Un espacio destinado a charlar acerca del cine, saboreando una taza de café (puede que más), sentados en torno a una mesa. Por el simple gusto de hablar por hablar acerca de una pasión compartida por una reducida infinidad, así nomás como son estas cosas.

Bienvenidos a mi hogar. Entren libremente. Pasen sin temor. ¡Y dejen en él un poco de la felicidad que traen consigo!

lunes, 18 de agosto de 2008

TODO ES ILUSIÓN

Sostengo en mis manos un recorte de prensa por entre cuyo texto me observa la fotografía de un viejecito. Su aspecto me sugiere la posesión de un aire afable y bonachón, una impresión que vienen a confirmarme tanto la sonrisa desplegada en su rostro como la gorra de visera que cubre su pelo ya blanco. Un aspecto como el descrito recuerda al propio de los artículos que versan acerca de las relaciones entre abuelos y nietos y, sin embargo, la temática del artículo resulta ser muy otra. Cuanto se explica de una forma concisa en este suelto es la carrera de un artesano muy pero que muy particular.

Hubo un tiempo no tan lejano en el que los decorados eran materialmente falsos. Se sabía que sólo eran representaciones, meras mascaradas, a veces no más que unas simples maquetas a las que un juego de espejos bajo una iluminación adecuada les proporcionaban un tamaño que desde luego no poseían. Sin embargo se los podía palpar y, una vez filmados y proyectados en una pantalla, se obraba el milagro del cine: superaban su esencia onírica para adquirir la condición de reales.

Hubo un tiempo, efectivamente, en el que una estirpe de artesanos aplicaban a su labor los conocimientos que poseían acerca de la iluminación y el empleo de espejos y miniaturas con el fin de erigir los decorados por los que se desenvolvían los actores. Una época en la que no existían aún potentes programas informáticos para recrear ambientes mediante el croma.

A esa estirpe y a esa época pertenecía Alexandre Trauner; el viejecito con el pelo blanco cubierto por una gorra que ahora parece fijar en los míos sus ojillos vivarachos.

Alexandre Trauner


Alexandre Trauner murió de viejo, a los ochenta y siete años, un día de diciembre del año 1983. Junto con él se iban no sólo su nutrida experiencia sino también el fundamento de sus creaciones y el gran talento mostrado a lo largo de más de medio siglo ejerciendo como director artístico, décadas durante las que contribuyó a la grandeza de directores de probado renombre tales como Billy Wilder, Orson Welles, Howard Hawks o John Huston.

A pesar de que su nombre suene a francés Alexandre vino a este mundo en Budapest, en el año 1906. A finales de los veinte, consciente de que los problemas que su condición de judío le acarreaba debido a la férrea dictadura que se había instaurado en su país, decidió marcharse de Hungría en busca de aires más saludables, y al menos más tolerantes. Es así como en el año veintinueve recala en París, una ciudad donde debido a una conjunción de afortunadas circunstancias se daba cita lo más granado del mundillo artístico y donde soplaban los vientos renovadores de las más modernas tendencias. Sin duda aquella ciudad era el lugar más adecuado para un joven emprendedor como él.

No tardará en entrar en contacto con el mundo de la cinematografía y al poco tiempo empieza a colaborar con el director francés René Clair. A su lado pronto dará muestras de cuáles eran sus capacidades a la hora de desempeñar las labores propias del técnico encargado del diseño de decorados.


Pasan los años y tras unas desavenencias con Clair acaba por dar el salto definitivo de la mano de Orson Welles, para quien construye los decorados de su recreación del drama shakesperiano “Otelo” ("Otelo", “The Tragedy of Othello: The Moor of Venice”, Orson Welles, 1952). A partir de entonces su carrera no dejará de ascender.


"Otelo"


Uno de sus primeros logros lo constituye el encargo que le hizo Hawks: la construcción de la pirámide de “Tierra de Faraones” (“Land of the Pharaohs”, Howard Hawks, 1955), una faraónica superproducción rodada en Egipto y en los estudios Cinecittà.

Durante la etapa de preproducción Trauner tan sólo tenía muy claras dos premisas que debían cumplirse a toda costa: era preciso erigir una pirámide y, además, Hawks exigía la más exquisita exactitud en lo que se referia a la ambientación histórica. Para lograr ambas Trauner necesitó hacer deberes, dedicando varias jornadas a pasear por las salas del Louvre al tiempo que tomaba notas en una libreta que llevaba consigo.

"Tierra de Faraones"


Otro director a cuyas órdenes sirvió fue John Huston. Obra suya es el templo erigido en Kafiristán de la película “El hombre que pudo reinar” ("The Man Who Would Be King", John Huston, 1975) . Al fin y al cabo no debía ser un reto tan difícil para alguien que se había ocupado de emular a los antiguos arquitectos egipcios.

"El Hombre que Pudo Reinar"


Sin embargo si por algo se le recuerda es por su colaboración con otro director legendario: Billy Wilder. Pero eso ya es tema para otra entrada...

No hay comentarios: