Mas no es el momento para la búsqueda de sinónimos sino para referirse a lo que ambicionaban, un objeto que no era más que un pájaro-joya, un halcón, un halcón suntuoso, recubierto de piedras preciosas cuyo verdadero aspecto permanecía oculto bajo una capa de pintura negra, un pájaro negro de incalculable valor, el halcón maltés.
Junten en el mismo encuadre a una mujer fatal que carece de un lugar bajo sus pechos para permitir que en su seno aniden los escrúpulos, a un educadísimo y obeso obseso artístico, en el sentido más abyecto de la palabra –siempre que al arte lo acompañe un alto valor crematístico, por supuesto-; a un untuoso hombrecillo amanerado, portando a dos manos bastón y aroma a gardenias, y a un psicópata cuya cara infantil prueba que los rasgos inherentes a las almas corrompidas no siempre acaban por dejarse traslucir en los rostros sino que las más de las veces se asoman por entre determinados resquicios, bien sea por los ojos o a través de un peculiar rictus de la boca. Júntenlos a todos, la codicia rielando en sus ansiosas pupilas, inclinados alrededor de un paquete. Júntenlos y se formarán una clara idea de los más bajos instintos que puede poseer el ser humano.
A modo de compensación para esta prolija enumeración de malos sentires no existe nada mejor que disponer de la presencia adicional de un detective. Un hombre desencantado y vitriólico, tan cínico que a la vista de los métodos que emplea nadie lo imaginaría como alguien mucho más benevolente que cualquiera de los personajes antes descritos. Unan todos estos mimbres y obtendrán una muestra de cómo la ambición puede arrastrarnos a cualquiera de nosotros hasta la comisión de los mayores desmanes, siempre y cuando uno se embarque, sin la posibilidad de dar media vuelta, en pos de un sueño fabricado mediante el más etéreo de los materiales.
Una vez aclarado con qué clase de gente nos las habemos ya sólo resta incluir a continuación uno de los diálogos cinematográficos que más caló en mi mente. Y esto desde la primera vez que tuve ocasión de escucharlo. Hasta tal punto se quedó grabado en mi cerebro que todavía recuerdo cómo durante mi adolescencia, en una ocasión en la que una colega me pidió que le escribiera una frase en su carpeta (ya saben que hubo una época en la que lo más cool consistía precisamente en iluminar, las más de las veces con no poca torpeza, las carpetas que empleábamos para archivar los apuntes de clase) sólo dudé unos segundos antes de transcribir literalmente esa réplica, aún ignorante de que el verdadero autor del sentido último de esa frase no era otro que cierto vate inglés, por nombre William Shakespeare.
Detective Tom Polhaus: [picks up the falcon] -Heavy. What is it?
Sam Spade: -The, uh, stuff that dreams are made of.
Detective Tom Polhaus: -Huh?
Tom Polhaus (Ward Bond) y Sam Spade (Humphrey Bogart) en El Halcón Maltés (The Maltese
Falcon, John Huston, 1941).
Un diálogo que resume en su extremada cortedad la práctica totalidad de la película. Sí que es pesado, Tom, pues al fin y al cabo está hecho de la materia con que se forjan los sueños. O según las palabras que Shakespeare puso en boca de Próspero:
“Our revels now are ended : this our actors
As I foretold you were all spirits, and
are melted into air:
And, like the baseless fabric of this vision
The cloud - capp’d towers, the gorgeous palaces,
The solemn temples, the great globe itself,
Yes, all which it inherit, shall dissolve,
And, like this insubstantial pageant faded,
Leave not a track behind: We are such stuff
As dreams are made of, and our little life
Is rounded with sleep”.
(“The Tempest”, Act IV, Scene 1).
“Nuestros deleites ahora han terminado: estos nuestros actores
como yo te lo anuncié fueron todos espíritus, y
se han disuelto en el aire:
y, semejante a la fábrica sin fundamento de esta visión
las torres cubiertas por la nubes, los suntuosos palacios,
los solemnes templos, el gran globo terráqueo mismo,
sí, y todo lo que de ello se herede (todo lo que de la tierra devenga), se ha de disolver,
y como esta maravilla lujosa desvanecida,
no quedará tras ella ninguna huella: nosotros estamos hechos
del mismo material del que están hechos los ensueños, y nuestra pequeña vida
está rodeada por el sueño.”
(“La Tempestad, Acto IV, Escena I).
Peter Viertel, gran amigo de John Huston, con quien colaboró como guionista en películas tales como La Reina de África, recientemente fallecido, contaba una anécdota acerca del rodaje de esta última. Cada vez que él y Huston querían hablar sobre cuestiones importantes, sobre lo que se debía hacer, empleaban una frase acordada entre ambos: “Let´s talk about the black bird” (“vamos a hablar del pájaro negro”). La misma frase, exacta, que los malhechores utilizaban en El Halcón Maltés cuando iban a hablar sobre sus planes.
Como finalmente el único material que todo lo conforma es el ensueño, fallecidos ambos, Viertel y Huston, sólo nos quedan los retazos de celuloide, los mismos que se escapan en la oscuridad cada vez que son proyectados sobre una pantalla blanca.
Sin embargo aún nos queda como consuelo el rememorar las palabras de Jean-Luc Godard: “La fotografía es verdad. Y el cine es verdad veinticuatro veces por segundo”. Un triste consuelo, mas consuelo al fin y al cabo.
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