Un espacio destinado a charlar acerca del cine, saboreando una taza de café (puede que más), sentados en torno a una mesa. Por el simple gusto de hablar por hablar acerca de una pasión compartida por una reducida infinidad, así nomás como son estas cosas.

Bienvenidos a mi hogar. Entren libremente. Pasen sin temor. ¡Y dejen en él un poco de la felicidad que traen consigo!

domingo, 29 de junio de 2008

A MODO DE SERENATA NOSTÁLGICA

[El texto de este artículo (confío en su indulgencia a la hora de admitir esta valoración) fue incluida en una revistilla (una serie de folios fotocopiados, escritos con el procesador de textos) elaborada hace ya casi una década. Al limpiar los archivos del ordenador me lo encontré de súbito].

Voy a hablar de un hombre que aunque cuando nació allá en Clarinda, Iowa, un primero de marzo, con el pasado siglo muy poco empezado, pues corría el invierno de 1904, recibió el nombre de Alton Glenn Miller, aunque sería con el segundo con el que le conocerían mundialmente.


Sus primeros pasos los dio como intérprete de trombón en una orquesta de su colegio, y no sería hasta 1923 cuando por fin debutaría junto a Boyd Senter, contaba con diecinueve años.

En 1937 fundó su primer conjunto y empezó a desarrollar su estilo propio de ejecutar el swing, lo que se conocería como el Miller sound, basado en un grupo de cuatro trombones junto con un clarinete, él mismo era un brillante ejecutante de este instrumento. Por medio de sus actuaciones muy estudiadas, cercanas a lo que podría considerarse un verdadero concierto sinfónico (el espectáculo coreográfico de los componentes de la banda de ejecutantes así lo parecía) y acompañado de su nueva concepción del ritmo logró cautivar al público que asistía a sus actuaciones.

Sería en 1939, unos tiempos para nada pacíficos, cuando por fin la fama acabaría por mostrarle su sonrisa, una fama que hasta entonces se había mostrado esquiva[1].

Con la entrada de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial se alistó en las fuerzas aéreas con el grado de capitán, donde organizó la Orquesta de las Fuerzas Aéreas para entretener a los soldados norteamericanos que se encontraban destacados en Europa, labor esta a la que también se dedicarían otros artistas como Bob Hope o la propia Marlene Dietrich.

Tras la liberación de París a finales del mes de agosto de 1944 se fue consolidando el avance aliado hacia Alemania. Con motivo de las festividades navideñas se decidió retransmitir un recital de la orquesta de Glenn Miller desde París. Éste, que por aquel entonces se encontraba en Londres, decidió tomar un pequeño avión militar junto con otros dos amigos en una base aérea cubierta por la niebla. Ese aeroplano jamás llegaría a su destino, su rastro se perdió por completo mientras sobrevolaba el Canal de la Mancha.

Aquel fatídico 15 de diciembre de 1944, mientras la 24ª División de Infantería norteamericana desembarcaba en Mindoro (Filipinas), el mayor Glenn Miller (hacía poco que había sido ascendido) desaparecía[2] junto a los demás ocupantes mientras sobrevolaba el mar.

Una vida como la suya poseía todas las características necesarias para ser llevada al cine[3] y al cabo de los años contó con el acostumbrado biopic (biographic picture) a cargo de Anthony Mann, una pura obra de encargo, en el que James Stewart se ocupaba de encarnar al músico. Se trataba de Música y lágrimas [4] (The Glenn Miller Story, 1953).



La película era una producción de la Universal que con gran cuidado y maestría mostraba una visión resumida, el tiempo se encontraba limitado a sólo dos horas escasas (ciento doce minutos), de la vida de Glenn. El planel artístico y técnico era de auténtico lujo: el propio Anthony Mann, un director excelente, y en este caso dirigiendo a James Stewart[5] en una película muy lejana al western (género en el que habían participado juntos en varios títulos[6])); una June Allyson[7] bellísima, incorporando a una deliciosa Helen Burger, la esposa de Miller; Henry Morgan[8]; Sig Ruman[9] (en un papel secundario); el operador William Daniels (el director de fotografía personal de Greta Garbo); Henry Mancini, autor de los arreglos musicales;…

Los que gusten de la música de Miller no se sentirán defraudados pues sus melodías sirven como acompañamiento a lo largo de todo el metraje: Moonlight serenade (tema con el que se daría a conocer), Pennsylvania 6-5000, Chatanooga Choo Choo, In the mood[10], Tuxedo Junction, Little brown jug,… Además también pueden disfrutarse algunos cameos a cargo de músicos de la talla de Louis Armstrong o el batería Gene Krupa.


Sin más les dejo con un fragmento de la película y su música...





Larga vida a Glenn Miller.


[1]Se cuenta por ahí que el propio Yuri Andropov (1914 – 1984), el presidente de la U.R.S.S., era un gran aficionado a la música de Glenn Miller.
[2]Al día siguiente, 16 de diciembre, un comunicado del Estado Mayor norteamericano en Europa, con el laconismo acostumbrado en esta clase de escritos, anunciaba: “El mayor Glenn Miller, director de la Orquesta del Ejército del Aire de los Estados Unidos, ha desaparecido en vuelo entre Inglaterra y París. No se ha encontrado ningún resto del avión”.
[3]Aunque junto con su banda había participado en algunas películas como Tú serás mi marido (Sun Valley serenade, H. Bruce Humberstone, 1941) y Viudas del jazz (Orchestra wives, Archie Mayo, 1942).
[4]The Glenn Miller Story (Anthony Mann, 1954).
[5]No sería la primera vez en la que Stewart tenía la oportunidad de interpretar a un héroe norteamericano. Unos años después le tocaría el turno al primer hombre que cruzara el Atlántico en solitario, Charles Lindbergh, en una producción Warner que llevaba por título El héroe solitario (The Spirit of Sant Louis, Billy Wilder, 1957).
No por nada Stewart era el actor ideal para encarnar a hombres buenos y héroes sencillos. A este respecto el director Raoul Walsh declaró una vez: “No puedes matar a Jimmy Stewart, Gary Cooper o Gregory Peck en una película. Pero sí puedes matar a Bogart. El público no te lo reprocha”.

Sin embargo Anthony Mann se encargaría de alterar esa imagen en los westerns en los que trabajó bajo sus órdenes, una labor a la que posteriormente también se dedicó Alfred Hitchcock.

Johnny “High Spade” Williams (Millard Mitchell): -¿Por qué sigues en esto?
Lin McNally (James Stewart): -Mi padre me enseñó a cazar.
Millard: -Pero no a cazar hombres.
Lin: -No veo la diferencia. Él me enseñó a cazar a mí, pero a él no le enseñaron a protegerse de los que disparan por la espalda. Tengo prisa porque todo eso acabe de una vez y yo pueda volver a ser una buena persona.
Lin McNally (James Stewart) empeñado en matar a su hermano Stephen por haber asesinado a su padre. Winchester 73 (Anthony Mann, 1950).


[6]Concretamente fueron un total de cinco, a saber: Winchester 73 (Winchester 73, 1950), Horizontes lejanos (Bend of the river, 1952), Colorado Jim (The naked spur, 1953), Tierras lejanas (The far country, 1955) y El hombre de Laramie (The man from Laramie, 1955).
[7]Una actriz que ya había trabajado con anterioridad en películas como Mujercitas (Little women, Mervyn LeRoy, 1949), segunda versión de la novela de Louise Mary Alcott, la primera la había dirigido George Cukor. Con posterioridad a esta película participó casualmente en otro biopic, junto al propio James Stewart, aunque lo cierto es que no fue nada casual. Dado el éxito de la película de Mann los estudios decidieron sustituir a la primera elegida, Donna Reed, la pareja de Stewart en Qué bello es vivir (It´s a wonderful life, Frank Capra, 1946), por June. Se trataba de la película The Straton Story (Sam Wood, 1949), la historia de un jugador de beisbol.
[8]Al que se recordará por su caracterización del coronel Potter en la serie M.A.S.H., versión televisiva de la película homónima de Robert Altman (1970), basada en un libro que con el mismo título escribió Richard Hooker.
[9]El malvado característico en muchas de las películas de los Hermanos Marx.
[10]A destacar la escena en la que Glenn Miller y la orquesta interpretan este tema en un concierto al aire libre en lo que parece ser un hospital militar a las afueras de Londres. A pesar del próximo impacto de una bomba volante V-1 los músicos no dejan de tocar.
Además era la que se empleaba en la radio para acompañar al avance de las tropas estadounidenses.

sábado, 28 de junio de 2008

TERRY-THOMAS

A buen seguro que este nombre no les dirá mucho por lo que voy a añadir a continuación su fotografía.


Ahora ya les resulta familiar, ¿verdad? ¿Cómo olvidarse de ese bigote y de ese característico hueco entre los parietales superiores?

Terry-Thomas era un actor británico, murió en 1990, que alcanzó una gran popularidad durante los años sesenta del pasado siglo. Y sin embargo una vez que se contempla alguna de sus interpretaciones su peculiar forma de actuar, una recreación un tanto paródica del esteorotipo de inglés de clase alta, no se olvida.



La primera vez que le conocí (se entiende que me refiero a la pantalla, por supuesto) fue en El mundo está loco, loco, loco (It's a Mad, Mad, Mad, Mad World; Stanley Kramer, 1963) donde interpretaba al teniente coronel Algernon Hawthorne ("coronel Algernon Hawthorne, bueno, teniente coronel").


A pesar de su amplia filmografía con posterioridad sólo tuve ocasión de disfrutar de su presencia en otras dos producciones:

  • Aquellos Chalados en sus Locos Cacharros (Those Magnificent Men in Their Flying Machines, Ken Annakin, 1965). Acerca de una carrera aérea durante la primera época de la aviación.
  • Guía para el Hombre Casado (A Guide for the Married Man, Gene Kelly, 1967). Una desternillante sátira en la que se muestran una serie de infidelidades masculinas, articulada por medio de una serie de historias narradas por el personaje interpretado por Walter Mathau. En ella Terry-Thomas encarna al hombre prematuramente encanecido a causa de la irrupción en su matrimonio de una peculiar espada de Damocles que para él adquiere las formas de un sujetador extraviado por su amante, en su misma alcoba marital, mientras ambos arrugaban sábanas en mutua compañía.

Hoy mismo tuve ocasión de volver a ver la primera película de las citadas y puedo asegurarles que me he reido tanto como el primer día...

...hasta el mismo gag final.

LAS BATALLAS CINEMATOGRÁFICAS QUE MÁS ME HAN IMPACTADO

A continuación les muestro una serie de las escenas de batallas filmadas que más me han impresionado (y sobrecogido).

La Carga de la Brigada Ligera (The Charge of the Light Brigade, Michael Curtiz, 1936)




Alexander Nevski (Sergei Eisenstein, 1938)




Espartaco (Spartacus, Stanley Kubrick, 1960)




El Señor de los Anillos: la comunidad del anillo (Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring, Peter Jackson, 2001)




Admito sugerencias y comentarios.

EL SEÑOR DE LOS OSCARS

Nacido en Irlanda, más en concreto en la capital, Dublín, allá por el año 1893, Cedric Gibbons terminaría por recalar al otro lado del Atlántico, más en concreto en Nueva York, donde se ocuparía de estudiar arte.


Cedric Gibbons (centro) junto a su mujer, Dolores del Río,

y el actor Basil Rathbone


Tras entrar en el mundo del cine en 1915 aún deberían transcurrir un par de años antes de que iniciara su labor como director artístico. Una vez que empezó a ejercer como tal no dejó de hacerlo y de hecho en menos de un año ya podemos encontrarlo trabajando bajo las órdenes de Samuel Goldwyn, en lo que no era más que el germen de la futura Metro Goldwyn Mayer.





Dada las muestras de profesionalidad de las que hizo gala desde un principio no tardó en escalar posiciones hasta llegar a convertirse en el Director Artístico Jefe de la MGM. La consecuencia directa de este nombramiento la encontramos en que a lo largo de su carrera se le puede relacionar, bien de forma directa o indirecta, con prácticamente unos mil quinientos títulos, lo cual basta por sí sólo para considerarle como el primer ser humano nacido de madre mortal al que los dioses han dotado con el don de la ubicuidad. Mas a este respecto no cabe pensar en la posibilidad de que hubiera rubricado algún tipo de acuerdo con el diablo ni por supuesto en mariposeos con las artes nigrománticas. La explicación, como suele ser habitual, resulta ser mucho más mundana y radica en el modo de funcionar que tenían los grandes estudios durante esa época.


Como jefe del departamento artístico no era otro sino él quién firmaba el trabajo desarrollado por el equipo que se encontraba a su cargo en la práctica totalidad de las producciones salidas del estudio. Para comprobarlo basta con estudiar los títulos de crédito de aquellas películas producidas por la factoría de la Metro Goldwyn Mayer durante las décadas de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo. En ellos su nombre figura el primero, escrito con caracteres bien grandes, bajo la categoría de Art Director.


Basta con revisitar títulos tan emblemáticos como Ninotchka (Ernst Lubitsch, 1939), Historias de Filadelfia (The Philadelphia Story, George Cukor, 1940), Cita en San Luis (Meet me in Saint Louis, Vincente Minnelli, 1944), Un Día en Nueva York (On the town, Stanley Donen, 1949), Bodas reales (Royal Wedding, Stanley Donen, 1951) o Cantando bajo la lluvia (Singin´ in the rain, Stanley Donen, 1952).


Ninotchka (1939)


No contento con influir sobre las costumbres de su época gracias a los diseños de interiores que supervisó para sus películas incluso encontró tiempo libre para diseñar la famosa estatuilla de los óscar, llegando finalmente a conquistar la mareante cifra de once sobre un total de treinta y siete nominaciones.

viernes, 27 de junio de 2008

¡AY CARAJO! CÓMO CAMBIAN LOS TIEMPOS

Acaso uno se vea obligado a acudir al manido tópico de que los tiempos cambian con suma rapidez, parafraseando aquella cancioncilla cubana. Muy deprisa.

A mí me basta para corroborar mi opinión el contemplar la trepidante persecución incluida en la película Bullit (Peter Yates, 1968); una carrera en la que se miden, costado con costado, dos máquinas demoledoras: el Ford Mustang GT-390 de 1968, con un motor el suyo que rinde una potencia de 325 CV sin falta de despeinarse, pilotado por Steve McQueen, y el Dodge Charger R/T de 1968, cuyo motor alcanza una cota de potencia de 375 CV. En este último es precisamente donde viajan los dos asesinos a sueldo que persiguen al detective interpretado por McQueen.



Unas escenas que cuando uno las contempla por primera vez sólo le cabe una opción: arrellanarse en el butacón y sentir cómo la adrenalina fluye al ritmo marcado por el propio corazón. Impactantes sería el adjetivo que mejor las calificaria. Porque lo que se nos muestra es una persecución durante cuyo transcurso los vehículos llegaron a frisar en los momentos más álgidos los 175 kilómetros por hora. Algo sorprendente, tratándose en su mayor parte de un trazado urbano que discurre por las empinadas calles de San Francisco, constituyendo una prueba de la gran maestría poseída por los especialistas que se encontraban al volante de ambas bestias ronroneantes.

A este respecto debo aclarar que aunque la leyenda narra que el propio McQueen se ocupó de rodar personalmente la totalidad de la escena lo cierto es que en algunas tomas le dobló el experto motorista y especialista Bud Ekins. Este Ekins era un viejo conocido del actor puesto que ya se había ocupado de hacer otro tanto durante el rodaje de su huída a lomos de una moto de la Wehrmacht, a través de las líneas alemanas, en la memorable película La Gran Evasión (The Great Escape, John Sturges, 1962). Aunque desde luego semejante circunstancia no resta mérito alguno al actor.

En una época como la actual en la que se prima por encima del buen hacer el sensacionalismo informático, en la que los cautivadores cantos de sirena de la tecnología han atrapado a directores y espectadores, primando la consecución de una estética más próxima a la mostrada por los videojuegos, conformando un cine trufado de ensordecedores sonidos, un compendio de imágenes restallantes que desfilan por la pantalla, de una forma tan incesante que durante su visionado uno se figura que el equipo de rodaje haya formado parte de un experimento militar de alto secreto sobre el uso terapéutico de las anfetaminas, en suma, un cine destinado a un público palomitero y adocenado, aún asombra hallar la prueba de que mucho antes de que entre nosotros se instaurara el reinado tecnológico los mimbres empleados por los cineastas resultaran mucho más simples, y, sorprendentemente, mucho más efectivos.

Para describir la genuina subida de adrenalina que a uno le acomete asistiendo a esta persecución no encuentro las que serían las palabras más adecuadas. Quizás sea por la forma en la que se va estableciendo el suspense, mediante las notas musicales del tema compuesto por Lalo Schiffrin, el cual desaparece por completo en cuanto se inicia la persecución, sustituido por el ronroneo, primero, y el rugido, después, de los dos deportivos. Sí, la música de fondo se haya ausente; no resulta precisa la presencia de esas melodías que como ocurre en los títulos más actuales pretenden por medio de su estruendo introducirnos aún más en la acción, aunque a mí más bien me provocan las mismas sensaciones que si por error alguien accionara el centrifugado de la lavadora conmigo dentro.

Ya sin más disfruten de estos diez minutos largos de buen cine.



Por si creen que no soy más que un nostálgico trasnochado, amante de los planos de Ophuls y Welles, les invito a visionar a continuación un famoso spot que sirvió como presentación a un vehículo de la misma casa que proporcionó los que participaron en Bullit.




Espero, desde luego, que no haya ningún productor cinematográfico dispuesto a ejercer como un Frankenstein moderno, trayendo a la pantalla avatares con el rostro de estrellas ya fallecidas...

miércoles, 25 de junio de 2008

UN HOMENAJE A GUNGA DIN

Hace un par de semanas tuve ocasión de revisitar un clásico, esa historia acerca del aguador (casi irreconocible Sam Joffe, el doctor en La Jungla de Asfalto) cuyo mayor deseo es convertirse en un soldado. Pero no voy a incluir aquí nada referido ni a Cary Grant, ni a Douglas Fairbanks Jr., ni tan siquiera a Victor McLaglen. No, lo que podrán ver a continuación es el homenaje paródico incluido en la película El Guateque (The Party, Blake Edwards, 1968). Iconoclasta que es uno.


Gunga Din (George Stevens, 1939).

sábado, 21 de junio de 2008

EL VILLANO NUNCA LLORA

-Don´t speak to me of rules. This is a war... not a game of cricket.
[=No me hable de reglas. Esto es una guerra... no un partido de cricket]

El coronel Saito (Sessue Hayakawa) al coronel Nicholson (Alec Guinness), El puente sobre el río Kwai (The bridge on the river Kwai, David Lean, 1957).


La carrera del siglo (The great race, Blake Edwards, 1965)

Imaginemos la escena: el Gran Leslie, un héroe níveo y puro donde los haya, vuelve a salir con bien de un abortado atentado maquinado y perpetrado, como la práctica totalidad de los anteriores, por su competidor, el profesor Fate, un malo con negras prendas y por supuesto malvado sin parangón. Llegado a este punto es cuando formulo una pregunta sencilla: ¿por qué? Pero aún añado más: ¿es que siempre el malo ha de acabar siendo sacrificado a la buena conciencia imperante, afectada por una mojigatería declaradamente partidista que sin excepción digna de relevancia o con falta de una larga atención finca sus ojos en el paladín de turno a favor de la bondad? ¿Hasta cuándo se habrá de soportar tamaña injusticia? Considero que no es equitativo, y lo hago con redundancia y hasta un sonoro pataleo. Ni me detiene la presencia almibarada de Tony Curtis ni la declarada visión satírico-paródica desarrollada por Blake Edwards. A mí ambas me resultan totalmente inaceptables e insuficientes.

Ya cuando contaba con menos años mi ardoroso espíritu, hoy meros rescoldos calientes, sufría la imperiosa atracción ejercida por aquel personaje, vilipendiado e insultado a partes iguales, una triste encarnación del lado oscuro del alma humana. Bien fuera por su mayor capacidad de maniobra, liberado como se hayaba de tantos clichés y vestiduras que engalanaban al resplandeciente bueno, tan henchido de bondad él, bien a causa del gusto nada enfermizo por lo prohibido. Sólo precisaría cerrar los ojos para seguir las andanzas literarias (y cinematográficas, me he movido siempre entre estas dos aguas) de múltiples figuras como las aquí reseñadas.

¿Quién osaría anteponer a los tibios mosqueteros a una pérfida Milady de Winter, malvada entre las malvadas, o al astuto cardenal Richelieu? No existía color. Mientras que los primeros reaccionaban los segundos actuaban, mas siempre eran los anteriores quienes imprimían el movimiento al que los otros, limitados personajillos, no les quedaba otra posibilidad más que responder.

¿Y qué decir de Rupert de Hentzau? Apuesto, varonil, buen espadachín, cínico y traicionero como un crótalo. Todavía resuena en mis oídos el entrechocar de sables en singular combate, previo a su huida literaria. Una escapada que me reconcilió con los autores literarios, justo hasta que con desilusión manifiesta averigüé que el fundamento de la misma era el deseo del autor de escribir una segunda parte, como efectivamente así terminaría por hacer al poco. ¿Acaso a alguien no le atraería un ser capaz de arrojar un puñal a traición aprovechándose de una tregua que él mismo había solicitado? Rassendyll ni siquiera podía osar en aproximarse a las suelas de sus botas de jinete.

Abandono el mundo de papel propio de las novelas y folletines, aunque las mencionadas cuentan con sus correspondientes películas, y paso al genuinamente cinematográfico. Desde los deliciosamente perturbados (véanse las distintas versiones de El fantasma de la ópera), a los que, siendo estrictos, no podrían encuadrarse exactamente en esta brillante caterva de desleales y similares, hasta los víctimas de la codicia que corroe vigorosamente sus entrañas. Sin ir más lejos el terceto encantador de El halcón maltés: la mirada ansiosa y avarienta de Cairo, Brigid y Kasper Gutman al desenvolver el paquete con el pesado halcón-joya. Aunque a fuer de sincero debo añadir que el introducido por Bogart, el de Sam Spade, no constituye el paradigma del fruto de un colegio de monjas. Y continuando con esos personajes grises en El sueño eterno incorpora a un detective no muy distinto, aunque salido de diferente pluma, Phillip Marlowe. Pocos rasgos le distinguen del impresionante Canino, como no sea el hecho siempre trascendental de no acabar muerto como él, un tieso fiambre ultimado, con unos modales dignos de la buena sociedad que le ayudan a soportar las largas noches de invierno, cuya falta de escrúpulos le convierten en perfectamente capaz de entregar a la muerte a Eddie Mars: consciente y bondadoso verdugo por inducción.

Para finalizar una llave. Cerremos con ella a cal y canto esta recreación. El mentar tan simple utensilio y rememorar Encadenados todo uno. Obviaré el marcado carácter mefistofélico de Devlin (curiosa similitud con “devil”, ¿no?) y me centraré en Sebastian. Pobre malvado, cornudo y apaleado. Quizás le supere el interpretado por Ivan Triesault, él no más que un simple asistente, quizás; zarandeado por la fuerte personalidad de su madre, zamarreado por su fuerte carácter. Pobre malo. Junto a él ascendemos lentamente las escaleras de su personal tumba-cadalso, pausado el paso, terrible y magistral. Aún vibra el cierre de postrer sepulcro de la puerta principal.

Lástima de malo[1]. Pobre, pobre malo.



[1]A modo de información complementaria para la lectura recomiendo leer los libros:

  • Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas.

  • El prisionero de Zenda de Anthony Hope.
    Y en su defecto, aunque aconsejo simultanear ambas acciones, visionar las películas:

  • El fantasma de la ópera (The phantom of the opera, Rupert Julian, 1925), con Lon Chaney (el hombre de las mil caras).

  • El prisionero de Zenda (The prisoner of Zenda, John Cromwell, 1937).

  • El halcón maltés (The maltese falcon, John Huston, 1941).

  • El sueño eterno” (The big sleep, Howard Hawks, 1946).

  • Encadenados (Notorius, Alfred Hitchcock, 1946).

  • La carrera del siglo (The great race, Blake Edwards, 1965).


viernes, 20 de junio de 2008

UN TÍTULO ENREVESADILLO



Con la muerte en los talones (North by Northwest, Alfred Hitchcock, 1959).

Uno a menudo se pregunta cuál es el comité que se encarga de traducir a nuestro idioma los títulos de las películas extranjeras. Y además, ¿qué clase de comida o bebida (por no hablar de la ingesta de sustancias psicotrópicas) les proporcionan durante el transcurso de sus deliberaciones? Sólo así uno puede entender un caso como el presente, el de este clásico dirigido por Hitchcock.

Al final mis vagabundeos en la red me han conducido a un blog en el que se haya una explicación muy bien desarrollada acerca del significado del título original. En cuanto a la traducción sólo queda suponer que se trata de una metáfora sobre las múltiples vicisitudes a las que se debe enfrentar, sin siquiera despeinarse, el pobre Cary Grant.

jueves, 19 de junio de 2008

...Y AHORA ALGO COMPLETAMENTE DIFERENTE


Me permito parafrasear a John Cleese ("and now for something completely different") para dar un golpe de timón temático a los posteos de este blog que me acoge.

El pasado día sentí la necesidad de visionar una comedia en DVD. Tras un exhaustivo vistazo a mi reducida deuvedeteca que para mi desgracia, dado lo reducido de los títulos disponibles, se reveló como más rápido de lo esperado acabé por decidirme por una comedia clásica de George La Cava: Al Servicio de las Damas (My Man Godfrey, George La Cava, 1936). Desde luego ya la había visto varias veces con anterioridad, aunque en las pasadas ocasiones fue en vídeo VHS. Un vídeo que pasó a mejor vida, es un decir, hace ya unos cuantos meses, al cabo de una larga agonía que concluyó abruptamente cuando me fagocitó una película de John Landis. Aunque esa, como diría Moustache (Lou Jacobi) "... es otra historia".


Al servicio de las damas (My Man Godfrey, George La Cava, 1936).

miércoles, 18 de junio de 2008

LEVANTEMOS ESE ÁNIMO

Hoy siento la necesidad de compensar la tristeza que emana de mis dos posts anteriores. Así que se me ha ocurrido incluir la siguiente melodía de Yann Tiersen. Quizás no sea precisamente lo que podríamos considerar como un tema muy alegre, mas me apetece escucharla.




Good Bye, Lenin! (Wolfgang Becker, 2003).


Y, cómo no, puestos a no resistir las tentaciones ahí van algunas escenas, quizás las más cómicas de una película en la que como la vida misma es dulce en unos momentos y agria en otros.


Dedicado también, de paso, a los cineastas frustados.

¿CAMBIO EL NOMBRE DEL BLOG?

Nada que a este paso la Parca me va a obligar a cambiar el nombre de este blog. Algo así como "El Blog del Enterrador" sería un nombre más adecuado.
En cuanto me conecto a las noticias, vía Internet, me entero de que Stan Winston nos ha dejado. Si es que parece que a todo el mundo le ha dado por marcharse de improviso. Como decía Woody Allen: "Dios ha muerto, Marx ha muerto, y yo no me encuentro muy bien".





Menos efectos especiales de ordenata y más efectos físicos...
Hasta la vista, Stan.

sábado, 14 de junio de 2008

EL NIÑO DE LOS BAILEY NOS DEJA

Se murió Robert Anderson (1933-2008).




A muchos, yo mismo entre ellos, su mero nombre no les dirá nada. Sin embargo bastará con añadir que era el Bailey chico en “Qué bello es vivir”, aquel al que una niña confesaba su amor mediante un susurro muy quedo, pronunciado al oído enfermo por el que no podía oír. Claro que sí, ¿quién no la ha visto al menos una vez en su vida, posiblemente en Navidad?






Uno más.

sábado, 7 de junio de 2008

MIS ESCENAS DE "CAMINO A LA PERDICIÓN"

Mel Ferrer, Sidney Pollack, Antonioni, Fernán Gómez, Ingmar Bergman y otros muchos ya se fueron. Una simple ojeada a las páginas de los diarios dedicados a publicar los obituarios basta para que a uno le asalte la idea de que los mejores ya se han ido, dejando tras de sí sólo unas sombras de celuloide. Cuando uno se ha encariñado con películas producidas hace sesenta, cincuenta, cuarenta o treinta años, resulta evidente que tarde o temprano debe asistir al mutis de aquellos que colaboraron con su maestría y buen hacer a convertirlas en míticas.
Pero no todo está perdido. Aún podemos disfrutar con otras, más actuales, que escapándose de los tópicos imperantes en la industria cinematográfica, por desgracia más atenta a los réditos que a la posibilidad de forjar algo bello, nos proporcionan escenas que se graban a fuego en nuestra mente.





Sólo la música como fondo, una melodía que poco a poco va desapareciendo para ser sustituida por el sonido de la lluvia. Y Paul Newman que aguarda, que espera la venganza terrible de manos de quien había sido su protegido, Tom Hanks.





Simplemente bellísima.
Esa luminosa fotografía, merced al blanco predominante. Jude Law como un despiadado asesino voyeur que no sólo porta un arma sino también una cámara necrófaga por medio de la cual su torturada alma se alimenta a partir de los instantes finales de sus víctimas. Y Tom Hanks, el infravalorado Hanks, que antes de morir no desaprovecha la oportunidad de legar a su hijo una última lección paternal.
"I can´t do it".
"I know".
Como fondo, como fondo el arrastrar de las olas en la playa cercana…

Camino a la Perdición (Road to Perdition, Sam Mendes, 2002).

EL ÚLTIMO BESO, EL DE LA MUERTE

Puestos en lo peor a uno sólo le queda el recurso de vacilar al ejecutor. Dennis Hopper nos brindó una lección a este respecto cuando le arrojó a la cara un chistecito al hierático Christopher Walken.
Una muestra de que, en muchas ocasiones, un buen guión compensa una palomitera dirección.





Amor a quemarropa (True Romance, Tony Scott, 1993).