Para formarse una idea aproximada bastará con citar un puñado de detalles:
- Dio orden a los encargados del atrezzo de que rellenaran los cajones de las cómodas con ropa de gran calidad, acorde con el escenario y la acción desarrollada. Ante las réplicas del resto de miembros del equipo de rodaje, quienes afirmaron juiciosamente que en ninguna de las escenas nadie iba a abrir ningún cajón él respondió que la ropa se sentía.
- Se trataba de un baile, de un baile suntuoso, por lo que la vajilla, elaborada en metales nobles, tales como oro y plata, era genuina, digna de la alcurnia de los anfitriones.
- Las viandas que eran servidas debían llegar a la mesa, para disfrute de los comensales-personajes, aún calientes, humeantes. El verismo requerido no se resolvió por medio de efectos especiales. Como las auténticas se encontraran demasiado lejos como para garantizar el efecto perseguido Visconti ordenó que los manjares se elaboraran en unas cocinas que fueron instaladas justo al lado del gran salón donde transcurría el baile.
Para comprobar si tantas exigencias dieron su fruto quizás resulte suficiente el visionar la escena del baile, a los sones de la música de Verdi, si es que la inmarcesible belleza (al menos en el celuloide) de Angélica-Claudia Cardinale, flotando al ritmo del vals en los brazos del aún apuesto Príncipe Don Fabrizio Salina-Burt Lancaster, a lo largo de la estancia iluminada por los candelabros, ¡ah!, se lo permiten.
"El Gatopardo" ("Il Gattopardo", Luchino Visconti, 1963)
“Antes de que lo invadiese la náusea, el Príncipe pasó al salón contiguo; allí en cambio estaba acampada la tribu distinta y hostil de los hombres: los jóvenes estaban en la sala de baile y sólo se encontró con los ancianos, todos amigos suyos. Se sentó un momento entre ellos: allí no se invocaba en vano el nombre de la Reina de los Cielos; pero, en compensación, el aire estaba saturado de lugares comunes y discursos intrascendentes. Entre aquellos señores don Fabrizio tenía fama de `extravagante´; su interés por las matemáticas les parecía casi una perversión pecaminosa, y si no se hubiese tratado del príncipe de Salina, si no hubieran sabido que era un excelente jinete, un cazador infatigable y, mal que bien, un aficionado a las faldas, sus paralajes y sus telescopios quizá le hubiesen valido la expulsión; sin embargo, tampoco le hablaban demasiado, porque la frialdad azul de sus ojos, que los pesados párpados apenas dejaban entrever, tenían la virtud de hacer perder los estribos a sus interlocutores, de modo que a menudo se encontraba aislado, no por respeto, como él creía, sino por temor”.
donde se refieren los acontecimientos que tienen lugar durante el baile en el Palacio Ponteleone.
“El Gatopardo”, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, fragmento de la sexta parte
8 comentarios:
Alberto Q.
www.lacoctelera.com/traslaspuertas
Si no es el perfeccionismo se acerca bastante a él.
PD: A veces uno piensa que ya no se hacen películas así... (Y eso que reconozco que El Gatopardo se me hace algo larga...).
Saludos!!
Ese perfeccionismo del inolvidable Director italiano: Luchino Visconti, es acorde con el estilo narrativo de la novela de Giuseppe T. di Lampedusa, tan detallista.
Además, leer esta novela es ya casi como si viésemos una película, y trasladarla al cine era una tarea tan complicada, que sólo un genio como Visconti podría lograr el efecto causado con cada escena.
Es una de las mejores novelas que he leído.
Saludos!
Hola, Alberto.
Los dientes se ponen largos sólo con la visión del baile, a lo que ayuda muchísimo tanto la belleza de Claudia (sé que me repito) y la prestancia de Burt. Decididamente tengo que hacerme con el DVD (la cinta en VHS me resulta inservible, como siempre digo cuando hablo acerca de mi fenecido magnetoscopio).
Seguramente haya pocos dispuestos a financiar películas así... ¡Ainsss!
Un saludo cinéfilo.
Atlante7.
No puedo estar menos que de acuerdo. Mientras buscaba el fragmento concreto me costó bastante contener el deseo de releer la novela. Si no lo hice no fue, como bien comprenderá, por falta de ganas sino por falta material de tiempo para paladearla. Quizás el puente del primero de mayo, una vez concluido el estresante cierre constituya una buena oportunidad...
Respecto a lo de la mejor novela... En ese puesto colocaría varias, entre ellas "Bomarzo" y "Opus Nigrum", aunque sí que reconozco que la prosa de Lampedusa me cautivó, y mucho.
Un saludo cinéfilo.
Sí que dieron su fruto, y para mi gusto, unas exigencias nada desmedidas comparadas con las tonterías que suelen pedir hoy en día los actores y actrices de Hollywood para nada al fin y al cabo, solo caprichos de diva/o idiotas. En este caso era para conseguir un buen fin, que resultó siendo un fin perfecto, como todas las obras de Visconti.
Saludos!!
Blas.
En verdad es preciosa, y preciosista.
Otra película con la que disfruté muchísimo fue La Edad de la Inocencia, lo que me recuerda que no se lo comenté a Alberto Q. cuando mencionaba que ya no se hacían películas así. Claro que Visconti era Visconti.
Pero qué delicia supone leer a Wharton (interesantísima biografía incluida:Una Mirada Atrás).
Un saludo cinéfilo-literario.
P.D.: ¿se nota que ya se huele en el ambiente de este cafetín cinéfilo la proximidad de "El Día del Libro"?
La Edad de la Inocencia es uno de mis libros y una de mis películas favoritas. No sé cuántas veces habré podido verla... Maravillosa Michelle Pfeiffer, magnífico Daniel Day Lewis, estupenda Winona Ryder, Geraldine Chaplin... Es la clásica película que siempre tengo a mano para poder verla cuando no tienes ganas de nada, y acabas con el regustillo de haber visto algo grande... Esa ventana semi-abierta con el visillo moviéndose ligeramente con la brisa... Algo tan sencillo y qué gran escena!
Saludos!!
Blas.
Aparte de la escena que describes..., muy bella por supuesto, y además de otras muchas, hay una en concreto que a mí me gusta mucho. Aunque ahora que lo pienso no sé muy bien si corresponde a la película o un fragmento del libro (esto de la memoria visual es lo que tiene). Es cuando la narradora comenta que el único momento de dicha del que disfruta Newland Archer es cuando recibe el periódico envío de libros de su librero europeo (¿Londres?, ¿París?).
Un saludo cinéfilo-literario.
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