Creo llegado el momento de hablarles acerca del señor Pond. Cuantos visitan este café cinéfilo habrán tenido cuantiosas oportunidades de leer algunas de sus aportaciones. No hará falta explicar, por tanto, que se trata del responsable máximo del Departamento de Búsquedas Infructuosas (D.B.I.), el mismo que en este adhocrático establecimiento se ocupa, su nombre proporciona una pista segura acerca de su cometido, de indagar, auscultar y, en suma, de buscar cuanta documentación sea precisa para apuntalar los artículos que de cuando en cuando van apareciendo.
Cierta tarde, y de eso ya hace unos cuantos meses, se personó por el Loro Azul un desconocido que bien pronto dejó de ser tal para formar parte de la plantilla de los habituales. Aparte de quien esto escribe, y permítanme que me mencione en primer lugar, tenemos también a Sacha, ese loco ruso, el único que parece conocer a la perfección cuáles son los estados de ánimo de la cafetera, así como las manías que sus circuitos de agua caliente parecen provocar un día sí y otro también.
Nunca me han dado buena espina quienes portan bastones y huelen a perfume de gardenias. En su presencia siento de inmediato un temor irracional a que se encuentren prestos a desenfundar un revólver de pequeño calibre cuanto menos te lo esperas; el veintidós es un bonito número mas en determinados contextos pierde fatalmente mucho de su encanto.
Como fuera que aquel desconocido no desprendía aroma floral alguno, y además no se distinguía el más mínimo rastro de muletas o bastones decidí darle un voto de confianza. En pago a mi actitud benevolente me respondió con un gesto silencioso mientras me tendía una cartulina confeccionada en un papel verjurado de alto gramaje. Si hubiera puesto encima de la mesa, me encontraba tomando uno de los cafés especiales de Sacha (“el café debe ser caliente como el infierno, negro como el diablo, puro como un ángel y dulce como el amor”, la frase no es suya sino de Talleyrand), un oscar en un homenaje velado a Gregg Toland (v. “RKO 281”) no me hubiera mostrado menos sorprendido. Sin embargo mientras paseaba los ojos por el texto impreso una vocecita interior me dijo que aquel hombre hablaba mucho más de lo que callaba.
Como resultara que su predecesor en su futuro puesto, el de documentalista-jefe, me había abandonado poco antes opté por contratarle, decisión a la que ayudó sus pretensión de ejercer como tal a título gratuito. No hará falta que les explique que luego de unos minutos, durante los que aguardó pacientemente a que yo terminara de leer el texto, sí que pronunció algunas frases.
Por supuesto yo acepté sus condiciones sin entrar en molestas negociaciones y regateos. Llevado por un talante diplomático para nada pretendí ofenderle contrariando sus deseos.
La causa fundamental de la marcha del anterior responsable había sido la presencia de unas discrepancias económicas que se mostraron como insalvables y que se basaban en la naturaleza y cuantía de los emolumentos percibidos. Yo consideraba que se encontraba más que bien pagado mientras que él discrepaba acerca de este parecer. Mantenía tozudo que una palmadita en la espalda de tanto en tanto no constituía suficiente contraprestación para sus desvelos. No negaré que su pretensión de alimentarse a diario así como la de costearse tanto vestimenta como otros gastos personales a costa de mis ya de por sí menguados capitales me hacían inclinarme a pensar que, debido a una mala interpretación de nuestra relación contractual, había acabado por tomarme por un filántropo.
Fue en esta forma como el viento fresco, y junto a él el propio señor Pond, arribaron a este establecimiento.
En sucesivas charlas mantenidas en sucesivas jornadas, mil y una tazas de café de por medio, fui poco a poco descubriendo los hitos de su carrera que él, parco en elogiarse a sí mismo, tuvo a bien mencionar dosificándolos con cuentagotas.
En cierta ocasión había colaborado junto a la señorita Bunny y el no menos prestigioso ingeniero Richard Summer en la modernización del departamento de documentación de un canal de noticias.
"Su Otra Esposa" ("Desk Set", Walter Lang, 1957)
Empujado por su carácter de hombre emprendedor decidió, valga la redundancia, emprender una nueva carrera y terminó recalando en uno de los departamentos de la acrisolada Crimson Permanent Assurance.
Quizás cansado de las aventuras a las que los nuevos vientos empujaron a la plantilla no tardó en abandonar también este barco.
Lo último que me confesó es que había ocupado un puesto de funcionario en el Ministerio de Información, mas esta vez las labores a desempeñar se revelaron tan sumamente burocráticas que no tardaron en chocar con su forma de ser.
"Brazil" (Terry Gilliam, 1985)
Ante la disyuntiva de seguir nuevos derroteros o convertirse en un Bartleby decidió optar por la primera opción. Así fue como acabó por atravesar el umbral de "El Loro Azul"...
Para terminar sólo me resta incluir a continuación el texto que figuraba impreso en aquella cartulina, confeccionada en un papel verjurado de alto gramaje.
Hela aquí.
"A poco que se reflexionara sobre ello, Mr. Pond se asemejaba curiosamente al estanque del jardín. Durante la mayor parte del tiempo era igual de sereno, igual de límpido y claro, valga la expresión, en sus habituales reflejos de la tierra y el cielo y la hermosa luz del día. Y sin embargo yo sabía que en el estanque del jardín había algunas cosas raras. Una de cada cien veces, uno o dos días en todo el año, el estanque parecía enigmáticamente distinto; o su lisa tranquilidad era interrumpida por una sombra fugaz o un relámpago; y un pez o un sapo o alguna criatura más grotesca se mostraba al cielo. Y yo sabía también que en Mr. Pond había monstruos: monstruos mentales que emergían sólo un instante a la superficie y luego retornaban a las profundidades. Se mostraban en forma de comentarios monstruosos en medio de su charla razonable e inofensiva. Algunos pensaban que a la mitad de una conversación harto juiciosa se volvía loco de improviso. Pero asimismo no tenían más remedio que admitir que de inmediato regresaba a la cordura".
"Las Paradojas de Mr. Pond", Gilbert Keith Chesterton.
2 comentarios:
Estupendo homenaje a tu ayudante de campo. Encantadísima de conocerle. Espero que si algún día lo preciso, me preste a mí también la ayuda tantas veces necesaria. Siempre con tu beneplácito, evidentemente...
Saludos!
Blas.
El señor Pond es como un gato, siempre hace sus deseos, por lo que mi participación en las decisiones que toma es mínima, por no decir que inexistente. Te confesaré que mantengo la sospecha de que por sus venas corre algo de sangre de "pooka".
Un saludo cinéfilo.
Publicar un comentario