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sábado, 16 de mayo de 2009

EL BERMELLÓN ALFOMBRADO


Crónica de un crítico al uso, y no precisamente en desuso, rescatado de los archivos privados del señor Pond, aprovechando a modo de excusa la celebración durante estos días de la gran fiesta mediática-cinematográfica-farandulera-navajera del Festival de Cannes, glosada por doquier a través de las crónicas que día sí y día también salpican la sección de espectáculos de los más señeros diarios... editados en papel (clásico que aún sigue siendo uno: un mero emigrante digital que aún no ha logrado despojarse de las nostalgias sentidas por las páginas impresas).




Aviso: lo que sigue sólo es un relato, cualquier parecido con la realidad no es más que una pura "intercontextualización" por parte de esta última, tan bromista ella.

Hablemos del Pájaro Negro


- Pero Charles, la gente va a pensar...
- Lo que yo les ordene que piensen.


Emily Monroe Norton Kane (Ruth Warrick) a su marido Charles Foster Kane (Orson Welles),
Ciudadano Kane” (“Citizen Kane”, Orson Welles, 1941).



Quien esto escribe ha visto mucho cine. No han sido ni cien ni doscientas las películas que habré visionado a todo lo largo de mi dilatada carrera profesional. Unas eran buenas, otras aceptables y un gran número cabría calificarlas como meros emplastos proyectados sobre una pantalla. Con este bagaje a las espaldas me dispuse a ver una más. El lugar, una de las salas de proyección del Palacio de la Croisette en Cannes, muy cerca de la playa; el momento, el Festival Internacional de Cine celebrado recientemente; la película,...
Antes de comenzar a hablar acerca de semejante engendro estomagante creo haber dejado ya clara cuánta es mi experiencia en este medio. Sin embargo aún en ocasiones uno se siente sorprendido por los resultados que a poco que se esfuerce obtiene el ingenio humano, siempre que para ello cuente con la financiación necesaria. Basta con pensar en ejemplos tales como la Solución Final, las clases sobre tortura impartidas en la Escuela de las Américas o el aparcamiento en zona azul.
No deja de ser grata esta sensación, me refiero a la de la sorpresa, pero créanme que por esta vez yo hubiera deseado enfrentarme con algo digamos más común y no desde luego con una película perpetrada con tales formas que provocan que se escape de cualquier clasificación posible, ni tan siquiera se la podría englobar en la ZZZ. Dado su altísimo nivel de ruidos rozando la policacofonía, el denominar banda sonora a lo que escuché significaría obrar con mucha bondad, los cuales me impidieron dormir durante un solo instante del tedioso metraje.
A falta de marco en la que clasificarla, y ante la imposibilidad de echar una cabezadita durante su proyección, me vi en la obligación de contemplar en la semioscuridad aquello con lo que el director tuvo a bien obsequiarnos a los asistentes. No dejé de echar en falta la olvidada servilleta de papel que me entregaron en el McDonald´s (lo de almorzar en el Carlton se encuentra muy por encima de la cuantía de mis dietas). Una verdadera lástima pues a buen seguro que a la luz de los fogonazos procedentes de la pantalla que de vez en vez me salpicaban podría haber retomado mi abandonado curso de “origami”.
El guionista de películas como "La reina de África" y "El Halcón Maltés", ambas dirigidas por John Huston, director de cuya amistad gozaba, Peter Viertel, mantenía una frase convenida con éste cuando llegaba el momento de hablar de cosas serias. Tal frase era “vamos a hablar del pájaro negro
[1]. Se referían a hablar acerca de lo que era necesario hacer, del deber. Pues bien ninguno de los que han participado en la realización de este film parece poseer conocimiento alguno sobre ornitología, y a las pruebas me remito.
Aún no he mencionado su título pero les he proporcionado ya algunas pistas acerca de su calidad. Antes de continuar permítanme un receso, durante su transcurso trataré de resumirles algunas de las conclusiones ya apuntadas.


Metraje.
Como si el realizar un film realista supusiera llenar rollos y rollos de película a tanto el peso el director nos ha deleitado con doscientos treinta y un minutos de momentos sueltos de la vida de unos personajes a los que cabría calificar sin rastro de largueza como un tanto particulares. Sin duda el negativo se lo han malvendido en un saldo a tanto el kilo a juzgar por la liberalidad con la que ha hecho uso de él. Con meramente siete minutos, títulos de crédito iniciales y finales incluidos, hubiera sido más que suficiente.
Basta mencionar la muestra de la pesca de un siluro, algo que, forzando muy mucho el lenguaje cinematográfico (del cual este hombre no cuenta con mayor idea), hasta yo mismo aceptaría que se erigiera en tema central dentro del despliegue del argumento. Pero de ahí a retratar con tamaña exactitud y largura la lucha entablada entre el pez por un lado y el anzuelo por el otro media un mundo. Sin duda en un documental sobre pesca hubiera sido acertada su inclusión, mas en ningún caso dentro de la narración acerca de los desvelos de un ejecutivo de mediana edad por recuperar el tiempo perdido. Por cierto, la escena que les estoy comentando ocupaba diecisiete minutos y treinta y ocho segundos del metraje total. Hagan ustedes mismos el cálculo del porcentaje porque sinceramente a mí no me quedan ni ganas.


Sonido.
Desde hace tiempo se ha introducido en Hollywood la costumbre de desparramar por la banda sonora tal profusión de ruidos que hasta los diálogos se convierten en ininteligibles. Cuando no se trata de música propiamente dicha son efectos sonoros con tal volumen de decibelios que sólo contribuyen a que el corazón salte sobresaltado en cada escena. Lejos se encuentran los tiempos en los que contribuían como un elemento más a la ambientación de lo descrito, e incluso a provocar ciertas emociones complejas en el espectador. Mas no, eso se ha quedado atrás, como bien demuestra con su hacer el encargado del sonido. Con no poco mal gusto ha incluido una serie de efectos que al combinarse con las canciones, de ellas ya me ocuparé más adelante, buscaban provocar un único sentimiento: una repulsa generalizada, materializada en el abandono de la sala por buena parte de los asistentes (no sin que éste crítico les contemplara con envidia).
Les hablaré de la lista de canciones. Pues bien, el ánimo de convertir en comercial la banda sonora ha llevado a trufarla con una larguísima lista de ellas, sin duda con el presumible ánimo de forrarse a través de la venta del doble CD oficial; su número resulta tan elevado que no cabría en uno solo ni comprimiéndolas. Como consecuencia de este afán se ha utilizado a los AC-DC, más en concreto a su brillante "Highway to Hell", para ambientar la escena en la que se nos muestra la muerte agónica y tremebunda del hijo del protagonista (el ya mentado ejecutivo inmerso en una crisis profesional-personal-sentimental) en la habitación de un hospital. No satisfechos con el efecto logrado la han proseguido sin solución de continuidad encadenándola con el adagio de Albinoni mientras en la pantalla la camilla portando al cadáver a modo de catafalco era arrastrada por un pasillo hacia la morgue. Todo ello muy conmovedor al estar complementado con primerísimos primeros planos de los fluorescentes colgados del techo, fogonazos con los que el director seguramente pretendía mostrar el paso al Más Allá. Memorable.


Fotografía.
Los fogonazos de los fluorescentes no fueron lo único, nada de eso; aunque parezca mentira aún hubo más.
Cuenta el anecdotario hollywoodiense que cuando el magnífico director de fotografía Gregg Toland se presentó ante Orson Welles, con la intención de ofrecer sus servicios en el rodaje de "Ciudadano Kane", puso su oscar ganado por "Cumbres Borrascosas" encima de la mesa, le miró y le dirigió una frase que se ha hecho histórica: “Quiero trabajar con alguien que nunca haya hecho una película, ésa es la única manera de aprender algo de alguien que no sabe nada”.
Sin duda el encargado de la fotografía en el presente largometraje no sabía nada de la profesión cuando se inició el rodaje, mas bien no es menos cierto que aprendió enseguida a partir de alguien que poseía muchos menos conocimientos acerca de su oficio. En pocas palabras, que aprovechó el tiempo.
Baste destacar otros ejemplos aparte del ya citado.
Escenas rodadas de noche que parecen haberlo sido en pleno mediodía del mes de julio en Almería. Hasta el propio Truffaut, que tituló una de sus películas con el nombre del efecto, "La noche americana", habrá cambiado de postura en su ataúd.
La jirafa que tan pronto surge por la parte superior del plano como por la inferior, o bien reflejada en un espejo, e incluso en el interior de los armarios.
Transiciones rapidísimas entre planos generales y primerísimos primeros planos con una granulosidad y falta de enfoque de por medio que destrozan retina y cerebro y hacen florecer lucecitas cual vulgar adicto al LSD.
La steadycam convertida en una dolly saltarina entre picados y contrapicados.
El uso inadecuado de los objetivos que convierten planos secuencia en genuinas pruebas oftalmológicas,... Tras las que por otro lado a nadie se le diagnosticaría como completamente sano.
En resumen, que algunas escenas tendrían mejor destino en un congreso de oftalmología y no en un Festival que como éste presume por las películas expuestas, aun cuando ésta, gracias a Wilder, haya sido proyectada en la sección no oficial.


Reparto.
Resultaría sin duda poco considerado dejar a un lado el trabajo del reparto, después de haberme referido anteriormente a director, encargado de fotografía y responsable de sonido, mas no sé qué puedo decir acerca de ellos. Para que se hagan una cabal idea cabría la posibilidad de retratarles como un enjambre de estrellas rutilantes que conforman un firmamento más típico de los títulos de crédito de una película de catástrofes de los setenta, si no fuera porque para desgracia nuestra ninguno se muere y como consecuencia debemos soportar sus interpretaciones de principio a fin. Habría que hablar de un conjunto de sobreactuaciones, muestras desganadas de un talento del que sin duda no carecen pero que no brilla por ninguna parte (a pesar de los infructuosos esfuerzos a cargo del director de fotografía) y otras características menos reseñables en las que la intoxicación alcohólica como causa explicativa no resulta desdeñable. Sólo se salva del desastre generalizado algún que otro extra, y sólo porque consigue destacar mínimamente sobre la mediocre participación de los cabezas de cartel.
No cabe achacar el resultado final en su totalidad a este memorable reparto, a excepción de esos extras, ya que sin duda la culpa recae sobre el último encargado de poner algo de orden en este desbarajuste fílmico. Esa persona es el director.


Dirección.
A este hombre no se le aprecian cualidades que le capaciten para la labor de dirigir actores. Sus indicaciones no resultaron claras en ningún momento, a juzgar por lo visto por este crítico, lógico si se considera que por el ritmo impreso al film se deduce que durante el rodaje parecía estar siguiendo una dieta a base de Tranxilium y anfetaminas. Así unas veces el ritmo de la película es rapidísimo, digno de un guión de I. A. L. Diamond y Billy Wilder, para al poco ralentizarse hasta unos extremos más propios de una película de Bergman. El problema añadido es que pocas veces tal ritmo se ajusta a lo que se cuenta, por lo que escenas con gran carga sentimental, y por otro lado claves para el desarrollo argumental, se ven reducidas a pocos segundos durante los que los actores parecen más bien estar homenajeando a los tiempos de las screwball comedies, "Luna Nueva" o "La Fiera de mi Niña" por mencionar dos ejemplos (matizo que ninguno le llega ni a la suela de los tacones ni a Rosalind Russell o a Katherine Hepburn y ni muchísimo menos a Cary Grant).
En resumen: nefasto.


Guión.
No quiero finalizar mi crítica sin una breve referencia al guionista de este esperpento, tomada esta palabra en su sentido más literal e incluso visceral. Ignoro cuánta culpa posee en la perpetración de esta abominable muestra de mal cine, chusquero y verdulero, mas que no piense ni por un momento que no voy a hacer referencia a su labor.
No hay argumento. Sí, así de claro. Merced a una brillantez de la que se haya exenta el resto de su trabajo ha logrado la deconstrucción de lo que siendo muy generoso se podría calificar como hilo conductor. La profusión de flahbacks, flashforwards, ensoñaciones (otro punto para el de la fotografía, su empleo de nubecitas tenues de humo mal iluminadas para dar entrada a estos pasajes me ha arrancado las únicas carcajadas durante esta tragedia en un único acto que se extiende durante casi cuatro horas de metraje, o suplicio), comentarios en off mezclados con diálogos y demás artificios convierten algo tan simple como es el comprender lo que se nos está narrando en una labor titánica, más bien imposible, lo suficientemente digna como para figurar entre las penas a sufrir en el Tártaro griego.
Sin comentarios.


Desde luego a mí porque me pagaron la entrada, pero desde luego no invito a nadie a contemplar semejante reata de lugares comunes mal filmados, peor interpretados y aún muchísimo peor dirigidos. Tal ha sido la sensación en la que me he sumido que, a riesgo de sufrir las broncas del defensor del lector, me niego a mencionar el título del largometraje. Espero que de esta forma mi violentado espíritu alcance cierta paz interior si como compensación alguno de mis enemigos, tanto pertenecientes a este mundillo de la crítica cinematográfica como ajenos al mismo, acude en un despiste a verla en el cine. Si tal cosa ocurre no duden que este humilde crítico quedará eternamente agradecido al Destino.


Elías “Pluma Acerada” Castillo-Reinoso, crítico de “El Inquisidor”.



Nota adicional: con posterioridad a la entrega de esta crítica adjuntando las notas de gastos me he encontrado con dos consecuencias inesperadas: la primera es que una productora, cuyo nombre por consejo expreso de mi abogado no puedo mencionar, me ha interpuesto una demanda; la segunda es que la explicación que di en el periódico acerca del tono acerado, vitriólico, irónico e incluso sarcástico vertido en ella no convenció en modo alguno al redactor en jefe por lo que temo que esta va a ser la última crítica que podré publicar en “El Inquisidor”.
Al respecto de esta última e inesperada consecuencia quiero aprovechar para comunicar que busco cualquier tipo de trabajo, aunque sea como corrector de pruebas para folletos de supermercados.



[1]Let´s talk about the black bird” era la frase que pronunciaban en "El Halcón Maltés" ("The Maltese Falcon", John Huston, 1941) los criminales cada vez que iban a hablar sobre el delito que iban a cometer.


2 comentarios:

BLAS dijo...

Juajuajuajua!! Cómo me he podido reir... Curiosamente a veces he podido recordar fragmentos de películas (e incluso películas enteras, no nos engañemos) que parecían coincidir a la perfección en semejante descripción. Hasta pena me ha dado el pobre crítico en paro "de facto". Realmente parece que se haya equivocado de festival y se haya ido a uno de cine underground, jajaja!!
Estupendo artículo Dexter.

Saludos!!

G. K. Dexter dijo...

Blas.

Alguien, creo que un inglés, decía una vez que cierto par de críticos (teatrales, si mal no recuerdo), en el supuesto de que hubieran podido presenciar el milagro de la multiplicación de los panes y los peces habrían declarado que al pan le faltaba sal y que los peces eran minúsculos...

No obstante en el caso del crítico objeto del relato el pobrecillo no sabía muy bien dónde se metía, o quizás, se debiera a que no había sandwiches de queso a la venta.

Pobrecito. Quizás deba "contratarle"...

Un saludo cinéfilo.

P.D.: gracias por las carcajadas...