de esas cuádrigas en frenética competencia no era otro que el propio Glenn Randall. Para el rodaje se le proporcionaron setenta y ocho caballos procedentes de Sicilia y de la antigua Yugoeslavia, por lo que según confesaba el especialista su mayor dificultad a la hora de realizar los preparativos consistió precisamente en hacerse entender por los equinos. Según sus palabras “lo más difícil de todo fue enseñarles inglés”, para añadir que “pero en cuanto empezaron a entender todo lo que les decía, lo demás fue pura rutina”.
A la luz del resultado quizás pecara un poquito de modesto.




Ben Hur (William Wyler, 1959)

La escena completa de la carrera ocupa unos veinte minutos de los cuales la mitad corresponden a la carrera propiamente dicha.

miércoles, 23 de julio de 2008

ADIÓS SOPHIA, ADIÓS

Aunque Estelle Getty, fallecida ayer, había trabajado mayormente en televisión quiero rendirle homenaje a ella y a todos los demás que, bien desde la pantalla grande o desde la chiquita, contribuyeron (y continúan contribuyendo) a endulzarnos la existencia.



Vídeo encontrado rastreando por Youtube.


Qué tengáis buena caza en vuestro nuevo rastro...

UNA CLÁSICA DE PIRATAS

Para aquellos que echen de menos los largometrajes de aventuras de otra época, en nuestro cine errante se proyecta una de ellas.
Se admiten comparaciones.



Dibujo de Howard Pyle (1853-1911)

martes, 22 de julio de 2008

CAÑONES A SU IZQUIERDA, CAÑONES A SU DERECHA...

A menudo he despotricado contra el cine actual debido a su querencia por mantener la supremacía de los efectos especiales sobre el argumento o, lo que quizás sea mucho más inadmisible, incluso sobre las dotes actorales de los encargados de encarnar a los personajes. Y sin embargo ciertas veces, pocas a decir verdad, esa misma tecnología permite plasmar algunas escenas que a mi juicio poseen una belleza singular.




Piratas del Caribe 3: En el fin del mundo (Pirates of the Caribbean: At World's End, Gore Verbinski, 2007)


Tiempo habrá en otro momento para charlar acerca de los homenajes a otros filmes de aventuras y sí, incluso a algunos westerns (Sergio Leone, p.e.), que pueden descubrirse sin demasiada dificultad en las películas que conforman esta saga.
Ahora, ahora es momento para asistir al mutis y consiguiente descenso a los infiernos de Lord Cutler Beckett.
Que el diablo lo acoja en su corte, ¡voto a bríos!

sábado, 19 de julio de 2008

GRITOS, GRITOS Y MÁS GRITOS

Una de esas películas que debido a diversas circunstancias ya hace mucho que no visiono, a pesar del buen regusto que en su día me dejó en el paladar, es Los Gritos del Silencio (The killing fields, Roland Joffé, 1984), una película en la se que narran los acontecimientos ocurridos en Camboya a primeros de los setenta y que desembocaron en la toma del poder por parte de los khmeres rojos. Además siempre resulta un placer escuchar el tema principal, compuesto por Mike Oldfield



Los gritos del silencio, B.S.O. a cargo de Mike Oldfield



Sin embargo no cabe hallar en este post intención alguna de hablar acerca de las tribulaciones de aquel periodista y su intérprete en medio del caos camboyano. Por el contrario aquí voy a hablar de alaridos propiamente dichos, y más en concreto de los gritos presentes en en el cine.

En primer lugar, por ser además uno de los más recordados, nos encontramos con el famoso gorgorito de Tarzán. Porque, seamos sinceros, ¿quién de pequeño no intentó emular a Johnnie Weismuller, aunque sólo fuera para constatar la extremada dificultad de tal empresa?



Lo curioso es que en el año 2007 los herederos del autor de las aventuras de Tarzán, Edgar Rice Burroughs, trataron por todos los medios de patentarlo, mas sin demasiado éxito.

Cualquier seguidor de las películas de terror encontraría múltiples ejemplos en los que los protagonistas, mayormente femeninos, dan muestras de sus capacidades vocales, en el más puro estilo de un anuncio de pastillas para paliar las dolencias de garganta.




Sin olvidarse por supuesto de la actriz que durante mucho tiempo gozó de la fama de ser considerada como "esa mujer que grita": Jamie Lee Curtis.


Halloween (Halloween, John Carpenter, 1978)


Para terminar vamos a referirnos al "Grito Wilhelm", que desde hace un tiempo ha sido objeto de múltiples entradas en gran cantidad de blogs dedicados a temas cinematográficos (el presente uno más). En el siguiente blog encontrarán más información acerca de él.
Para refrescarles la memoria a continuación incluyo un vídeo que no es más que una muestra de los muchos que se hayan disponibles en la red. Sin más disfruten con una sucesión de escenas de películas cuyo denominador común es la presencia de ese famoso grito.




Listo. Para relajar sus oídos después de tanta exhuberancia de capacidades vocales les recomiendo que escuchen un poco de música clásica, o en su defecto que salgan al campo a escuchar los pajarillos. Siempre y cuando no sientan fobia hacia los insectos en cuyo caso les sugeriría que llevaran consigo una grabadora. Quién sabe si no podrían hacerse de oro patentando sus chillidos...

INCONFUNDIBLE LALO SCHIFRIN

Seguimos con música, ahora en la compañía siempre agradable del argentino Lalo Schifrin.




Bullit (Bullit, Peter Yates, 1968)




Harry el sucio (Dirty Harry, Don Siegel, 1971)




Misión Imposible (Mission: Imposible; la serie, 1965-1973)

Por mucho que me gusten las composiciones de Danny Elfman considero muy superior la versión original a cargo de Schifrin. Desde luego Danny intenta mantener el espíritu inicial aunque a mo juicio en ningún momento llega a alcanzar al maestro.





Misión: Imposible (Mission: Imposible, Brian de Palma, 1995)


Y como postre una colaboración de Schifrin con el magisral Dizzy Gillespie





Ahora toca disfrutar del resto del sábado…

OTRO SÁBADO MUSICAL

Aunque el presente blog está dedicado al mundo del cine el sábado también es el día en el que la música lo visita. Por lo tanto incumplo la primera premisa en aras de dar justo cumplimiento a la segunda.


Durante los años ochenta pudimos asistir en televisión a las andanzas de dos agentes de la brigada antivicio de Miami, Tubbs y Crocket. Amén de un ambiente “cool” (para la época) que quizás no haya envejecido demasiado bien, Michael Mann nos deleitaba incluyendo en la banda sonora una gran variedad de temas ejecutados por los mejores artistas del momento: Phil Collins, Peter Gabriel, Bon Jovi,…


Precisamente en el episodio que llevaba por título El Viejo figuraba un tema de este último grupo, perteneciente a su segundo álbum, Slippery when wet (cara A, última canción). Para los que gustan del "heavy" y demás categorías musicales afines hablar de Bon Jovi supone hacerlo en unos términos en los que estarían presentes la presencia de calificativos tales como “pasteleros” o “flojos”. Ciertamente que a partir de sus dos primeros álbumes, el ya citado y 6500º Fahrenheit empezaron a suavizar sus temas (circunstancia que empezó a notarse en Bad Medicine), mas sin embargo esto no es óbice para no destacar muchos de sus temas. (Y les habla un seguidor confeso de esta banda).


Pero centrémonos en el episodio concreto. Por mucho que haya buscado y rebuscado a través de la red no he podido encontrar mi escena preferida de este episodio. Aquella en la que los dos policías y el "ex-ranger" se enfrentan a los narcotraficantes en un cementerio, en plena noche, bajo los acordes de Wanted dead or alive.


Para subsanarlo a continuación incluyo una escena del episodio así como un vídeo con una actuación en directo de Bon Jovi en la que interpretan este fantástico tema.




Bon Jovi en directo (Dortmund, 1993)



Miami Vice, la serie

sábado, 12 de julio de 2008

UN BLOG SOBRE "LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ"





"Frankly, my dear, I don't give a damn".


Quién no recuerda una de las frases más célebres del séptimo arte, esa despedida cortante y explícita que Rhett Butler le suelta a la cara a Scarlett O´Hara, del tirón y sin respirar siquiera, una vez llegados al final de esa maravillosa película que es Lo que el viento se llevó. Cuestión aparte fueron los cinco mil dólares que David O. Selznick, el productor, tuvo que desembolsar para así burlar el estricto Código Hays; una curiosidad que, entre otros muchos datos, Edmond Orts incluyó en su libro "El Libro de Oro del Cine Mundial".


Pues bien, durante mis deambulares por la red de redes me encontré por pura casualidad con un blog enteramente dedicado a esa película: http://vientoescarlata.blogspot.com/, obra de caveat emptorium (curioso juego de palabras incluido en la película). A lo largo de sus posts el lector inquieto encontrará toda clase de anécdotas y curiosidades relacionadas con este título, en lo que sin lugar a dudas constituye una forma fantástica para ampliar el compendio de curiosidades que atesoramos.

RITMOS SABATINOS

Sea porque es sábado, inicio del fin de semana, sea porque el cuerpo, maltrecho tras una extenuante semana laboral, precisa una inyección de energía, o sea porque el sol, según su inveterada costumbre, ha vuelto a salir una vez más por el este, en esta mañana de sábado voy a incluir un poco de música en este blog.

-Excuse me, sir, is this the Delta House?
-Sure ... come on in!





Desmadre a la Americana (Animal House, John Landis, 1978)


Después de haber disfrutado de una fiesta en una fraternidad, si la resaca se lo permite, cojan las gafas de sol (imprescindibles), el traje negro y el borsalino porque nos vamos a Chicago...



Granujas a todo ritmo (The Blues Brothers, John Landis, 1980)

Esa música que sigue y sigue y sigue y sigue...


En El Cine Errante pueden contemplar otra de las habituales escenas de persecuciones automovilísticas, en esta ocasión extraída de esta última película.

Dan Aykroid y John Belushi


A la vista de estas muestras de talento uno se pregunta cómo es que el director que nos proporcionó esa joyita del cine de terror que fue Un hombre lobo americano en Londres (An american werewolf in London, John Landis, 1981) pudo con los años pasarse al cine más comercial, sin que hasta ahora parezca haber levantado cabeza.


Misterios de la creatividad humana.

MÍNIMOS CAMBIOS

Cuando Winston Churchill necesitaba consejo en temas económicos acudía a la ayuda de un grupo de tres asesores, unos prestigiosos economistas entre los que se encontraba el mismísimo John Maynard Keynes. Mas invariablemente cada vez que les hacía una consulta obtenía cuatro respuestas: Keynes siempre le daba dos.
Desde luego no es mi intención compararme con cualesquiera de los antes citados y sin embargo cuando me decidí a realizar unos pequeños cambios en el blog me vi en una situación algo similar. Lejos de consultar a mis colegas informáticos mi atrevimiento me empujó a pedirme consejo a mí mismo. Craso error, como bien pronto descubrí. Durante algunos minutos me vi enfrentado a las lenguajerías informáticas, trufadas de comandos que ni comprendo ni conozco, presa del mayor de los delirios. Finalmente logré en parte mi propósito, mas si debiera explicar los pasos seguidos dudo mucho que pudiera hacerlo.
A continuación incluyo una de las escenas más hilarantes de Esta casa es una ruina, una escena en la que según mi opinión Spielberg homenajea con corrección a los mecanismos del slapstick.



Esta casa es una ruina (The money pit, Steven Spielberg, 1986)


Cualquier similitud o parecido con lo expresado en los párrafos precedentes es fruto de la más pura y prístina de las casualidades.

viernes, 11 de julio de 2008

OTRO QUE NOS DEJA: JOSEPH PEVNEY

Una de mis manías a la hora de leer la prensa consiste en comenzar la lectura de cualquier periódico por la última página. Sólo hago una excepción para esta regla los sábados, cuando inicio mi lectura de forma invariable por el suplemento literario Babelia. A esa manía, más extendida de lo que yo creía, habría que añadir un interés, que casi podríamos decir que roza la necrofilia, por leer con sumo detenimiento la página de obituarios. Y sin embargo lejos de considerarme a mí mismo como un gótico-emo-aficionado al brillo postrero de los que un día fueron y ya no son (“sum quod eris, quod eres ante fuit”) debo confesar que por medio de esta costumbre acabo por descubrir a muchísima gente de la que en vida nunca había tenido la más mínima noticia, unas personas que gracias a su embarque en la barcaza de Caronte logran, a buen seguro que de forma involuntaria, desprender un último fulgor.

La parrafada que antecede pretendía ser una introducción para la noticia que hoy publican los periódicos acerca de la muerte de Joseph Pevney. Otro cineasta que abandona este mundo por una residencia definitiva en el celuloide.

Joseph Pevney

Hasta hoy mismo nada sabía acerca de este director de cine. No soy muy aficionado a las series televisivas, mundo por el que se movió durante su última época laboral, ni si a eso vamos, jamás osaría en autoproclamarme un trekkie, lo cual a buen seguro disculpará mi ignorancia y mi ausencia de emociones, un comportamiento más propio de un oriundo de Vulcano.

Tras una primera lectura de su filmografía observé con el corazón contrito que no había visto ni una sola de sus películas. Llegados a este punto, ¿cómo podría decir algo acerca de él? Lo de fusilar su entrada en la Wikipedia me parecía del todo punto inaceptable, pero sin embargo quería agregar aquí algo sobre él, a modo de homenaje, algo, aunque sólo fuera una pequeña conversación en torno a uno de mis habituales cafés con leche. Pero, ¿el qué?

Una segunda lectura, esta más reposada, me deparó como sorpresa el que uno de los títulos, el cual paradójicamente había pasado por alto en un primer momento, saltara desde el texto. Claro, ahí estaba, ¿cómo se me había podido haber escapado? Esa sí que la había visto.


Mi condición de cinéfilo aficionado se hallaba por fin a salvo.




El hombre de las mil caras (Man of a thousand faces, Joseph Pevney, 1957)

miércoles, 9 de julio de 2008

TRAS LA BELLOTA SALTARINA

Aquí tienen un corto protagonizado por el personaje más gracioso de la saga de La Edad de Hielo (Ice Age, Chris Wedge, 2002): Scrat, la ardilla prehistórica. No se pierdan el comienzo al más puro estilo de Stallone en Máximo riesgo (Cliffhanger, Renny Harlin, 1993).


domingo, 6 de julio de 2008

...Y AHORA ALGO COMPLETAMENTE DIFERENTE (Y DOS)

Lo que van a contemplar a continuación no es más que una película. La escena completa fue rodada por auténticos especialistas, profesionales que se ganan la vida por paradójico que resulte, trabajando al límite. Por espectaculares que les resulten las imágenes no han de dudar que como paso previo para su rodaje han sido objeto de una planificación minuciosa por parte de reputados expertos.

En pocas palabras, y para resumir, que sólo unos verdaderos profesionales pueden realizar esta clase de proezas, aun cuando muchas veces su presencia pase desapercibida para los espectadores, a los que sólo les suelen interesar los actores principales.

Sirva este post para dos finalidades: homenajear a estas mujeres y hombres que trabajan para hacer posible lo imposible y, de paso, comprobar el estado del corazón del espectador.




Asesíneme, por favor (Short Time, Gregg Champion, 1990)

sábado, 5 de julio de 2008

DESPUÉS DE USTED, MAESTRO

Hoy me siento con ganas de escuchar música clásica. Dado que este es un blog donde nos gusta tomarnos una taza de café, reposadamente, mientras charlamos acerca de cine, la única forma de vestir a ambos santos es incluir bandas sonoras clásicas, o que al menos poseen un estilo clásico.

En primer lugar, en primer lugar uno de mis temas favoritos, el Adagio para cuerdas de Samuel Barber.




La sinrazón de la guerra mostrada en esa escena en la que Willem Dafoe se desploma mientras abre los brazos...


En segundo lugar el coro final de la Pasión según San Mateo, de J. S. Bach.




Nadie se atreve a negar la inventiva que Saul Bass mostraba a la hora de confeccionar títulos de crédito. Buena prueba de ello, una de tantas, son los correspondientes a la película Casino de Martin Scorsese.
Una confesión: cuando vi esta película por primera vez en el cine me conmocionó su arranque; por aquella época ni había escuchado la Pasión según San Mateo ni mucho menos sabía quién era Saul Bass.


En tercer lugar el aria O mio babino caro de la ópera Gianni Schichi de Giacomo Puccini.




Mi versión preferida, cargo de la Callas. Curiosamente leí el libro de E. M Forster antes de visionar la película.


En cuarto lugar Claro de luna de Debussy.





Una pena no haber encontrado la escena a la que prestan acompañamiento los acordes compuestos por Debussy.


En quinto lugar el adagio del concierto para clarinete y orquesta KV 622 de W. A. Mozart.




Me relaja. ¿Se puede pedir más?


En sexto lugar el Adagio de Espartaco y Frigia del ballet Spartacus de Aram Kachaturian.




Un amigo me la pidió una vez para que la escuchara su hijo, cuando éste aún se encontraba en el vientre de su madre.


Y finalmente Nino Rota y la música que compuso para la película Romeo y Julieta de Franco Zeffirelli.




Se me ha instalado en la cabeza desde hace unos días...

martes, 1 de julio de 2008

MÁS ESTRELLAS QUE EN EL CIELO

A lo grande, como la Metro Goldwyn Mayer en época de esplendor.






Grace Kelly


Lana Turner


Jane Greer


Gene Tierney


Porque uno, aunque cinéfilo, también posee su corazoncito. Y a qué negarlo, también sus preferencias...


Laura (Laura, Otto Preminger, 1944)