John Wayne (Books) y James Stewart (Dr. Hostetler) en una escena de "El Último Pistolero" ("The Shootist", Don Siegel, 1976)
Catorce años, catorce largos años separan a estas dos fotografías. Entre medias, el director de cine al que flanquean Stewart y Wayne, ya hacía un tiempo que había partido para no regresar, en un viaje cuyo destino eran las grandes praderas que conducían a las llanuras rojizas. Los tiempos cambiaban, velozmente, y, bajo los embates de los vientos reinantes, los westerns empezaban a teñirse por medio de los colores propios de los ocasos del Valle de la Muerte.
El paso de los años ha erosionado los rostros de ambos hombres. En los ojos del que se encuentra a la izquierda se percibe a las claras el cansancio inherente a una vida repleta de vivencias, las más violentas.
Demasiados combates en pueblos sometidos a la voluntad del cacique de turno. Demasiadas horas a caballo, en busca de niñas raptadas por los indios. Demasiados reenganches en la caballería. Demasiadas noches durmiendo al raso, bajo las estrellas, para despertar llegada el alba y tomarse un café antes de proseguir el camino. Demasiadas despedidas, dejando a la espalda seres queridos a los que la creciente distancia empequeñecía hasta convertirles en imperceptibles. Demasiado. Demasiado.
Pasemos a su compañero, ahora convertido en un prestigioso médico, muy respetado por sus convecinos. Se diría que no había sufrido tantas penalidades. Su porte elegante, el gesto pacífico y paciente, auguran una vida repleta de sosiego, más calmada. A primera vista cabría pensar que nos encontramos ante un "pie tierno" de edad venerable. Uno de aquellos figurines que dejaban atrás las civilizadas urbes como Boston o Nueva York, rumbo hacia la costa del Pacífico, en busca de fama, aventuras, riqueza o si era factible incluso en pos de las tres cosas al tiempo. Esa clase de hombres que, las más de las veces, no duraban mucho al contacto con unos parajes hostiles, donde ni la urbanidad ni la buena educación les podrían prestar mucha ayuda a la hora de sobrevivir. Donde la única ley acatada era aquella que marcaban las "Derringer", bien ocultas bajo los puños de las camisas de los ventajistas, y los "Peacemaker" del calibre cuarenta y cinco. Y, sin embargo, a pesar de lo que sugiere su aspecto, también él se convirtió en alguien legendario, en una época, ¡ah!, demasiado lejana: cuando los periódicos, puestos a escoger entre la realidad y la leyenda, siempre optaban por la impresión de esta última.
John Bernard Books. Un pistolero ya entrado en la vejez, sabedor de que está viviendo sus últimos días, consciente de que se encuentra rodeado por un mundo al que ya no es capaz de reconocer como propio. Enfermo, gravemente enfermo, ahora sólo una leyenda andante, mas leyenda al fin y al cabo.
El director, un poco más joven que él, tampoco demasiado, le indica que debe rodar una determinada escena: debe ultimar a un hombre por la espalda. Como consecuencia algo parece romperse en el interior del viejo pistolero: J. B. Books jamás mataría a un hombre por la espalda. No será esa la manera en la que pronuncie su adiós. Él es una gran leyenda, su buen amigo el Dr. Hostetler, quien no por nada sabe muchísimo acerca de éstas, convendría en que semejante comportamiento resultaría impropio de alguien de su bien ganado prestigio.
El director, muy contrariado ante semejante reacción, controla su creciente ira y le responde que Clint Eastwood (a la sazón un gran amigo suyo) sí que lo haría. No poca amargura se percibe en la tajante réplica del pistolero: "No me importa lo que haga ese chico. Yo no disparo a un hombre por la espalda".
Al final no hay disparo por la espalda, Siegel debe dar el brazo a torcer. La conciencia de Books queda a salvo, su reputación, aún intachable.
Quizás, después de todo, la leyenda termina más tarde o más temprano por entremezclarse tan íntimamente con la realidad que al final incluso acaba por sustituirla.
"El Último Pistolero"
2 comentarios:
Precioso artículo, me ha encantado... Wayne jamás dispararía a un hombre por la espalda. La nobleza hecha hombre... Magnífico post, me repito, pero lo merece...
Blas.
En el Colegio, cierto curso (1º de B.U.P.), el profesor de Historia nos encargó que hiciéramos un trabajo de fin de curso sobre un tema de nuestra elección (y predilección). El mío versó sobre el cine.
Calidad aparte uno de los capítulos que más me encantó redactar, y preparar, fue uno en el que me ocupé de glosar apropiadamente (¡la vehemencia de la juventud?), por activa, pasiva y reflexiva al "Duque".
Un saludote cinéfilo.
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