¿Qué o quién se haya oculto tras la anterior presentación? Quizás algún advenedizo, ambicioso de loas, que así pretende enmascarar sus pocos saberes y sus aún más menguados capitales. O quizás un gentilhombre, tal vez hidalgo, o puede que poseedor de una posición más encumbrada. También cabría esa última posibilidad.
Para todos los quizás expuestos sólo cabe dar una respuesta negativa. Nada de todo lo antedicho se acerca a la realidad porque, ante ustedes va a hacer su aparición quien fue Don Juan sin serlo realmente, alguien que medró en las Américas sin ser descubridor o colonizador. Ante ustedes, respetables lectores, el señor don Josep Lluis Moll.
¿Y ese cicatero silencio? ¿Dónde se han quedado los bien merecidos aplausos? Vamos, vamos, no muestren de esa manera su desconsideración. Vamos, vamos…
El error cometido por quien pasaría por ser un presentador devenido a imprevisto demandante de un nuevo empleo recae en algo tan simple como el no haber empleado el nombre “auténtico” del homenajeado que les saluda con la mano ahí mismo, bajo los focos instalados sobre el improvisado escenario de este cafetín. Un nombre éste que les evocará más de un recuerdo: Fortunio Bonanova; ya quedaba muy claro en “Ha Nacido una Estrella” (“A Star is Born”, William A. Wellman, 1937) que en el caso de los actores lo primordial resulta ser su nombre artístico, hasta el punto que termina por sepultar al suyo verdadero.
Este mallorquín, palmesano para más señas, vino a este mundo cuando el antepasado siglo estaba a punto de convertirse al cabo de unos pocos años en el inmediato pasado, más en concreto en el año 1896.
Desde joven, a una tierna edad como acostumbra a decirse, ya sintió una gran afición por las vertientes más artísticas de la existencia, y como prueba de ese interés el primer campo que le atrajo poderosamente fue el del canto. Concluidos sus estudios en el Conservatorio de Madrid, así como otros de perfeccionamiento que también cursó en la misma ciudad, principió una carrera como barítono que acabaría por arrastrarle a efectuar varias giras durante las que recorrió diversos países europeos.
Permítanme un pequeño inciso. Por aquella misma época los pioneros del cinematógrafo en nuestro país alcanzaban un prestigio y una profesionalidad merced a los cuales no existía motivo alguno para sentir envidia por sus homólogos franceses. Ya despuntaban (que recitaría Don Mendo) por estos pagos cineastas de la talla de Segundo de Chomón (Teruel, 1871 – París, 1929) o Fructuoso Gelabert (Barcelona, 1874 – ídem, 1955).
Al primero se le deben innovaciones técnicas tales como el “carrello”, posteriormente denominado “travelling”, o los ingeniosos efectos especiales mostrados en la película “Cabiria” (Giovanni Pastrone, 1914), erupción volcánica incluida, en cuyo rodaje participó realizando labores de operador.
Respecto al segundo pasa por ser el que filmó la primera película española dotada de argumento, una producción que llevaba por título “Riña en un Café” (1897), un tema muy hispánico, por otro lado, y que ocupaba unos veinte metros escasos de película. Si se considera que un rollo alberga unos trescientos metros de celuloide lo que a la velocidad de proyección actual de veinticuatro fotogramas por segundo, durante la primera época del cine la velocidad de arrastre era de dieciséis a dieciocho fotogramas por segundo, se corresponde con unos diez minutos de película, esto basta para imaginarse que la riña debió ser bastante breve. Si se obvia la presencia de un argumento el honor pasa a recaer sobre “Plaza del Puerto en Barcelona” (1896), aunque esta careciera de una historia propiamente dicha.
De la capacidad de Gelabert, y de su tenacidad, nos ofrece una buena prueba el hecho de que tras adquirir una cámara Lumiére en el año 1897, ni corto ni perezoso la desmontó para estudiarla, logrando al poco construir la suya propia. Era la primera vez que en nuestro país se hacía algo parecido.
Naturalmente la idiosincrasia francesa impidió que durante los actos del centenario del cine, con motivo de la conmemoración de la primera proyección que tuvo lugar en París el 28 de diciembre de 1895, se hiciera referencia alguna a las destacadas aportaciones de estos dos pioneros.
Mas cerremos el inciso y retornemos de nuevo a Fortunio Bonanova. Su espíritu emprendedor termina por empujarle a participar en una producción cinematográfica, en una época en la que esa industria pretendía consolidarse en nuestro país.
Para todos los quizás expuestos sólo cabe dar una respuesta negativa. Nada de todo lo antedicho se acerca a la realidad porque, ante ustedes va a hacer su aparición quien fue Don Juan sin serlo realmente, alguien que medró en las Américas sin ser descubridor o colonizador. Ante ustedes, respetables lectores, el señor don Josep Lluis Moll.
¿Y ese cicatero silencio? ¿Dónde se han quedado los bien merecidos aplausos? Vamos, vamos, no muestren de esa manera su desconsideración. Vamos, vamos…
El error cometido por quien pasaría por ser un presentador devenido a imprevisto demandante de un nuevo empleo recae en algo tan simple como el no haber empleado el nombre “auténtico” del homenajeado que les saluda con la mano ahí mismo, bajo los focos instalados sobre el improvisado escenario de este cafetín. Un nombre éste que les evocará más de un recuerdo: Fortunio Bonanova; ya quedaba muy claro en “Ha Nacido una Estrella” (“A Star is Born”, William A. Wellman, 1937) que en el caso de los actores lo primordial resulta ser su nombre artístico, hasta el punto que termina por sepultar al suyo verdadero.
Este mallorquín, palmesano para más señas, vino a este mundo cuando el antepasado siglo estaba a punto de convertirse al cabo de unos pocos años en el inmediato pasado, más en concreto en el año 1896.
Desde joven, a una tierna edad como acostumbra a decirse, ya sintió una gran afición por las vertientes más artísticas de la existencia, y como prueba de ese interés el primer campo que le atrajo poderosamente fue el del canto. Concluidos sus estudios en el Conservatorio de Madrid, así como otros de perfeccionamiento que también cursó en la misma ciudad, principió una carrera como barítono que acabaría por arrastrarle a efectuar varias giras durante las que recorrió diversos países europeos.
Permítanme un pequeño inciso. Por aquella misma época los pioneros del cinematógrafo en nuestro país alcanzaban un prestigio y una profesionalidad merced a los cuales no existía motivo alguno para sentir envidia por sus homólogos franceses. Ya despuntaban (que recitaría Don Mendo) por estos pagos cineastas de la talla de Segundo de Chomón (Teruel, 1871 – París, 1929) o Fructuoso Gelabert (Barcelona, 1874 – ídem, 1955).
Al primero se le deben innovaciones técnicas tales como el “carrello”, posteriormente denominado “travelling”, o los ingeniosos efectos especiales mostrados en la película “Cabiria” (Giovanni Pastrone, 1914), erupción volcánica incluida, en cuyo rodaje participó realizando labores de operador.
Respecto al segundo pasa por ser el que filmó la primera película española dotada de argumento, una producción que llevaba por título “Riña en un Café” (1897), un tema muy hispánico, por otro lado, y que ocupaba unos veinte metros escasos de película. Si se considera que un rollo alberga unos trescientos metros de celuloide lo que a la velocidad de proyección actual de veinticuatro fotogramas por segundo, durante la primera época del cine la velocidad de arrastre era de dieciséis a dieciocho fotogramas por segundo, se corresponde con unos diez minutos de película, esto basta para imaginarse que la riña debió ser bastante breve. Si se obvia la presencia de un argumento el honor pasa a recaer sobre “Plaza del Puerto en Barcelona” (1896), aunque esta careciera de una historia propiamente dicha.
De la capacidad de Gelabert, y de su tenacidad, nos ofrece una buena prueba el hecho de que tras adquirir una cámara Lumiére en el año 1897, ni corto ni perezoso la desmontó para estudiarla, logrando al poco construir la suya propia. Era la primera vez que en nuestro país se hacía algo parecido.
Naturalmente la idiosincrasia francesa impidió que durante los actos del centenario del cine, con motivo de la conmemoración de la primera proyección que tuvo lugar en París el 28 de diciembre de 1895, se hiciera referencia alguna a las destacadas aportaciones de estos dos pioneros.
Mas cerremos el inciso y retornemos de nuevo a Fortunio Bonanova. Su espíritu emprendedor termina por empujarle a participar en una producción cinematográfica, en una época en la que esa industria pretendía consolidarse en nuestro país.
La película no era otra que “Don Juan Tenorio”, una adaptación del “inmortal” texto (el subrayado corresponde a la publicidad de la época) de José Zorrilla a cargo de Royal Films, empresa barcelonesa que puso a cargo de los artífices de la película, los hermanos Baños, los medios necesarios para acomete el proyecto, muy superiores a los que Hispano Films les había proporcionado para la primera versión que habián filmado a partir de la misma obra.
Y allá que nos encontramos a Fortunio en un papel protagonista a las órdenes de Ricardo de Baños mientras que el hermano de éste, Ramón, se ocupaba de la fotografía.
Dada la calidad y la profusión de medios puestos a su disposición la película alcanzó un gran éxito, al que no resultó ajena la gran presencia de exteriores, característica esta muy poco habitual durante esa primera época, si bien también contaba con los consabidos interiores rodados en los Studio Films.
Con el subtítulo añadido de “El Castigador Castigado” (¿la mano de la censura eclesiástica?) se acabaría por estrenar primero en Barcelona en octubre de 1922 y al cabo de dos años en la capital, Madrid, un 27 del mismo mes.
De forma un tanto inexplicable tras el gran éxito alcanzado en su primera incursión en el mundo del cinematógrafo Fortunio decide alejarse de las cámaras y retornar al canto. Así es como tras pasar una breve temporada en Méjico acabará por instalarse al otro lado del océano (ahora mero charco), en los Estados Unidos. Allí, tras unas primeras incursiones en el teatro terminará por consolidar su carrera cinematográfica, mas sin dejar de lado en ningún momento el amor profesado al género lírico.
Mas en el caso de Fortunio Bonanova el hablar de sólo un par de facetas no bastaría para describir el cúmulo de inquietudes que le empujaban a emprender de continuo nuevas empresas. Cual un espíritu renacentista, amén de bastante inquieto, destacaría también en otros campos, siendo escritor, bailarín, periodista e incluso empresario. No sólo escribió dos novelas, cinco obras de teatro y varias operetas sino que entre sus amigos se contaron personalidades de la talla de Jorge Luis Borges, junto a quien llegó a colaborar en una revista.
Como tantos otros murió lejos de España, en la California que le acogió, el 2 de abril de 1969, no sin antes haber rodado una película en nuestro país a las órdenes del mismísimo Jesús Franco: “La Muerte Silba un Blues” (1962).
No quiero dar por concluido este pequeño homenaje sin referirme muy brevemente a la filmografía americana de Fortunio Bonanova. En ella encontramos varios títulos entre los que destacan “Cinco Tumbas al Cairo” (“Five Graves to Cairo”, Billy Wilder, 1943), su caracterízación del general Sebastiano; el maestro de canto de la segunda esposa de Charles Foster Kane en “Ciudadano Kane” (“Citizen Kane”, Orson Welles, 1941), “El Signo del Zorro” (“The Mark Of Zorro”, Rouben Mamoulian, 1940), “Perdición” (“Double Indemnity”, Billy Wilder, 1944) y “El Precio de la Muerte” (“The Running Man”, Carol Reed, 1963).
Ahora sí. Aplaudan, por favor…
Y allá que nos encontramos a Fortunio en un papel protagonista a las órdenes de Ricardo de Baños mientras que el hermano de éste, Ramón, se ocupaba de la fotografía.
Dada la calidad y la profusión de medios puestos a su disposición la película alcanzó un gran éxito, al que no resultó ajena la gran presencia de exteriores, característica esta muy poco habitual durante esa primera época, si bien también contaba con los consabidos interiores rodados en los Studio Films.
Con el subtítulo añadido de “El Castigador Castigado” (¿la mano de la censura eclesiástica?) se acabaría por estrenar primero en Barcelona en octubre de 1922 y al cabo de dos años en la capital, Madrid, un 27 del mismo mes.
De forma un tanto inexplicable tras el gran éxito alcanzado en su primera incursión en el mundo del cinematógrafo Fortunio decide alejarse de las cámaras y retornar al canto. Así es como tras pasar una breve temporada en Méjico acabará por instalarse al otro lado del océano (ahora mero charco), en los Estados Unidos. Allí, tras unas primeras incursiones en el teatro terminará por consolidar su carrera cinematográfica, mas sin dejar de lado en ningún momento el amor profesado al género lírico.
Mas en el caso de Fortunio Bonanova el hablar de sólo un par de facetas no bastaría para describir el cúmulo de inquietudes que le empujaban a emprender de continuo nuevas empresas. Cual un espíritu renacentista, amén de bastante inquieto, destacaría también en otros campos, siendo escritor, bailarín, periodista e incluso empresario. No sólo escribió dos novelas, cinco obras de teatro y varias operetas sino que entre sus amigos se contaron personalidades de la talla de Jorge Luis Borges, junto a quien llegó a colaborar en una revista.
Como tantos otros murió lejos de España, en la California que le acogió, el 2 de abril de 1969, no sin antes haber rodado una película en nuestro país a las órdenes del mismísimo Jesús Franco: “La Muerte Silba un Blues” (1962).
No quiero dar por concluido este pequeño homenaje sin referirme muy brevemente a la filmografía americana de Fortunio Bonanova. En ella encontramos varios títulos entre los que destacan “Cinco Tumbas al Cairo” (“Five Graves to Cairo”, Billy Wilder, 1943), su caracterízación del general Sebastiano; el maestro de canto de la segunda esposa de Charles Foster Kane en “Ciudadano Kane” (“Citizen Kane”, Orson Welles, 1941), “El Signo del Zorro” (“The Mark Of Zorro”, Rouben Mamoulian, 1940), “Perdición” (“Double Indemnity”, Billy Wilder, 1944) y “El Precio de la Muerte” (“The Running Man”, Carol Reed, 1963).
Ahora sí. Aplaudan, por favor…
4 comentarios:
Alberto Q.
www.lacoctelera.com/traslaspuertas
Desconocía la carrera del señor Fortunio Bonanova pero reconozco que me ha encantado el trailer que enlazas al final y por supuesto, te he hecho caso y he aplaudido.
Saludos cinéfilos madrileños con frío.
Alberto.
La pena es que por mucho que rebusqué no fui quien a hallar la escena en versión original o, en su defecto, doblado a nuestro idioma.
Ignoro el frío que deberéis estar pasando por allá abajo, de momento aquí arriba el calor "aprieta" un poquito (tómese esta afirmación en un sentido muy pero que muy relativo, claro). A la espera del próximo frente frío yo ya tengo a mano mi cafetito diario, un café con leche que diríais por Madrid (sólo me falta un mují para mojar y parecería que estoy desayunando a una hora más apropiada para la cena, je, je,...).
Saludote cinéfilo.
Yo que me pensaba que ta te había hecho un comentario felicitándote por este post (a Bonanova yo lo recuerdo, sobretodo, como el cantarín general italiano de "Cinco tumbas al Cairo"), y ahora que lo buscaba para pasarle el link a otro amigo bloguero veo que no.
Pues nada, estupendo post (pero bueno, como es habitual ;D), así como el consiguiente sobre españoles en el Hollywood clásico.
Gloria.
Muchas gracias por el elogio.
Sí, el general Sebastiano (?) en la peli de Wilder, je, je,... La vi hace ya muchísimos años (bueno, no tantos, pero sí recuerdo que fue en un pase por TV).
No obstante yo lo vi por primera vez en "Ciudadano Kane", cuando lo echaron por TV (también) allá a mediados de los ochenta... Esa forma de desesperarse ante la falta de actitud para el bel canto de la esposa de Kane... Y la terquedad de éste...
Un saludo cinéfilo.
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