Un espacio destinado a charlar acerca del cine, saboreando una taza de café (puede que más), sentados en torno a una mesa. Por el simple gusto de hablar por hablar acerca de una pasión compartida por una reducida infinidad, así nomás como son estas cosas.

Bienvenidos a mi hogar. Entren libremente. Pasen sin temor. ¡Y dejen en él un poco de la felicidad que traen consigo!

martes, 30 de diciembre de 2008

LOS MEJORES DESEOS...






... para el nuevo año que está a punto de comenzar.


Un saludo cinéfilo,

G. K. Dexter

Y durante el 2009 ... hablaremos de cine.




Y para culminar con un buen sabor de boca ahí van un par de perlitas.

En primer lugar una maravillosa muestra de cómo filmar una escena manteniendo a cuatro personajes dentro del mismo plano. Dirección a cargo de Orson Welles, fotografía de Gregg Toland, guión de Hermann Mankiewicz e interpretaciones de Orson Welles, George Coulouris, Everett Sloane y Joseph Cotten.
Una auténtica delicia.



"Ciudadano Kane" ("Citizen Kane", Orson Welles, 1941)



En segundo lugar, una hilarante escena de la serie "Caída y Auge de Reginald Perrin", especialmente dedicada a los agoreros impenitentes que padecen una equivocada variedad falsa del complejo de Cassandra.
Risas provenientes de otra época...





¡Feliz entrada en el 2009 para todas y todos!


domingo, 28 de diciembre de 2008

PONGA UN GENIO EN SU VIDA



"[...] nos hemos metido en un desorden colosal, cometiendo errores garrafales, en el control de una máquina delicada cuyo funcionamiento no entendemos".

Escrito por John Maynard Keynes en el año 1930.



"Aladín" ("Aladdin", Ron Clements, John Musker, 1992)

LA CAJA GEIST



Con viento del oeste, a las 21.25 horas, hora de la Costa Oeste, una noche sin luna del mes de febrero de 1942, muy posiblemente un ocho de febrero, un submarino de la Kriegsmarine salió a la superficie a una milla escasa de la costa californiana.
A las señales luminosas enviadas con el blinker (dos ráfagas largas y una corta, una ráfaga corta, dos cortas, tres cortas, una larga) les dieron réplica otra serie igual desde el continente.
Al cabo de un escaso cuarto de hora por entre la negrura que rodeaba el sumergible emergió la silueta de un bote hinchable con un único ocupante a bordo. Una figura corpulenta que protegía con sumo cuidado un petate de hule que portaba colgado del hombro.
Algunos miembros de la dotación le ayudaron a ascender a cubierta mientras otros compañeros se ocupaban de la labor de plegar la furtiva embarcación con celeridad y maestría. La actividad frenética desarrollada en cubierta se extendió durante no más de un par de minutos, al cabo de los cuales tanto el inesperado pasajero como los miembros de la tripulación desaparecieron en las entrañas del submarino que ya había iniciado la maniobra de inmersión.


Tras varias semanas de navegación el sumergible acabó por atracar en su base de la Rochelle, en La Pallice. Desde allí el misterioso correo y su aún más misteriosa carga partieron en un convoy fuertemente escoltado por efectivos de las Waffen S.S. (Schutzstaffeln) a cuyo frente se encontraba el obersturmbannführer Otto Skorzeny, apenas restablecido de las heridas sufridas en combate en el Frente Oriental.
El destino final de la columna no era otro que Wolfsschanze, la Guarida del Lobo, en Gireloz (Prusia Oriental). Más en concreto los aposentos privados del mismísimo führer.
El mayor de los secretos había rodeado en todo momento el desarrollo completo de la que había sido bautizada como Operación Geist (=Sombra).


Mas, ¿qué clase de objetos podían estar dotados de semejante importancia como para movilizar a tantos hombres? ¿A qué tantas precauciones durante el traslado de la extraña mercancía?
La respuesta a esta pregunta sólo la conocían cuatro hombres: el agente infiltrado, un oficial del S.D. (Sicherheitsdienst = servicio de seguridad); el máximo responsable del S.D., el S.S.-Obergruppenführer Reinhard Heydrich (Reichsprotektor de Bohemia y Moravia y director del R.S.H.A., el organismo dependientes de las S.S. que aglutinaba al S.D., la Gestapo y la Kripo); el Reichsführer-S.S. Heinrich Himmler (su superior) y, por supuesto, el propio Adolf Hitler.


El avance de los aliados sobre Alemania motivó que en el mes de noviembre del año 1944 la secreta mercancía fuera confinada junto con otras valiosas pertenencias del Tercer Reich en el interior de una mina de carbón en la Cuenca del Ruhr. Los encargados de su traslado, veteranos del Frente Oriental de la máxima confianza, y pertenecientes a un comando de las Waffen-S.S. que seguían órdenes directas de Himmler, desconocían por completo lo que contenía aquella anodina caja de madera en la que junto al emblema del águila aferrada a la esvástica figuraba grabada a fuego con caracteres góticos una única palabra: Geist.


Al término de la contienda se inició el proceso por el que Alemania fue dividida en cuatro zonas de ocupación: británica, francesa, americana y soviética.




Entre las ruinas de la Alemania devastada se tejieron intrigas de todo tipo que enfrentaron de forma sibilina en un preludio de la futura Guerra Fría a los hasta hacía poco aliados. Una de las operaciones más conocidas de cuantas se orquestaron durante esta época era la Operación Alsos. Aquella por medio de la cual los distintos países ganadores se ocuparon de rastrear el territorio conquistado en busca de los científicos nazis que habían estado trabajando en el proyecto atómico alemán.
Después de todo la guerra en el Pacífico aún no había finalizado.


Ya menos conocida era la Operación Alexandria (denominada así por la legendaria biblioteca de la antigüedad). Según un encargo directo y personal que el presidente Truman hizo a William J. Donovan (el director de la O.S.S., Office of Strategic Service) para los intereses de los Estados Unidos resultaba primordial la recuperación por cualquier medio de los bienes culturales expoliados por los nazis durante sus razzias por media Europa. Dada la importancia del cometido Donovan decidió delegar la supervisión de su desarrollo a su hombre de confianza en Berna, Allen Dulles.

A título anecdótico basta recordar que este hombre se convertiría en el año 1953 en el primer director civil de la C.I.A. durante la administración Eisenhower, dándose la casualidad de que su hermano mayor, John Foster, ocupó durante esa misma época el puesto de secretario de estado.


Una comitiva de coches que lucían distintivos del Ejército de los EE.UU., ocupados por agentes de la O.S.S. fuertemente armados, frenaron frente a la bocamina. Como parte de los infructuosos intentos de Himmler para pactar la rendición mediante contactos secretos mantenidos con las fuerzas aliadas a través del Jefe de la Cruz Roja Suiza, el conde Folke Bernadotte, el Reichsführer-S.S. había revelado el paradero exacto del escondrijo donde permanecía oculta la Caja Geist.
Allen Dulles, como buen profesional de la mascarada desarrollada entre bambalinas había tomado muy buena nota de la revelación formulada por el alto jerarca nazi.
Al día siguiente un avión militar de carga partió del aeropuerto de Tempelhof (Berlín).

El rumbo, desconocido.


Durante más de cincuenta años el secreto más absoluto envolvió tanto a la caja Geist como al contenido que cuidadosamente embalado reposaba en su interior.


Hasta hoy.



sábado, 27 de diciembre de 2008

INCUESTIONABLEMENTE LA MUJER MÁS BELLA DE LA HISTORIA DEL CINE


La anterior frase no es mía aunque a qué negar que la suscribo en su totalidad. La pronunció hace ya varias décadas Darryl F. Zanuck, el fundador de la Twentieth Century Fox. El hombre al que cierto día, un hastiado Fritz Lang le soltó a la cara, mientras abandonaba el estudio tras su accidentada etapa americana, confinado en la producción de películas de serie B, antes de su regreso a Europa, su agradecimiento por dejarle participar en la Nineteenth Century Fox.

Anécdotas citadas de memoria aparte (si alguien sabe la frase exacta le agradecería que me la hiciera llegar) el objeto, o más bien la persona, que logró arrancar semejante gesto admirativo no era otra que la bellísima Gene Tierney.





Su historia es similar a la de otras muchas actrices del Hollywood clásico. Tras una carrera como modelo publicitario acabaría por ser contratada por la Fox, productora para la que rodaría una serie de películas en las que su exótica belleza dejaron una marca indeleble en la retina de los espectadores.


El que esto escribe no puede negar la fascinación profunda que sintió al verla evolucionar por aquella mítica producción de Otto Preminger, "Laura", en aquel lejano día de principios de los noventa en el que TVE le dedicó un ciclo.

Hace ya unos cuantos años, durante un fin de semana que pasé en Bilbao junto a unos amigos, acabamos por poner el broche a nuestra estancia visitando el mercadillo dominical. Entre los múltiples puestos yo acabé "perdiéndome", según mi inveterada costumbre, y mientras deambulaba ensimismado entre los puestos donde se exponían cómics y sellos acabé por encontrarme con un pequeño tenderete en el que se vendían fotografías y afiches de películas. Alli fue donde adquirí una fotografía en blanco y negro de Gene, joven y radiante, que aún conservo en mi colección particular.

Tiempo después descubrí la maravillosa página de un enamorado del séptimo arte, Juan S. D. Toro, El Paraíso del Cinéfilo. Mientras navegaba por las fichas de los actores y actrices eché en falta a esta mujer y así se lo hice saber mediante un correo electrónico. Un mensaje en el que por supuesto le felicitaba por su desinteresada labor. En su amable respuesta me participó su admiración por la belleza incuestionable de Gene mas también me confesó que aún no le había tocado lo suficiente la fibra sensible, de momento.

Sirva este post como un homenaje personal.


El cuadro de la película "Laura" ("Laura", Otto Preminger, 1944),
en realidad una fotografía tratada.




“Pero soy real. Estoy aquí porque usted quiere creerlo así. Siga creyendo en mí, y seguiré siendo una realidad”.
El fantasma del capitán Gregg (Rex Harrison) a Lucy Muir (Gene Tierney). “El fantasma y la señora Muir” (“The ghost and Mrs. Muir”, Joseph Leo Mankiewicz, 1947).


El que haya que hacerlo no trae consigo consuelo alguno. O al menos eso me parece mientras me arrellano en la silla. Resulta curioso cómo las salas de espera se asemejan las unas a las otras. Los mismos sillones ajados, situados alrededor de la mezcla de vidrio y metal de una mesa. Los mismos marcos conteniendo ubicuas litografías. Quizás una sosegante pecera. El perchero que indefectiblemente nadie utiliza. Y las ineludibles revistas: una colección de esos ejemplares que ningún hombre lee, o al menos ninguno confiesa en público tan reprobable inclinación. Publicaciones que sólo se hojearían en la intimidad del hogar o, como en este caso, en una sala de espera convenientemente vacía.
Mas han de disculpar esta involuntaria digresión, cualquier pensamiento me distrae del motivo que me ha conducido hasta aquí. El mío pasa por la forma de una palpitante molestia en la boca, casi torturante, posiblemente exasperante, seguro que acongojante. Quizá una muela cariada ansiosa por mostrar de esta forma su disposición a trocar su pacífica existencia de trituradora silenciosa por una fama que su pequeñez no justifica en absoluto. Creo no pecar de presunción si me atrevo a invocar su solidaria compasión, como pasados o futuros afectados por un anhelo de reconocimiento molar del todo punto irrazonable. No por lo de ese tipo de revistas a las que todos nosotros negamos prestar atención, sino por mi forzosa visita al experto odontólogo.
Cada vez me resulta más difícil acudir; porque si se tratara de un profesional mal encarado, con su genio propio de un nostálgico de antiguos regímenes, y con modales de sargento chusquero, poseería excusas suficientes para no acudir; mas me ha tocado en suerte un hombre encantador de mediana edad, con modales exquisitos y de conversación tan amena que casi no te enteras del exacto momento en que finaliza su labor. Pero es un dentista, y, todo hay que decirlo, dichos rasgos no harían cambiar la sensación aprensiva que nos invadiría si nos encontráramos ante un enterrador; aunque en su caso sus clientes no se percaten de nada, los pobrecillos. Pero como ya he dicho hay que hacerlo, aunque tal obligación no atenúe mi aprensión.
En cuanto a las publicaciones, ya que están ahí dispuestas, no hará ningún mal el coger una. Al fin y al cabo he llegado con bastante antelación a mi cita concertada; hecho que claramente se ha reflejado en el rostro de la solícita enfermera, justo por debajo de la profesional sonrisa, fruto arduamente madurado tras años de práctica. Si ella supiera que mi pronta venida sólo la causa el íntimo temor que siento a acabar decidiendo no acudir, seguro que la disimulada sorpresa no sería menos genuina, aunque sin dejar de señalarme la sala de espera con gentil gesto mecánico.
Así que a mirar la letra impresa, distrayendo la atención que vaga por la estancia en busca de los gritos del actual paciente, perversión como cualquier otra que de ningún modo me avergüenza. Como pronto observo con desaliento sin resultado alguno, el aislamiento acústico es perfecto. Más vale internarse en las estampas y textos; a veces a mi imaginación no se la refrena ni con un apretado bocado, consecuencia de mis tempranas lecturas de Poe y otros clásicos.
Paso hoja tras hoja de lo que constituye un cúmulo de consejos culinarios, moda, cartas a la redacción, la siempre presente astrología en la que nadie cree, incluso los que la siguen con deleite que roza la compulsión; recetas de belleza infalibles y regímenes para adelgazar, comentarios acerca de famosos televisivos y similar parafernalia surtida. En fin, todo aquello que una mujer de nuestro tiempo precisa para desenvolverse en la vida, desarrollándose adecuadamente, y por tan sólo veinte duros. Me pregunto qué sesudos genios del marketing habrán llegado a semejante conclusión, y por qué oscuros vericuetos, ajenos al resto de mortales, habrá transitado su inspiración.
En el desparramado montón que cubre la mesa, entre un colmado cenicero y un florero con plásticos vegetales, aún quedan otros números de la misma publicación. Mi ordenada forma de ser me impele a hacerlos de lado momentáneamente; como un meticuloso buscador husmeo en busca de tesoros ignotos. Parece que mi interés recibirá justa recompensa, positiva correlación de por sí bastante rara. Tal vez deba la casualidad a que la anécdota narrada se haya impregnada de un cierto barniz realista (trataría de ser real en lugar de serlo per se). Aunque no puedo afirmar que el cambio sea notable, no más que otra cabecera con similar contenido, circunstancia que no me impide abrirla. Y ahí, en la tercera página, junto a un índice con vocación de cicerone, en fuerte negrita de destacable tamaño, una frase: “la vida es simplemente un mal cuarto de hora formado por momentos exquisitos” (Oscar Wilde). Por un momento pienso en la demoledora frase con cierta pizca de personal ironía; se diría que Wilde hubiera ido a menudo al dentista.
Con rictus sarcástico recibo a una sorprendida paciente; demasiado tarde para borrarlo de la cara (ya eliminado el pensamiento acerca de mi admirado Oscar) y excesivamente abochornado para contestar a su apenas musitado buenos días. En tales circunstancias acostumbro a parapetarme tras la lectura, concretamente tras las hojas, son más densas, con reconcentrado aspecto intimidador. Por suerte la recién llegada comprende perfectamente el lenguaje social imperante y hace otro tanto. Nada de conversación.
Transcurren los minutos y las páginas de olorosa tinta minuciosamente recortadas. Invisibles manos precedentes han saqueado recetas y artículos enteros, patrones de moda y consejos de jardinería, en un afán depredador sin explicación racional alguna; incluso algún descontrolado fetichista se ha apoderado de algunos anuncios de colonia. Y continúo moviendo la vista, arrastrándola por las impresas líneas con el secreto afán de que así el tiempo se ralentice, adquiera mayor lentitud: un humano anhelo sin consecución factible salvo en una única y paradójicamente indeseada ocasión.
Entonces precisamente lo capto, como un hecho rimado con la coletilla de la reflexión precedente. Me levanto levemente del sillón para releer lo que mi mente niega en un principio. Sin embargo lo inevitable acaba sucediendo tarde o temprano, aunque con infantil confianza miremos en otra dirección. Como constatación el titular no ha desaparecido cuando vuelvo a posar sobre él mis pupilas, un pequeño titular con un corto artículo adjunto, en el ángulo inferior de la página; sacrilegio en otro tiempo, simple práctica ahora:


Ha muerto Gene Tierney

El pasado jueves 7 falleció en Houston la actriz del Hollywood dorado, a la edad de setenta años...


Imposible seguir leyendo, sería como abrir una carta no dirigida a nosotros; se ha producido lo que no por esperado resulta más comprensible. Ella ha muerto.
Durante la juventud y primera madurez había mantenido un idilio con aquella mujer, aunque nunca tuvo noticias de mi pasión. Una platónica relación unilateral fundada en una triste sala de barrio, fortalecida con los pases de sus películas por televisión.
Cómo no enamorarse de la mujer que había sobresaltado enloquecedoramente a Clifton Webb y roto la firme careta de duro portada por el glacial Dana Andrews en “Laura”; la que permanecería en el pensamiento de Don Ameche mientras le refería su vida al Demonio en “El diablo dijo no”; la que cautivaba a Tyrone Power y a Vincent Price en “El filo de la navaja”;... Para qué seguir enumerando películas: “El fantasma y la señora Muir”, “El castillo de Dragonwyck”, “Que el cielo la juzgue”,...
A ella en lugar de a Marilyn Monroe debería haber dirigido su frase Louis Calhern en “La jungla de asfalto”: “qué mujer maravillosa”. Aunque el hecho de que no hubiera participado en esa en concreto no le disculpa plenamente.
Siento que en mi alma de cinéfilo algo se ha roto; una sensación que desde luego no puedo compartir con mi vecina de sala. Lo que bulle en mi interior es demasiado serio para no lamentarlo en solitario.
Se ha muerto.

Recuerdo la primera vez que la vi, bien entrada la película, no a causa de mi retraso, crimen imperdonable, sino porque durante parte de la misma su presencia elíptica se basaba en un cuadro (una imagen de una imagen). Cómo comprendí el afecto que le cobraba Waldo, a duras penas oculto tras su narración de los hechos. Y qué calambrazo sacudió la sala cuando hizo su aparición: sobre unos marcados pómulos aquellos ojos verdes cuyo color el blanco y negro del celuloide apenas lograba enmascarar; una cautivadora sonrisa coronando unos distinguidos movimientos, y una voz que a pesar de su falsedad me hacía soñar con ella. ¡Ah!, los deseos y amoríos de la juventud no necesariamente se dirigen a seres de probada realidad, lo que los hace asemejarse a los sueños, cuya textura, al fin y al cabo, comparten.
Con los años madura el sentimiento, naciendo el aprecio; aunque no mutuo pues la relación adolece de los inconvenientes de todas las de su naturaleza. Vas olvidando las palpitaciones que te envolvían, el sumirse embelesado en la butaca, sin oír los ruidos de las parejas cercanas. Creces y te enamoras de mujeres de carne y hueso; las cenizas de la pasada relación ocultas en un secreto relicario. Naturalmente mantienes el contacto, educado y formal; demasiado mayor para idealizaciones. Pero basta un hecho tan irresistible como el presente para retrotraerte a otro mundo, uno que creías superado, y perdido. Gene ha fallecido.

Entonces me llama la enfermera, ha llegado mi turno. Tras acceder a la habitación donde aguarda el dentista me siento directamente en el sillón de operaciones, una rutina archisabida. Cogido el instrumental preciso se me acerca y me mira por un momento, fijamente.
-No ha de preocuparse, no le haré ningún daño.

Lo sé; pero cómo decirle que el daño ya me lo han causado hace muchos años; cómo explicarle que la lágrima que torpemente me brota no es más que un sentido fundido en negro.



Gene Tierney abandonó este mundo que no el del celuloide
un siete de noviembre del año mil novecientos noventa y uno.


"Desearía que se fuera... y volviera hace diez años".


Altar Keane (Marlene Dietrich) a Vern Haskell (Arthur Kennedy), “Encubridora” (“Rancho Notorius”, Fritz Lang, 1952).



jueves, 25 de diciembre de 2008

MOMO

A un buen amigo.


Esta misma tarde he acudido a una residencia a visitar a un anciano tío-abuelo. Por circunstancias de la vida se trata del último familiar por parte paterna que me queda de la generación de mis abuelos.
Mientras mantenía una charla con él hubo algo en aquella sala de descanso que me llamó poderosamente la atención. Al fondo, silencioso, arrebujado bajo una manta, permanecía sentado en una silla de ruedas un anciano de rostro resplandeciente.
Sí, digo resplandeciente y digo bien. Sus ojos, al contrario que los del resto de ocupantes brillaban con un fulgor especial. Sus labios no formaban exactamente una sonrisa sino que ésta emanaba de su mirada.
Algo en ese gesto me resultó familiar. Familiar y cercano.



"Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto miraba al otro con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él.
Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. O los tímidos se sentían de súbito muy libres y valerosos. O los desgraciados y agobiados se volvían confiados y alegres. Y si alguien creía que su vida estaba totalmente perdida y que era insignificante y que él mismo no era más que uno entre millones, y que no importaba nada y que se podía sustituir con la misma facilidad que una maceta rota, iba y le contaba todo eso a la pequeña Momo, y le resultaba claro, de modo misterioso mientras hablaba, que tal como era sólo había uno entre todos los hombres y que, por eso, era importante a su manera, para el mundo.
¡Así sabía escuchar Momo!".
"Momo", Michael Ende.



"Momo" (Johannes Schaaf, 1986)


Además de visionar DVDs lo de volver a visitar ciertos libros no es mala idea. Eso y otras muchas cosas las leí en los ojos de aquel anciano.

domingo, 21 de diciembre de 2008

ESE TIEMPO AL QUE LLAMAN NAVIDAD





Una vez más, al igual que el año pasado por estas mismas fechas, nos encontramos inmersos en plenas festividades navideñas. En esta ocasión no podemos disfrutar con un spot a cargo de Scorsese, pero los publicitarios han sabido extraer la esencia de los fastos que inevitablemente se organizan nada más que diciembre empieza a claudicar.



Como en este blog nadie es indiferente a los valores que priman por estos mundos a continuación les incluyo unas sugerencias fílmicas, muy personales, que podrán visionar durante los días de asueto que algunos más y otros menos (yo me incluyo en este segundo grupo) disfrutaremos durante este periodo navideño.

Sin afán aleccionador las acompaño con unos consejos que sin duda les resultarán muy útiles para capear los embates propios de estas celebraciones.

Ante todo es preciso armarse de mucho pero que mucho sentido del humor, y paciencia, a raudales. Aquella gente que más se cree conocer siempre resulta ser la que más te sorprende.





A pesar de cuanto se pueda oír por ahí no está de más el recordar que, salvo prueba en contrario, B12 no es una modalidad extravagante de carnet de conducir.




No deje para mañana el aprendizaje de esas cosas que nunca se sabe cuándo van a hacerle falta, por ejemplo el arte del silbido.





Si se atreve a organizar una fiesta en su casa para los amigos y colegas siempre es útil tomar la precaución de hacer un contundente acopio de bebida… Bueno, y también comida, si el dinero alcanza, claro.




Un método bastante efectivo para lograr echar de una vez por todas a los recalcitrantes que se agarran a la palangana del calimocho hasta bien entrada la mañana. Eso si, yo por mi parte declino responsabilidades en el hipotético caso de que alguien siga mi consejo.




Pero antes de organizar el evento en tu casa conviene pensárselo dos veces, o tres, o cuatro, o...





Además si se habita en un piso de alquiler no estaría de más leerse la letra pequeña del contrato. Desengañémonos, los caseros carecen de espíritu navideño, y muy en especial durante la Navidad.



Si a pesar de todas las precauciones no ha logrado contraer una variante sumamente contagiosa de la gripe asiática o bien ha sido rechazado en el plan de adiestramiento para futuros astronautas de la ESA, y como consecuencia ya no existen posibilidades de librarse de las consabidas reuniones familiares no ha de dudarlo ni por un instante: ¡huya!, aún está a tiempo.




Y si precisa de cómplices para esta empresa aquí le presento a algunos. Se trata de auténticos expertos en fugas. Con su ayuda el éxito de la escapada se encuentra asegurado.





Lo más recomendable ante todo es ser muy pero que muy inventivo.




Otra posibilidad es aprovechar la ocasión para viajar a otros países.






O quizás un poquito más lejos.





Y disfrutar de las costumbres foráneas.






Aunque, seamos sinceros, no se va a estar en ningún lado como en casa.





Aunque esta época también se tiñe con cierta tristeza por la falta de los seres queridos.





Así que a pesar de todo limitémonos a soñar con el “gordo” de la lotería.




Porque hay que reconocer que en el fondo hemos envejecido un año, y como consecuencia algo habremos cambiado (se supone).




Mas ante todo, vuelvo a repetirlo, humor, mucho humor, a calderadas.






Felices fiestas a todos y prodigiosas experiencias cinéfilas.

G.K. Dexter.

domingo, 14 de diciembre de 2008

sábado, 13 de diciembre de 2008

REMEMBRANZAS

Acostumbro a contar muy a menudo la misma anécdota, una y otra vez, aunque no por ello me canso de recordarla vez tras vez.
Yo contaría unos quince o dieciséis años. Era verano. Uno de esos veranos en los que ninguna preocupación logra nublar el disfrute de una soleada tarde de verano.
Me encontraba escuchando la radio, deambulando por el jardín que rodea la casa de mis padres. Por una de esas casualidades que se dan en ciertas ocasiones había sintonizado un programa de radio dedicado al cine. No recuerdo si era en la cadena SER o en RNE.
La presentadora se ocupaba de entrevistar a José Luis Garci, quien, como siempre, desgranaba mil y una anécdotas, entresacadas de su zurrón particular.
Entonces empezó a sonar el conocidísimo adagio de Mozart incluido en la película “Memorias de África” (“Out of Africa", Sydney Pollack, 1985). Al punto Garci empezó a describir la escena exacta a la que prestaban compañía las notas escritas por el músico.


Se trataba del vuelo al que Finch Hatton (Robert Redford) invita a Karen Blixen (Meryl Streep). Con lenta cadencia y su particular voz, algo cascada por el tabaco, que dejaba traslucir la emoción sentida, empezó a narrar una a una las imágenes que la componían. En un momento dado dijo que ahora (entonces) Karen echaba hacia atrás la mano para que Denys la cogiera con la suya…



"Memorias de África" ("Out of Africa", Sydney Pollack, 1985)


Una vez conocí a una mujer a la que le encantaban tanto la película como el libro. Como me dijera que sólo había leído el que había sido editado bajo el título de la película (realmente “Lejos de África”) yo le hablé del otro, “Sombras en la Hierba”, cuya existencia ella ignoraba.
Naturalmente el día de su cumpleaños un amigo y yo nos ocupamos de subsanar esa carencia regalándole un ejemplar del segundo. A cambio ella y su novio nos invitaron a un excelente café (genuinamente colombiano) a causa de cuya ingesta yo debí combatir esa noche el insomnio aparejado haciendo footing de madrugada, precisamente la víspera de un examen importante.


Aún hoy recuerdo con plena nitidez tanto el sabor de aquél café como, por supuesto, la peculiar voz de Garci describiendo la anterior escena.


"Yo puedo recordarlo absolutamente todo, joven. Esa es mi maldición. La mayor maldición que se ha infligido a la raza humana: la memoria". Leland (Joseph Cotten) al reportero en "Ciudadano Kane" ("Citizen Kane", Orson Welles, 1941).



"Ciudadano Kane"


Atención al cambio en la dicción y en el ritmo una vez pronunciada las anteriores frases, el énfasis puesto en su declaración inicial. Ahí está la esencia de su argumento. Prodigioso y teatral Cotten.

domingo, 7 de diciembre de 2008

MI NOMBRE ES MAXIMUS DECIMUS MERIDIUS

Un fabuloso vídeo elaborado por RinoaUnica, encontrado en Youtube por el Departamento de Búsquedas Infructuosas (D.B.I.) en colaboración con la A.A.L.Z. (Asociación de Amigos de El Loro Azul).



"Gladiator" (Ridley Scott, 2000)

sábado, 6 de diciembre de 2008

EN BUSCA DE LOS HORIZONTES PERDIDOS

"Hace poco se embarcó en una última aventura: una expedición hispano-lusa al Himalaya, en busca de las huellas de la mítica Sangri-La, el paraíso de la eterna juventud. ¿Saben?, tengo el íntimo convencimiento de que va a hallarla, se lo merece. Por eso la ausencia de noticias tanto de sus compañeros como de él mismo, algo que ya ha durado siete largos meses, lejos de hacerme pensar en un trágico final sirve al contrario para convencerme aún más de que por fin ha alcanzado algo de cuanto se había propuesto. Por eso puedo declarar con orgullo que tenía un amigo adicto a las causas perdidas, así, en pretérito; ahora cuento con uno de los pocos amigos que ha acariciado su sueño. Es un bonito cambio, ¿no?".

El anterior párrafo viene a cuento de una vieja (¡vaya adjetivo!) película cuyo título es "Horizontes Perdidos" ("Lost Horizons", Frank Capra, 1937), basada en la novela homónima de James Hilton y cuya temática resultaba muy apropiada dada la época de su estreno, en un mundo en el que empezaban a sentirse los resoplidos del caballo rojo.


"Horizontes Perdidos"


Sin ánimo de introducir los tan molestos spoilers cabe decir que trata sobre un paraíso en la tierra, al cual arriba por la más pura de las casualidades un diplomático, interpretado por el galán Ronald Colman, después de sufrir un percance aéreo en plena cordillera del Himalaya.


Una buena oportunidad, dados los tiempos que corren, para revisitar a Capra y, de paso, gozar con las interpretaciones a cargo de Colman, Thomas Mitchell aka Gerald O´Hara (el gran secundario) y Sam Jaffe (una vez más en un rol oriental).


Para no romper el encanto alcanzado, y dado que nos hallamos en sábado, un sábado musical, a continuación les incluyo un tema que a pesar de no pertenecer a película alguna posee la suficiente carga emotiva como para despertar en el oyente toda clase de imágenes.


Lévon Minassian, francés de origen armenio, intérprete de duduk